Dominique de Villepin tiene desde ayer un récord en su haber. A la cabeza de un gobierno que no ha sido capaz de atajar los problemas sociales y económicos que acucian a un Estado francés que pierde gas en el contexto europeo y mundial, el primer ministro podrá presentar al menos una estadística que destaque sobre las demás: es el jefe de Gobierno que más manifestantes ha logrado sacar a las calles, eso sí, en su contra, desde hace al menos dos décadas.

Sin llegar a avalar datos como los aportados por la dirección de la CGT, que en plena euforia movilizadora estimaba que unos tres millones de personas secundaron las protestas en las calles, es evidente que una multitud de ciudadanos salieron a las calles de las principales ciudades del Estado francés para lanzar un mensaje claro al Gobierno: que retire de inmediato el Contrato de Primer Empleo. Tanto convocantes como medios de comunicación coincidían en destacar la gran respuesta ciudadana a la convocatoria, muy por encima de la registrada en la última gran jornada movilizadora del día 18.

Baiona desbordó con creces la capacidad de convocatoria demostrada por anteriores protestas al acoger en sus calles a más de 10.000 personas, en una marcha que atrajo por igual a estudiantes, a empleados del sector público y a trabajadores de la empresa privada, y que marca un hito en la historia de movilización popular en la capital labortana. Del mismo modo, el llamamiento al paro tuvo una incidencia notable tanto en las empresas como en los sectores más sensibles, los de servicios públicos. Suspensiones de vuelos en el aeropuerto Biarritz, cese parcial de servicios de tren y autobús, cierre de centros escolares, ausencia de algunas cabeceras en los quioscos y alteraciones en la programación de radio y televisión, servicios mínimos en centros sanitarios... el paro contra el CPE alteró la vida ciudadana en Ipar Euskal Herria.

La jornada fue un éxito total para los convocantes y dejó más solo si cabe al impulsor del CPE. De Villepin erró el cálculo al imponer un contrato que, como rezaban ayer algunas pancartas, proporciona a los empresarios «jóvenes de usar y tirar». Y volvió a equivocarse al cerrarse en banda a la espera de que la contestación social se pudriera. Si el primer ministro no cambia de actitud y retira su proyecto, la calle que le ha chafado esas cuentas y erosiona ya los cimientos de su gobierno puede hacer que se pudran incluso sus cálculos electorales.