Serenidad, fotogenia, dominio del tiempo, fortaleza mental, discurso estructurado, aparente seguridad. Esto es lo que transmite Natascha Kampusch, la joven que ha permanecido encerrada ocho años en manos de un secuestrador que al saber de su huida se suicidó. A todos nos ha conmovido esta historia. A todos nos deja estupefactos su resolución ante las cámaras, la aparente facilidad con la que ha superado el trauma, cómo lo ha digerido, cómo lo ha racionalizado y su fluidez parlamentaria. En un zulo, al que entró cuando tenía diez y saliendo a punto de cumplir los dieciocho, parece que allí, su verdugo se convirtió, también, en su instructor. ¿Se podrá decir de un caso extremo de Pigmalión?

Sin conocer apenas su imagen, la noticia provocaba escalofríos. Verla ante las cámaras, tan lozana, tan expansiva, tan locuaz, nos coloca ante todas las dudas. Ante las más positivas, las más pesimistas, las más alucinantes. El cerebro de los seres humanos, o al menos el cerebro de esta joven ha sido capaz de librar una batalla mental a muerte contra su opresor, contra su verdugo, pero también contra alguien que le ha acompañado durante ocho años, que ha sido su única referencia. Escondida, con un ventilador perenne, con las noticias del mundo exterior cercenadas, parece que ha sobrevivido y lo ha hecho sin aparente deterioro, con una actitud moral ante la vida que nos descoloca.

En el otro extremo llega lo que ahora mismo sucede, este espectáculo mediático en que se ha convertido, la ingente cantidad de euros que está recibiendo, su fama, su notoriedad. Perdonen el exceso: ha pasado de un secuestro individual a otro mediático. Esta adorable Natascha, se va a convertir en nuestra Natascha, en una obsesión colectiva, y todavía se espera de ella que dé detalles de su secuestro, que nos cuente interioridades, perversiones, morbosidades. Y por último, así, en un fallo de mi sistema nervioso central se me ocurre que estamos asistiendo a una farsa, que todo es mentira. Lo siento, es tan fuerte mi alucinación, que me parece que esta joven que veo hablar con esa solvencia viene de una sesión con el profesor de interpretación y no del siquiatra. Maldita televisión. -