Para Micaela Portilla, soltera y sin hijos, sus sobrinos eran parte muy importante en su vida. «El primer recuerdo que tengo de mi tía es que nos llevaba a todos los primos a recorrer, junto a ella en un taxi, todos los pueblos de Araba ­revive Juan Ibarrondo­. Le ayudábamos a medir las torres y las casas fuertes, y lo que para nosotros era un juego para ella era su trabajo. Aprendimos mucho de arte e historia gracias a ella».

Micaela Portilla realizó estudios de Magisterio y la carrera de Filosofía y Letras. Se licenció con la tesina “Torres de Mendozas, Guevaras y Ayalas de Alava” en la Universidad madrileña en 1954, preludio de una de sus obras fundamentales, “Torres y casas fuertes en Alava” (1977). Gran apasionada de la historia y el arte, la bibliografía de Portilla es inmensa. Unas simples frases quedarían escasas para englobar todos los estudios, artículos, libros o colaboraciones que publicó.

Cabe resaltar que su carácter pedagógico, que compaginó con el de investigadora, primó en la escuela de Untzilla (Aramaio) en 1945, después en Zalla, Agurain, y como directora de la aquel entonces recién creada Escuela Normal (la Escuela de Magisterio) en la que ejerció de directora, hasta que en 1964 se trasladó a la Escuela Universitaria Pablo Montesinos, de la que no regresaría hasta su jubilación en 1987.

Catalogo de la diocesis

Ibarrondo resalta la gran memoria de su tía. «Tenía la capacidad de acordarse de los mínimos detalles de la vida de los personajes históricos. Estábamos en casa y entraba hablando, por ejemplo, de Canciller Ayala, tal y como si se lo hubiera encontrado por la calle ­narra su sobrino­. Era capaz de contarte su vida con todo detalle y esa memoria increíble la mantuvo hasta el final de sus días».

Aparte de su gran capacidad para investigar, estudiar e impartir clase de historia y arte, Micaela jamás fue pretenciosa y sirvió de ayuda a todo aquel que se la pidiera. Felicitas Martínez de Salinas, del Departamento de Historia del Arte del campus de Araba, subraya cómo Micaela era toda una referencia para los alumnos que, una vez acababan su carrera, estaban un tanto perdidos. «Yo misma acabé la especialidad en Valladolid en el 78-79 y me dirigí a ella ­aporta­. Su casa era la casa de todos. Siempre te abría las puertas para que le hicieras cualquier consulta».

Por su gran vocación divulgadora, así como por su personalidad afable y dispuesta a trabajar, Micaela aceptó gustosa la propuesta del obispo de Gasteiz cuando éste le planteó crear un catálogo del patrimonio diocesano con motivo del centenario de la Diócesis. El “Catálogo de la Diócesis” es otra de las grandes obras de Micaela. Desde 1968, que se editará el primer tomo hasta el día de hoy (el IX tomo, próximamente), el catálogo es fruto de la constancia del trabajo de Micaela, si bien, junto a ella, colaboraron otros nombres. «¿Quién tomará ahora las riendas de este trabajo?», se cuestiona Martínez de Salinas.

Ibarrondo incide en que si bien Micaela era religiosa y creyente, «no se perdía en su torre de marfil de la historia y para nada era mojigata. Tenía mucho contacto con los jóvenes y era muy abierta».

Donacion al alcance

Fue tan extensa su obra en diversos campos como la historia, el arte o la arquitectura, que su vida profesional se vio galardonada en constantes ocasiones con menciones como doctora Honoris Causa por la UPV-EHU, socio de mérito de la Bascongada, colegiada honoraria del Colegio Oficial de Arquitectos vasco-navarro o el Premio Manuel Lekuona de Eusko Ikaskuntza, entre otros.

«Perteneció a una generación de investigadores vascos como Barandiaran o Caro Baroja, que llevaban a cabo investigaciones de una manera más histórica-científica. Tenía muy claro que el pueblo vasco contaba con una raíces históricas ­informa Ibarrondo­. Por eso, todos decidimos donar su obra a la Diputación de Araba. Ella hubiera querido que ese material estuviera al alcance del público y de los jóvenes». La Casa de Cultura Ignacio Aldecoa guarda su fondo y también objetos personales. «Fue una persona extremadamente generosa en la investigación. Y este legado es una gran posibilidad para los investigadores», subraya Teresa Castro, directora la Biblioteca gasteiztarra.-

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