Pablo Antoñana
Azkenean
Miedo me da echarme al agua sin salvavidas en asuntos que, como el común de los mortales, ignoro sus intríngulis, aunque los barrunto, presumo, con la orientación que me proporciona el solo instinto. Y algunas lecturas apasionadas de libros de historia que hay que interpretar con lupa y darles otro sentido que el sesudo historiador pretende darle. La historia la escriben siempre los vencedores y, si rebuscan en textos escondidos, encuentran apoyos a su versión pretendida con ocultación de lo que no cuadra con su idea de los hechos. Dicen, los que a su cuerda no pertenecían, claro, de Menéndez Pelayo que una vez utilizados los documentos a los que él únicamente tenía acceso, si no se acomodaban a su tesis, los quemaba. Entonces, y acabo con el exordio, siempre nos movemos en el caos y la confusión, caminando entre sombras y dudas.Digo de la tregua. Cunde la ilusión, la esperanza, la duda, la desconfianza, y un sin fin de pliegues y arrugas encubren su sentido. Llevo días leyendo y oyendo, y me produce tristeza mucho de lo leído y oído. En ocasiones veo que, para algunos, quizá muchos, estamos donde estábamos, donde siempre estuvimos. No existe problema, conflicto, o como se le llame, en el «país de los vascos» o, si se prefiere, Euskal Herria, palabra no inventada en tiempos modernos, como los de siempre malintencionadamente sostienen, sino que ya está en el “Testamentu Berria” (1575) de Leizarraga. Según los mismos, Navarra no fue conquistada por el duque de Alba a sangre y fuego, destruidos sus castillos por orden de Cisneros y mantenida una ocupación militar de más de cien años (lo dicen Puy Huici, Idoate, historiadores de fiar para quienes sostienen que la «anexión» a Castilla fue «feliz y pacífica», pacto entre dos, ex aequo, algo así como lo de Puerto Rico, Cuba o Filipinas por nuestros recientes amigos yanquis, los del Maine). Habría que buscar ahí, digo siendo lego en muchas materias y en ésta también, algún remoto antecedente del conflicto actual, pues los ataques de Godoy y los Borbones (jacobinos) a la estructura jurídica del reino de Navarra provocaron el carlismo y sus sucesivas derrotas. Desde el abrazo o convenio de Vergara («art. 1º.-Don Baldomero Espartero recomendará (...) proponer a las Cortes la concesión o modificación de los fueros») el carlismo se convirtió en foco de insurrección, pústula infecciosa que contaminó todo el siglo XIX y la mitad del XX. En dos sangrientas ocasiones el Ejército del Norte combatió y fue combatido, guerrilleros montaraces lo pusieron en aprieto, los evocó líricamente Valle Inclán, anarquista sui generis que nunca renunció al carlismo. Y del carlismo llano, el de los soldados rasos, dijo Unamuno: «aquel empuje laico, democrático y popular (...) de fondo socialista y federal y hasta anárquico», coincidiendo con el Plan de Indalecio Caso, presentado a Carlos VII en Metauten y no atendido, que decía entre otras cosas: «suprimir la policía asalariada y que los hombres honrados ejerzan por sí mismos la vigilancia pública». Karl Marx, de todos conocido, escribió: «...el tradicionalismo carlista tenía unas bases auténticamente populares, nacionales, de campesinos, peque- ños hidalgos y clero, en tanto que el capitalismo estaba encarnado en el militarismo, la aristocracia latifundista y los intereses secularizados». En nuestros días Antonio Elorza nos dice: «...los jornaleros de la tierra baja, donde el carlismo es opinión radicalmente democrática con puntos y ribetes socialistas». Vazquez de Mella pronosticó: «cuando los carlistas marchen a casa engrosarán las multitudes socialistas». Añado otra cita, la de Kenett Barringhton, médico inglés y protestante en el hospital de la Caridad de Hirache, que escribe a su madre sobre los voluntarios: «...they are also fighting for their liberties and fueros». («están también luchando por sus libertades y fueros»). Item más, la Segunda carlista sirvió para saber que el mapa dibujado por el licenciado D. Francisco Jorge Torres en su “Cartografía hispano científica” (1853) en que dividía a Castilla-España en «provincias exentas (las vascongadas y Navarra), asimiladas y constitucionales», ya no tenía sentido ni vigencia. Se vuelven a podar los «fueros vascos». Viene en 1893 la protesta multitudinaria de la Gamazada, y en el café Iruña de Pamplona los hermanos Arana diseñan la bandera bizcaitarra, luego convertida en ikurriña. Y el republicanismo federal vasco de Serafín Olave, y la Confederación Vasco-navarra para el Congreso. Y el problema sigue. Omito hablar del Estatuto vasco-navarro y otros intentos de reintegración foral. En el siglo XX sigue vivo el carlismo, hasta que en el 36 se hacen irreconciliables los dos, el de Arana y el otro. Con el problema en pie, el general Franco declara «provincias traidoras» a Bizkaia y Gipuzkoa, se salvan Araba y Navarra, partícipes principales en la «rebelión militar». El general, con su represión y el «hable en cristiano», sin él saberlo ni presumirlo, enfatizando el «nacionalismo español fundamentalista», el del «nacional catolicismo», hace a favor de los nacionalismos periféricos más, mucho más, que los discursos, panfletos, soflamas, y otros entusiasmos de sus defensores. Al fin habrá de recono- cerse, después de la dura represión, que al general le salió el tiro por la culata. El mismo general que no quiso diálogo con la República legalmente constituida y le exigió «rendición total y sin condiciones» y firmó su último triunfal parte de guerra: «vencido y derrotado el ejército rojo (...) nuestras tropas han alcanzado sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado». Pero no acabó, y se procedió a purga o escarda entre los vencidos con los fusilamientos que nadie, ni la gente moderada ni la Iglesia católica, denunció por aquellos días. Todavía, qué vergüenza, se buscan por los campos y cunetas los huesos de los muertos por tiro de fusil sin que sea reconocida la ignominia. Al menos en Navarra, por donde no pasó la guerra, se sabe que fueron tres mil doscientas las «víctimas olvidadas y no reparada su afrenta». Y los restos del carlismo, definitivamente perdidas todas las guerras, la última del 36, se disiparon entre la derecha posfranquista, el PSOE y el vasquismo . El problema, digo, sigue en pie, sangre, sudor y lágrimas, sufrimiento, y va siglo y medio sin cerrar la herida. Ya sé que dirán que ahora es distinto, borrada la devastación de los pueblos navarros en el 1836, en el 1876, y la cruel matanza del 36 ya pasó, hay que olvidar, sus víctimas hace mucho tiempo que lo fueron. Es distinto y ya estamos en el hoy, en la tregua, aunque pasados pocos días; se leen y oyen las voces discordantes, los que dicen no existir problema, los que recuerdan a sus muertos, víctimas, olvidan a los otros muertos, también víctimas, y no quieren olvidar, «perdono pero no olvido». La misma radio de la Conferencia Episcopal Española, con su voceras en cabeza, echa leña al fuego, ignora las enseñanzas de Jesús de Nazaret, periódicos que se dicen católicos tampoco están dispuestos a buscar el entendimiento y la paz. A uno de esos periodistas de talla le he leído: «no quiero la paz pues no estoy en guerra». Muchos preguntados en periódicos que se dicen «independientes» dicen igual. Son los mismos que predican eso de «hay que olvidar», y lo piden a cuantos, víctimas del franquismo, padecieron en reprimido silencio por más de cuarenta años. Dicen:«eso es distinto, muy distinto», y les obligaron a olvidar, aunque la Comisión Permanente de la Asamblea Parlamentaria de la Unión Euro- pea haya aprobado la «condena internacional del régimen franquista en el que se produjeron múltiples y graves violaciones de los derechos humanos entre 1936 a 1975». Pero eso es distinto, distinto. Llevamos más de siglo y medio de cruenta guerra civil. Acabo reproduciendo el texto de la viñeta de Forges en “El País”. Las dos viejitas, con su pañolón anudado a la cabeza y sus chepas dibujadas, hablan. Una de las dos pregunta: «¿qué dicen?». La otra: «que se ha acabado la última guerra carlista». Y la primera: «gensanta ya era hora». Parece que Forges tiene una visión parecida a la de este servidor de ustedes vosotros, qué le vamos a hacer. Que Dios misericordioso ilumine las mentes y los corazones de quienes tienen en sus manos la decisión. Y si no, a volver a esperar. -
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