Sería razonable empezar diciendo que en el reino español la tasa de temporalidad laboral se eleva al 33%. Pero no vamos a hacerlo. Tal vez preocupados por lo que se ha manifestado en la vecina república francesa. El general De Gaulle abandonó Francia, en pleno 68, para ir a Baden Baden, en Alemania, junto al lago Constanza. En esta ocasión, marzo de 2006, el presidente Chirac ha renunciado a su viaje a Le Havre para encerrarse en el Eliseo. En ambos casos, se manifiesta claramente una crisis en el régimen democrático francés. Se dice satíricamente, con referencia al gallo como símbolo del país galo, «el gallo canta, pero es la gallina quien pone los huevos».
Y, mientras que el primer ministro Villepin se obstina en mantener su Contrato de Primer Empleo, como la única tabla de salvación para los jóvenes franceses, su compañero de gabinete, N. Sarkozy mete descaradamente una de cal y otra de arena pidiendo en su página web la adhesión al decreto de su colega Villepin, al tiempo que públicamente solicita también que se suspenda el detestable contrato, absolutamente impugnado y rechazado por los ciudadanos franceses.
El Contrato de Primer Empleo se establece para los jóvenes menores de 26 años y que vayan a ser empleados por empresas de más de 20 trabajadores.
Tiene un periodo de prueba de dos años.
Durante este periodo, el joven trabajador puede ser despedido, en cualquier momento, sin razón alguna, a través de simple carta certificada. En este caso recibiría una indemnización equivalente al 8% del total del salario percibido.
Lo que está ocurriendo en Francia, no es una protesta con el único objetivo de suprimir el CPE. Se trata, según todas las opiniones, salvo las ministeriales, de una revuelta general, cuyo desenlace es natural que desconozcamos.
El que fue primer ministro socialista, Lionel Jospin, fue eliminado en la primera vuelta de las elecciones de 2002. En junio del 2005, los franceses rechazaron la Constitución europea. En noviembre del mismo año, ardían los suburbios de París. Actualmente los franceses se manifiestan en completa discrepancia con el Gobierno, mientras que sus dirigentes entonan la lamentación del más rancio conservadurismo. El Gobierno francés ha puesto sus pies en pared para aguantar el tirón de estudiantes y sindicatos obreros que no se esperaban en absoluto. No obstante, el presidente Chirac, en la clausura del Consejo de Europa mantuvo que «Cuando una ley ha sido votada en el Parlamento, debe ser aplicada».
Mientras tanto, los estudiantes cierran filas. «Se nos enseña en la escuela que nada se decide sin negociación, y, eh aquí que un ministro irreflexivo hace todo lo contrario». «Los estudiantes de los liceos somos minoría, pero cada vez somos más».
En Marsella, como en Iparralde y en toda Francia, los veteranos, profesores y padres se unen bajo el mismo lema. «Hay que apoyar a la juventud». Los trabajadores se unen a los estudiantes. «La presencia de trabajadores supone para nosotros una considerable ventaja. Esto significa que no estamos equivocados».
Los jubilados, debilitados por la ley Fillon de 2003, sostienen también a los jóvenes. «Si a los jóvenes mandan a galeras, nosotros estamos ya en la miseria».
La Intersindical de las 12 organizaciones de trabajadores, escolares y universitarios que dirigen la campaña de la retirada del CPE en Francia, ha convocado el mismo día 29 una nueva jornada de huelga y de manifestación para el 4 de abril, solicitando, al mismo tiempo, al presidente Chirac que «utilice sus prerrogativas constitucionales para que el CPE sea retirado». La Intersindical al completo se han manifestado determinados a ampliar la movilización (¿más de tres millones de manifestantes?) y advierten al Gobierno que no sucumba a la tentación de un pulso de fuerza contra escolares y universitarios.
Todo ello cuando, incluso la patronal, se ha manifestado de acuerdo con el contrato de Villepin, pero sin el periodo de prueba de dos años, y, sobre todo, sin la cláusula que autoriza el despido sin necesidad de justificación alguna.
El sociólogo Denis Merklen mantiene que desde los años 80, la izquierda francesa, partidos y sindicatos, están convencidos de que las elecciones se ganan en las posiciones de centro. Esa misma izquierda que defendió el sí a la Constitución europea ha perdido el tren del convencimiento de la mayoría de que Europa no constituye esperanza alguna para mejorar la situación de los más desfavorecidos.
El nuevo contrato de trabajo se ha manifestado como una brecha excesiva, que se ha abierto en las garantías sociales conseguidas por los trabajadores.
En el fondo del decreto, y de la actitud del Gobierno, se halla el modelo económico, neo, ultra liberal, iniciado ya hace años en EEUU y Japón. Su eje fundamental de actuación reside en la máxima que supone que un país es más rico, cuanta más cantidad de productos elabore, sin límite alguno y año tras año.
Su segunda bisagra es el convencimiento de empresarios y clase dirigente de algo tan simple como ridículo: de que los costes de los productos fabricados se reducen únicamente disminuyendo los salarios de los trabajadores.
Ese mismo modelo ultra liberal de los países denominados demócratas, del mundo industrializado, mantiene como modelo y ejemplar político la vuelta a las monarquías absolutas con su eslogan de todo para el pueblo, pero sin el pueblo.
La democracia la arrinconan al «poder» otorgado, concedido al pueblo, de poder votar en las elecciones que ellos mismos, en ejercicio de su poder impúdicamente usurpado al pueblo, no sólo manejan sino que manipulan.
Ese modelo ultra liberal de Estado tanto en Europa, como en EEUU y Japón, se sustenta sólidamente en el temor de los súbditos, que no ciudadanos. Temor engendrado por los constantes y pertinaces medios represivos de leyes, juicios, y órganos represivos tanto policiales como carcelarios.
Que la tasa de paro de los jóvenes, calculada dentro de la población activa, sea del 28%, poco importa.
«La precariedad de la situación de la juventud, consiste en tener que esperar entre 8 y 11 años para conseguir un empleo estable, que se asocia con una vivienda, con la posibilidad de acceso al crédito y la instalación en la vida». Esto es lo que se puede leer en la página de internet del primer ministro Villepin.
Francia y el Reino de España se situaban en 2004, en su tasa de paro juvenil, por encima no sólo del Reino Unido, sino también de Bélgica, Alemania, Estonia, Lituania y la República Checa.
No estaría de más recordar que en el Reino de España existen dos tipos de contratos laborales, el «even- tual por circunstancias de producción» y el «contrato de obra o de servicio determinado» que son amplia y vergonzosamente utilizados por los empresarios, con la connivencia de ciertos sindicatos, de la manera más descarada y abusiva.
El hecho de que la «economía» haya impregnado la vida de los hombres, señala Serge Latouche en su obra “El invento de la economía” no nos hace sino descubrir nuestra condición de deudores, de morosos y de sufridores.
La «economía» nos hace ver el mundo a través de los prismas de la utilidad, del trabajo, de la competición, de la competitividad y del crecimiento sin límites. Y en los países industrializados hemos asimilado el valor del trabajo, del dinero y de la competición, construyendo un mundo donde nada tiene más valor que el dinero, y donde absolutamen- te todo tiene un precio. -