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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-04-05
Juan LERMA | Profesor de investigación del CSIC en el Instituto de Neurociencias de Alicante
«Se llegará a predecir si una persona desarrollará a futuro una demencia»
Hace más de cien años, el investigador español Ramón y Cajal demostró que una neurona se comunicaba con otra mediante zonas especializadas de contacto, lo que luego se denominó «sinapsis». Juan Lerma es uno de los mejores especialistas en la investigación del cerebro humano, el órgano que define todo lo que nos pasa.

Licenciado en Ciencias Biológicas en 1978 en Madrid, y posteriormente Doctorado en Ciencias, ha desarrollado toda su carrera en el apasionante campo de la neurociencia. Su brillante trayectoria científica le ha llevado a ser reconocido como una autoridad internacional en la transmisión sináptica y la comunicación entre neuronas. La biología molecular ha permitido identificar los genes que codifican a un gran número de proteínas que forman la maquinaria de la comunicación neuronal. Ello ha llevado a establecer que la función cerebral ­el aprendizaje, la memoria, etcétera­ está basada en la correcta labor de esta maquinaria. Igualmente, diversos desarreglos cerebrales, desde la epilepsia a las enfermedades mentales, pasando por las drogodependencias, tienen como origen una disfunción de esta organización tan exquisita.

Ayer, invitado por el BBVA y CIC bioGUNE, el profesor Lerma disertó en la capital bilbaina sobre ‘‘La comunicación neuronal en el cerebro: un milagro que Cajal intuyó y ahora entendemos’’.

­¿Dónde radica su pasión, como investigador, por saber qué pasa en el cerebro humano?

La pasión por el cerebro no es sólo una pasión mía, sino de mucha gente, y viene de darse cuenta de que, probablemente, entender el cerebro es el reto más grande que la humanidad tiene ahora mismo. A lo largo de la historia, los diversos órganos del cuerpo se han ido entendiendo mal o bien: el corazón, el hígado... Pero el cerebro es la última frontera que nos queda por entender y, probablemente, sea capital para entenderse a sí mismo. Muchos lo califican como el reto del siglo XXI, entender su funcionamiento, cuáles son las bases de la conciencia, cómo se aprende, etcétera. Y esto no es una tarea fácil, pero de ahí viene la pasión.

­Es decir, que tras el funcionamiento de nuestro cerebro está casi todo, si no todo, lo que nos sucede.

Probablemente, y, de hecho, su entendimiento puede abrir unas expectativas y no sólo para la curación de enfermedades, sino que el conocimiento del cerebro puede tener unas implicaciones a nivel ético y a nivel social, porque no olvidemos que la función del cerebro, en último término, es la de generar nuestro propio comportamiento. Somos buenos, somos malos, actuamos bien o mal de acuerdo a si nuestro cerebro funciona correctamente, a si procesa las señales correctamente o hay una disfunción y las respuestas que damos ante un estímulo externo son incorrectas. Ante una agresión verbal, un cerebro que funcione bien lo más probable es que se defienda verbalmente y no pegando un tiro al otro individuo. Esta última sería una respuesta anormal de un cerebro que probablemente esté enfermo.

­Que no sólo hablamos en términos de salud...

Así es. Es que somos lo que nuestro cerebro es. Ahora mismo, la ingeniería cerebral puede predecir si un cerebro va a generar comportamientos agresivos, si va a generar comportamientos anormales. Esto va a tener aplicaciones, por ejemplo, en que a la hora de admitir a una persona en una empresa o darle un trabajo, se podrían analizar las reacciones del cerebro de esa persona ante una situación de estrés desmesurada.

­Hombre, dicho así no sé si da un poco de miedo.

Yo no diría miedo. Si lo pensamos, cuando yo tomé posesión de mi plaza de profesor me exigieron un certificado médico. Pedirte un certificado de que tienes el cerebro bien será una de las últimas fronteras en un plazo de tiempo que no me atrevo a decir, pero que se podrá determinar, por ejemplo, en cargos de mucha responsabilidad. Sin ir más lejos, hace unos días, en un acto en el Senado de conmemoración del «Año Cajal», uno de los ponentes decía que se debería obligar a los políticos a presentar un certificado neurológico. Hoy se puede predecir con mucha fiabilidad si una persona tenderá a desarrollar una demencia más o menos pronto o no.

­Vamos, que llegará el día en que desde niños nos digan cómo vamos a ser.

Pero es que eso uno ya lo sabe. Uno, pongamos en un pueblo o en su barrio, ve cómo los demás se desarrollan en la infancia, cuáles son las actitudes de los críos, cómo se relacionan con los demás, si uno es agresivo o no, si uno es de una manera u otra, y uno puede predecir si esa persona puede terminar pegándose con alguien o no. Es decir, no hace falta un análisis de grandes aparatos para saber el futuro comportamiento de una persona, pero, obviamente, si eso pudiera estar regulado, hacerse de una manera más fiable, mejor que mejor. Y sobre todo, porque la esperanza es que esos derroteros equivocados en el comportamiento de las personas se puedan arreglar o paliar a futuro.

­Recientemente, en una isla del Pacífico encontraban un paraíso perdido de la naturaleza. ¿Quedan muchos paraísos perdidos por descubrir en el cerebro humano?

Probablemente, sí. A nivel molecular, celular, estructural, conocemos bastante del sistema nervioso. Lo que ocurre es que cuando uno coloca varias neuronas juntas, el comportamiento que tienen es muy complicado. Surgen procesos emergen- tes que uno no puede predecir. Si uno coloca tres células del hígado juntas, se comportan igual, son una por tres; pero si colocas tres neuronas juntas, ya no se comportan igual las tres. Si eso lo trasladamos a los, aproximadamente, cien mil millones de neuronas que tiene el sistema nerviosos humano, uno ve la complejidad del problema del que hablamos. Entender el cerebro en su conjunto es lo que nos falta, es decir, cómo pensamos, cómo sentimos, cómo amamos, cómo recordamos... son lo retos que se están ya desvelando y en base a los estudios que ya tenemos, podemos decir que se está tocando con la punta de los dedos el conocimiento de ese sistema de funcionamiento en su conjunto. Para que esto ocurra, pienso que lo que tiene que haber es un avance tecnológico del que ahora no disponemos.

­¿La pérdida de neuronas es algo inevitable a medida que envejecemos?

Sí. Lo que ocurre es que la pérdida de células es una regla general en el sistema nervioso y en todos los sistemas. El problema es que en todos esos sistemas, menos en el cerebro, de alguna manera esas células que se pierden se van recuperando. En el cerebro la presencia de células pluripotentes o células madre es muy escasa, puede haber alguna, pero en general la regla es que no hay regeneración, de manera que cuando se pierde una neurona, es neurona perdida. Decía Cajal que la naturaleza nos había dotado de un conjunto de células limitado y con ésas teníamos que tirar toda la vida. Estamos perdiendo células continuamente, las conexiones entre ellas, y cuantas más perdemos peor es nuestra capacidad de pensar, estudiar, etcétera.

­Para otro tipo de enfermedades hay tratamientos médicos. ¿Hay alguna forma de enfrentarse a esa pérdida neuronal o es algo inevitable?

Es cierto que no se puede frenar, pero sí paliar, con lo que ya el propio Cajal definía como gimnasia neuronal. Es conveniente someter al cerebro a gimnasia, exactamente igual que se somete a gimnasia al músculo. Hay una estadística muy interesante que dice que si usted ha hecho una carrera universitaria parece que tiene diez veces menos de posibilidades de desarrollar Alzheimer que si no la ha hecho y todo porque una persona universitaria tiene una actividad intelectual mayor. Someter al cerebro a gimnasia es bueno para no perder capacidad cognitiva. La gente que a los sesenta o sesenta y cinco años la ves sentada al sol, sin mayor actividad y cara de aburridos, esa gente se deteriorará rápidamente.

­Menos tele y más sudoku, como leía estos días en un artículo sobre salud.

Es verdad. Ver la televisión no requiere mucha agudeza intelectual. Leer, en cambio, es un acto activo. Un sudoku, una sopa de letras, un crucigrama... todo lo que lleve una actividad de pensar.

­Más de uno se preguntará si aún está a tiempo de entrenar su cerebro.

(Ríe) Siempre se está a tiempo. El sistema nervioso tiene la capacidad de cambiar. Cajal decía que el ser humano si se lo proponía podía ser escultor de su propio cerebro, pero lo que era una osadía a finales del siglo XIX, hoy está demostrado. La actividad hace más robustas las conexiones entre las neuronas.

­Lo habitual es relacionar la investigación cerebral con fines terapéuticos a enfermedades como el Alzheimer, Parkinson, pero no a las de carácter mental, cuando estas últimas están también muy ligadas al funcionamiento de nuestro cerebro.

Naturalmente. Hablo de enfermedades del cerebro porque unas llevan a lo otro. En general, las enfermedades neurodegenerativas, al final, devienen en una demencia y ésta es una enfermedad de la mente. Cualquier enfermedad del cerebro afecta al alma de lo que uno es, porque el cerebro genera el comportamiento y si éste está enfermo, el comportamiento no es correcto.

­¿Llegará un día en que podamos prever todas estas enfermedades, mentales o neurodegenerativas, y prevenirlas?

Yo creo que sí. Sería, además, muy deseable. La historia de la medicina ha pasado de ser una historia curativa a preventiva. En el cerebro pasa igual. El problema es que predecir si una persona va a estar enferma o no es difícil, aun cuando desde el punto de vista del experto puede predecirse ya si esta persona tiene ahora mismo unos rasgos que dentro de diez años pueden, o no, desarrollar unParkinson. Yo no tengo ninguna duda de que en el futuro se podrá predecir que una persona vaya a desarrollar una demencia en base a la estructura de su sistema nervioso, en base al funcionamiento, quizá con diez o quince años de antelación. Ahora mismo, esas técnicas aproximadamente están, y con un poco más de investigación probablemente se logre. Seguro que se producirá.

­¿Y qué papel jugará en todo esto la investigación en células madre?

Las células madre son una esperanza que hay que explorar, pero que no debemos olvidar que está en los albores. Es una puerta que no se puede cerrar, pero todavía está por ver si esa esperanza es real.

­¿Estamos ante una esperanza o ante la esperanza?

No lo sé. No me atrevería a decir que es la esperanza, sino una más. -


 
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