Jon Odriozola - Periodista
La taberna del «Chat noir»
Mis finas pituitarias habían detectado unos imprecisos olores cismundanos. «Yo no he sido», dijo mi compañero de habitación, un viejo pelotari. Llevábamos dos días en un hospital aquejados de protervos achaques. «Tengo que investigar esto», me propuse. Harto de leer “Mortadelo” y “Mandrake”, me metí en honduras, o sea, acometí la lectura de “El Código Da Vinci”. Eso me obligó a peinarme y dejarme una interesante barba. Mi aspecto era cabal. Sobre las doce de la noche, cuando el silencio sólo era roto por carraspeos y un quejido agónico de un paciente que «ponía los pelos de punta», que dirían los originales maestros de la narrativa Javier Marías, Muñoz Molina, Reverte o Rosa Montero, me aventuré por un pasillo y algo espeluznante que no consiguió que vomitara porque no me gusta ensuciar moquetas de la Seguridad Social. ¿Que qué vi? Cuatro personas jugando al naipe, una de ellas hembra. Eran enfermeros. Ni eran extraterrestres ni yo Scully. ¡Pero era de allí de donde emanaba el apestoso olor! Me acerqué y sólo oí esto: «envido cuatro a mayor». Dios mío, exclamé, ¿serán miembros del Priorato de Sión y el número «cuatro» también eran cuatro las personas una clave en la «secuencia de Fibonacci»? Excitado, noté que me fui de bareta lo que, unido a la pestilencia de aquel cuarto, volvió la atmósfera francamente desagradable. Del Loto Blanco no podían ser porque no eran chinos. ¿Serían Caballeros Templarios o tal vez Hospitalarios dado que estábamos en un hospital? Regresé a la gela y desperté a mi camarada. «Ya sé de dónde vienen esos sulfúricos hedores». Me bramó: «¡Me cago en tus muertos, cabrón, ahora que por fin pegaba el ojo!». «¡Calla, inconsciente dije, que te pueden oír!». «¿Pero quién, chalao?». Sombrío, dije: «Ellos». Hice mis cábalas y calibré su posible filiación. Podían ser adamitas, berengarios, del desaparecido Amaika de Ollerías Arriba, sabelianos, nabateos, zivaístas, ofitas, eutiquistas, pentecostales, cátaros, quizá ebionitas o del Oberena, auskalo. «O dice el pelotari que llegó a jugar con los Juaristi, o sea, los Atano antropósofos, hesicastas del monte Athos, o de la Golden Dawn, flagelantes o filadelfos o latitudinarios o su puta madre, tontolaba». Yo, como acólito de la Clavícula de Salomón, en estos tiempos de paparruchas esotéricas y seudohistóricas en que el libro es una mercancía más con promociones bárbaras, pedí el alta médica e imploré misericordia al bueno de Víctor Moreno Bayona, azote de Babelia, por cometer el vitando delito de caer en las garras de un listillo como Dan Brown. Fue un trastorno mental transitorio, si sirve la eximente. Ah, el título responde a un real cabaret parisino de fines del XIX, ducho en ocultismo y otras hierbas. -
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