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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-12-22
Juan María Uriarte - Obispo de San Sebastian
«Busca la paz y corre tras ella» (Sal 33)

El deseo de paz es en nuestro pueblo un anhelo universal. La convicción de que el camino hacia la paz está atravesando un momento difícil y delicado ensombrece asimismo a muchos de sus amigos.

El Adviento es tiempo de esperanza. La Navidad cristiana ya próxima celebra la venida del Dios de la paz. El espíritu del tiempo litúrgico y los temores del momento presente nos mueven a ofrecer a los creyentes y a todos los que quieran escucharnos una reflexión encaminada a proponer algunas actitudes y comportamientos que apenas admiten demora si queremos caminar hacia la paz.

1. Mantener la esperanza de la sociedad

Avances truncados, gestos desconcertantes, inmovilismos difícilmente comprensibles ponen a prueba la esperanza de muchos, que viven entre el sobresalto producido por frecuentes noticias preocupantes y el alivio generado por algunos signos alentadores.

A pesar de esta incertidumbre, en una notable mayoría subsiste una esperanza básica que no es puro voluntarismo. Voces autorizadas sostienen, aunque con una cierta cautela, que existen motivos reales para mantenerla viva.

La esperanza de un pueblo es un poderoso resorte para alcanzar la paz. Sostiene el ánimo y la energía para procurarla. Pero no es una mina inagotable. Puede desfallecer. Jugar con ella produciendo zozobra o sembrando escepticismo, es indigno e irresponsable. Quien con sus actos y omisiones pusiera en serio peligro la andadura hacia la paz, demoliendo de este modo su ardiente esperanza, contraería ante el pueblo, ante la historia y ante Dios una gravísima responsabilidad.

2. Recuperar la confianza entre los interlocutores

Los analistas califican la situación presente como crisis de confianza recíproca. Las expectativas creadas y no satisfechas parecen haber provocado un fuerte recelo mutuo acerca de sus verdaderas intenciones.

Todo itinerario hacia la paz camina sobre la calzada firme de una mutua confianza que, aunque atraviese fases delicadas y vacilantes, se va tornando cada vez más sólida. Esperamos confiadamente y pedimos con apremio a los principales responsables que la crisis actual sea superada y renazca la confianza mutua.

Recuperar la confianza reclama ofrecer signos inequívocos de una auténtica voluntad de paz. Tales signos producen una distensión, bien necesaria en estos momentos. El cese total de la «kale-borroka» y algunas medidas penitenciarias de carácter humanitario serían unas primeras señales prometedoras.

3. Asentar un diálogo sólido y leal

Lamentablemente los diversos interlocutores parecen comunicarse más a través de los medios de comunicación social que por un diálogo franco y discreto. Con este proceder, lejos de acelerar y favorecer el verdadero entendimiento, lo retardan y lo hacen más difícil.

El auténtico diálogo es signo y generador de confianza y vía necesaria para consolidarla. Disipa desencuentros y acerca personas y posiciones. Nos ayuda a autocriticarnos y a colocarnos en el punto de vista del otro. Es capaz de convertir una confrontación destructiva en un acuerdo constructivo. Humaniza los conflictos. En el diálogo aconte- ce en muchas ocasiones el paso del grito a la palabra: «El diálogo se presenta siempre como instrumento insustituible de toda confrontación constructiva, tanto en las relaciones internas de los Estados como en las internacionales» (Juan Pablo II).

4. Disipar maximalismos e inmovilismos

El diálogo suele bloquearse con frecuencia porque los interlocutores, condicionados por el entorno, no renuncian a aspiraciones maximalistas o no se apean de posiciones excesivamente rígidas. La paz posible reclama una pronta renuncia a ambas actitudes. La grandeza de ánimo para recortar aspiraciones y el coraje para flexibilizar posiciones desatascan los bloqueos que, si se prolongan, pueden acabar arruinando los procesos. Comprendemos que resultan muy costosas las dos actitudes requeridas. Pero la paz es un bien superior que merece y necesita estas renuncias.

5. Renunciar a tutelas y obstrucciones

Esta sociedad no necesita el uso o la amenaza de la violencia que le urja a reclamar sus derechos ni a cumplir sus obligaciones. Al contrario: la violencia ejercida real o potencialmente es frontalmente contraria a la paz y adultera cualquier camino hacia ella. Debe, por tanto, desaparecer sin contrapartidas. «La paz se basa en el respeto de todos... El derecho a la vida... no está sometido al poder del hombre» (Benedicto XVI).

A la paz no se opone la crítica a los procesos en curso, pero sí la obstrucción sistemática de los mismos. No hay intereses de partidos ni ambiciones de logros políticos que justifiquen moralmente un entorpecimiento semejante. A los ciudadanos nos toca colaborar con nuestro apoyo sincero y nuestra crítica leal con aquellas pautas pacificadoras, que corresponde señalar a la legítima autoridad.

Conclusión

Es preciso salvar la paz. Lo requiere el inmenso sufrimiento que ha generado y sigue generando la confrontación destructiva de la que queremos salir definitivamente.

El Hijo de Dios que, al nacer entre nosotros, se hizo solidario de todo sufrimiento humano, nos invita con apremio a la solidaridad. No podemos resignarnos a que se derrame en adelante una sola gota de sangre más. No debemos tolerar que nadie vuelva a sentir sobre su cabeza la zozobra de la amenaza. Los cristianos queremos estar cerca de todos los que lloran a sus seres queridos violentamente arrancados de la vida y de todos los que sufren porque tienen a los suyos «muy lejos o muy dentro».

Nos aflige nuestra situación, pero no queremos enclaustrarnos en ella. Seguimos con preocupada aten- ción la tragedia de otros pueblos de la tierra azotados y desangrados por conflictos crueles e inacabables. Queremos ayudarles con nuestra oración y nuestra cooperación. La liturgia de Navidad nos recuerda que Jesús nació «en medio de la noche». Pedimos para estos pueblos que nazcan la justicia y la tranquilidad en medio de su noche. Y para nosotros, que se vaya abriendo paso, en esta aurora esperanzada pero aún incierta, la luminosa mañana de la paz. -


 
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