El de ayer, sin duda, fue un buen día. Tres buenas noticias hicieron que un miércoles gris pareciera radiante.
Buena noticia fue que ETA anunciara un alto el fuego permanente, porque cuando una organización política que desde hace décadas se ve obligada a desarrollar la lucha armada entiende que puede seguir su combate sin las armas, hay que entender que algo va bien. Y no precisamente para quienes movieron a ese movimiento político a la insurrección armada.
Tan buena noticia como la anterior fue escuchar la emoción, al otro lado de la línea telefónica, de la madre de un buen amigo, preso por causa de la demanda vasca. La esperanza, la emoción, la confianza en los compañeros libres de su hijo, son demasiado intensos para que el aguafiestas de turno trate de hacerlas borrar con una descalificación tabernaria. Aunque el aguafiestas sea el líder de la derecha fascista de siempre. Ellos siempre se alzaron en armas contra el pueblo cuando el pueblo quiso decidir libremente. Retomen los libros de Historia.
Y fue un buen día porque, además de todo lo anterior, nos permitió recordar con una sonrisa cómplice a amigos, compañeros, familiaresŠ que sufrieron lo indecible. Y es que hoy podremos llorar con íntima alegría a los que quedaron en el camino sin llegar a ver este escenario. Yo, lo reconozco, he llorado por Jon, aquella inmensa humanidad y ejemplo que en sus últimos días levantó el puño en Anoeta y nos animó a seguir, sin tentación de desánimo, por el camino emprendido por sus compañeros.
Pero además, el anuncio de ETA obliga a una reflexión: Zapatero estaba equivocado. Cuando dijo hace escasas semanas que estábamos próximos al «inicio del comienzo del fin», el presidente español se equivocaba de lado a lado. El hablaba del final de la actividad armada de ETA. Se equivocaba. Porque lo que es verificable es que hoy estamos ante el inicio del comienzo del finŠ de la negación del derecho de los vascos a decidir. Y cerca también del inicio del comienzo del fin de la terca y absurda negativa a reconocer que Euskal Herria, o sea, el pueblo vasco, existe. Les ha costado décadas, pero parece que, después de tanto sufrimiento, alguien ha entrado en razón. Los vascos somos eso: vascos. Y tenemos derecho a decidir. Ahí está la clave de la paz. Vivimos el momento de ilusión, pero no cabe dormirse en tan frágil laurel. Hay mucho por hacer. Con ilusión y energía. -