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Gara > Idatzia > Iritzia > Ezbaika 2006-06-18
Mario Zubiaga - Profesor de ciencia política de la UPV-EHU
De entrada, no

El profesor Pérez Royo, uno de los pocos constitucionalistas españoles que razona con cierta sensatez, con la loable intención de finiquitar el eterno conflicto vasco, ha propuesto que se celebre aquí un plebiscito de autodeterminación como el de Montenegro. Recogiendo el espíritu de la ley de claridad canadiense y asumiendo las condiciones que se le han impuesto a aquella parte del pueblo montenegrino que deseaba separarse de Serbia, el sagaz catedrático propugna un referéndum en el que se consultara a toda la ciudada- nía de Euskal Herria sobre su voluntad de secesionarse de España y Francia. Es decir, una pregunta clara, independencia sí o no, una mayoría positiva cualificada, 55%, con un participación suficiente, 50%, darían lugar a un nuevo Estado europeo en este con- fín pirenaico occidental.

Cualquier independentista vasco se apuntaría gustoso a tal acontecimiento. Aunque sólo fuera porque la mera convocatoria de un plebiscito de autodeterminación, más allá del resultado, supondría reconocer la existencia de un pueblo dueño del derecho irrestricto a decidir su futuro político.

No obstante, tal propuesta no puede ocultar su verdadera intención, resumida en el viejo adagio político: sólo se convocan los referéndum que se piensa ganar. Pérez Royo puede imaginar lógicamente que dadas las actuales mayorías, un referéndum como el montenegrino celebrado simultáneamente en toda Euskal Herria no conllevaría un cambio del actual status quo. Los procedimientos nunca son neutrales o inocentes. La forma de tomar decisiones políticas, al margen de su contenido, define una relación de fuerzas determinada. Por eso, los modelos de consulta refrendataria que se están dando a conocer últimamente son deudores de los deseos y temores de sus proponentes. Nadie defiende un tipo de consulta que conduzca a la derrota de su reivindicación política o socave su posición hegemónica, véase si no la larga sombra del refrendo neo-estatuario que algunos socialistas y regionalistas querrían reeditar.

Independientemente del modelo refrendatario escogido, todos ellos tiene una desventaja: son juegos de suma cero. Uno gana, otro pierde. No hay término medio. Realmente, lo que está hoy sobre la mesa es, en cierta manera, una opción binaria clara: O se insiste una vez más en lograr que los nacionales vascos estemos cómodos en España y Francia o, por primera vez en la historia, damos a los nacionales franceses y españoles la oportunidad de vivir cómodos en una Euskal Herria soberana.

Esta última es la vía que defienden, defendemos, aquellos que siendo partícipes de la nación vasca queremos un nuevo marco político cuya legitimidad resida en la voluntad de la ciudadanía vasca, y que pueda ser refugio acogedor para sentimientos nacionales diversos, franceses, españoles, sólo vascos, o senegaleses, en una Europa cómoda para todos los pueblos.

Evidentemente, esta segunda vía tampoco pretende solucionar el conflicto nacional de una vez y para siempre. Tal pretensión, planteada como estrategia política concreta, no conduce sino a la negación del adversario, a una política antagónica que busca, antes o después, asimilar, si no aniquilar, al contrario. Decir que la sociedad vasca es nacionalmente plural es una perogrullada; decir que seguirá siéndolo durante mucho tiempo, pase lo que pase con sus marcos políticos, es una declaración necesaria.

Por tanto, si tan sólo se trata de gestionar mejor nuestro pluralismo nacional, ¿Qué ventajas tiene este segundo modelo respecto del primero?

Brevemente, dos argumentos:

­ La mejor gestión de la pluralidad cultural-nacional en un espacio político de menor tamaño. Como vemos, nadie discute la pluralidad de Euskal Herria. Un concepto-estandarte, el de la pluralidad, detentado, es decir, poseído ilegítimamente, por tantos y tantos que no asumen realmente su contenido. Lo que se trata de discutir ahora es el mejor modo de gestionar tal pluralidad. Sin duda alguna, la historia comparada nos demuestra que puede gestionarse mejor en espacios relativamente pequeños pero no asfixiantes, en los que la convivencia, el contacto mutuo inevitable, permiten un conocimiento mejor del otro. Euskal Herria es ya casi una Euskal Hiria, una polis con una ágora bastante manejable. Por tanto, en el marco general europeo de los derechos y libertades, hacer residir aquí los instrumentos políticos para la gestión de la pluralidad se me antoja más adecuado que intentar gestionarla en el ámbito de los actuales Estados. Patxi López y Arnaldo Otegi pueden llegar a acuerdos de convivencia, Alfonso Guerra y Otegi, difícilmente. Simplemente se trata de aplicar el principio de subsidiariedad no sólo a la gestión pública administrativa, sino también a la gestión del pluralismo identitario.

­ Las fuerzas sociales que en este País están por un cambio político de estas características son los mimbres imprescindibles para una articulación hegemónica progresista. Las fuerzas sociales y políticas realmente progresistas, sean o no nacionalistas vascas, las facciones partidistas más comprometidas con los derechos y libertades y con la justicia social, pueden articularse sin gran dificultad en torno a un proyecto soberanista abierto. Las líneas políticas que, presentes en casi todos los partidos vascos, únicamente buscan un acomodo en España, negando la segunda posibilidad, son, de hecho, las más reaccionarias. No se trata sólo de abrir las puertas a todos los proyectos nacionales: cada vez parece más claro que las articulaciones ideológicas neo-liberales, por muy vascas que sean, no van a conducir a este país a su soberanía.

Así las cosas, la segunda vía no parece del todo descabellada. Frente a la fórmula cuasi agotada ­vascos cómodos en España y Francia­, intentemos el itinerario novedoso: españoles y france- ses cómodos en Euskal Herria.

No obstante, una opción clara, a la montenegrina, entre una vida buena de los nacionales vascos en España y Francia, y una buena vida de todos en Euskal Herria, es, hoy por hoy, una solución excesivamente sencilla para un problema complejo. El dilema, por ahora, no debería ser el de secesión sí o no. No es recomendable plantear en este momento un juego de suma cero en el que el balance entre posibles perdedores y ganadores resulte muy desigual territorialmente. A diferencia de Montenegro, partimos de un país-proyecto dividido en espacios político-adminis- trativos relativamente asentados, con personalidad definida, que no van a asumir en breve plazo un plebiscito autodeterminativo único sobre una pregunta común.

En esta fase se trata de ejercitar el derecho de decisión de manera que la suma no dé cero. Se trata de convocar un referéndum en el que una amplia mayoría transversal pueda sentirse vencedora. Una consulta de inicio de proceso que sólo pueda ser rechazada por aquellos que niegan la existencia de una comunidad nacional vasca que debe poder proponer a toda la ciudadanía de Euskal Herria su proyecto político, en pie de igualdad con otros proyectos. Por eso, para empezar a acostumbrarnos a la democracia directa, vayamos poco a poco y refrendemos en toda Eus- kal Herria, con fórmulas y ritmos distintos, un acuerdo político amplio obtenido entre aque- llas fuerzas políticas vascas que desean superar nuestro destino de Sísifo.

Hagamos un último intento por crear un espacio público vasco. Un espacio público vasco que asegure la posibilidad real y efectiva de llevar a cabo cualquier proyecto de vida buena, basándose en la libre e incondicionada voluntad de toda la ciudadanía de todos los territorios en los que está presente la comunidad nacional vasca.

En ese espacio público, como reconoce el republicanismo cívico, debe ser posible replantear continuamente los límites comunitarios, pero sin tener que admitir sin debate abierto las cortapisas que alguien pueda de facto o de iure imponer. La política deja de serlo si no se pueden discutir y modificar los límites societarios y comunitarios. La intangibilidad del dogma estatal-nacional es la negación de la política, su conversión en mero ejercicio autoritario del poder. El actual discurso de la nunca superada conjunción integrista y nacionalista española es revelador en este sentido. Este dique reaccionario sólo va a ser superado con una movilización social amplia que visualice el espacio público vasco y su derecho a decidir. En palabras del profesor Innerarity, sólo las sociedades laicas, republicanas, proclaman «el derecho a revisar lo vigente y ponerlo en manos de la libertad», porque «la libertad humana implica siempre una capacidad de ausentarse de aquellos lugares en los que está instalada en plural y convocar otro género de agrupamiento».

Por todo eso, de entrada, no parece adecuado plantear un referéndum como el recientemente celebrado en Montenegro. Ahora bien, de salida, ese tipo de plebiscito va a ser, no sólo deseable o conveniente, sino también, inevitable. -


 
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