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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-07-06
«Pero qué vida me espera en adelante»
Hace tres años que Sonia Franco, actual secretaria de la asociación Acovidem, tomó la determinación de hacer las maletas e irse de su casa, junto a sus dos hijos. Una paliza colmó el vaso que hasta entonces había ido llenándose con continuas agresiones sicológicas. Hoy teme que su pareja salga de prisión.

El miedo y la impotencia se han apoderado otra vez de ella, tal y como lo hicieron hace tres años cuando decidió cruzar la puerta de su casa junto a sus dos hijos y dejar atrás todo lo hasta entonces sufrido. Aquella mañana Sonia Franco recriminó a su pareja una mala actitud con su hija, lo que provocó que la insultase, empujase, la abofetease y la tirase contra el suelo en presencia de sus hijos. «No sé por qué en ese momento decidí salir de casa, por una parte por la manera en la que aquella mañana se dirigió a la niña, que me hizo abrir los ojos; y por otro lado, por el hecho de que me golpease. Al tiempo te das cuenta el error que cometes al no tomar medidas antes de que te ponga la mano encima».

Y es que, aunque aquella fuese la primera vez que la maltrataba físicamente, Franco reconoce que el maltrato sicológico había sido constante hasta entonces. «Yo para entonces estaba hundida, pero como sucede en estos casos, una es la última que reconoce que verdaderamente tiene un problema». Pese a que fue capaz de dar un gran paso, Franco reconoce que no interpuso ninguna denuncia contra él.

No obstante, aquel gran paso no fue sinónimo de tranquilidad, puesto que «el acoso» de su marido fue «constante. Se acercaba a casa de mi madre, me insultaba cuando nos cruzábamos por la calle, incluso llegó a amenazar a mis familiares, que gracias a Dios han estado a mi lado en todo momento».

Con la voz entrecortada recuerda la ocasión en la que acudió al juzgado a denunciar a su pareja. «Fui por la mañana y nada más entrar me dijeron que el abogado de oficio no estaba y que acudiese a la tarde. Pasé un día tremendo», recuerda. Una vez interpuesta la denuncia, la sensación que la embargó no fue más gratificante. «Salí llorando del juzgado. Recuerdo que me miraban como si no me creyesen, esa fue mi sensación», comenta, al tiempo que critica que en aquella ocasión no pusieron ninguna medida cautelar para garantizar su seguridad. Sí lo hicieron meses más tarde cuando interpuso la segunda denuncia en una comisaria de la Ertzaintza y tras un juicio rápido. Decretaron una orden de alejamiento, medida que, según asegura, fue quebrantada en varias ocasiones, «lo que le suponía una multa de 60 ó 80 euros. Al fin y al cabo una orden de alejamiento es una raya pintada en el suelo que nadie controla». Durante ese tiempo asegura sus familiares hicieron en muchas ocasiones de «escoltas y cuidadores».

Con la misma crudeza recuerda el juicio. «Tras dos años, tuve que encontrarme con él cara a cara. Yo no podía parar de llorar y él me miraba y se reía. Además, tuve que testificar ante él con todo lo que supone eso». El juez le condenó a 27 meses de prisión y tras ratificarse la sentencia, decretaron la fecha de la entrada en prisión. «Cuando tuve conocimiento de ello pedí medidas de protección, porque sé que de otro modo antes de entrar en prisión hubiera intentado cualquier cosa, creía que me mataba».

Su sorpresa fue cuando supo que su pareja estaba barajando vías para no entrar en prisión y acudió al juzgado. «Acudí corriendo para saber qué es lo que estaba pasando y una vez allí el juez y el fiscal me preguntaron si quería que mi pareja entrase en prisión, a lo que respondí que sí, inmediatamente. Está bien que nos pregunten qué tal estamos, pero por qué tienen que poner en nuestras manos una decisión que ya está tomada por un juez».

Hace menos de siete meses que su agresor está en la cárcel. «En ese tiempo ha comenzado a realizar programas de rehabilitación para la drogadicción y las ha presentado en el juzgado. Lo cierto es que en el juicio en ningún momento presentó su supuesta drogadicción como atenuante», prosigue.

Hace dos semanas recibió una citación y acudió al juzgado donde nuevamente se dirigieron a ella para preguntarle si quería que su pareja abandonase la prisión. «Parece ser que es mi responsabilidad». Desde aquel día la incertidumbre se ha apoderado de ella, y es que asegura que barajan la posibilidad de dejarlo en libertad. «Tengo miedo de que salga de la cárcel y vaya a hacerme daño». Por su mente pasa de todo. «Se que él va a salir y no se si voy a ser capaz de vivir con mis dos hijos sola». Afirma que pedirá protección nuevamente. «Pero qué vida nos espera a mí y a mis hijos».

Pese a su historia, que según asegura no es excepcional, durante todo su relato repite una y otra vez la necesidad de que las mujeres acudan a denunciar «ante todo por ellas, por otro lado por los hijos, y también por otras muchas mujeres que no se atreven a dar el primer paso». «Por lo menos ­asegura­ a una le queda la satisfacción de haber luchado, ya no tengo nada que perder». -

DONOSTIA



Ayuda de las propias victimas
Sonia Franco es la secretaria de la asociación Acovidem (acovidemhotmail.com), que agrupa a numerosas víctimas de la violencia contra las mujeres y está dirigida a mujeres que están sufriendo lo que ellas a duras penas dejaron atrás. Según reconoce Franco, en casos como el suyo es vital hablar con otras personas que estén pasando por su misma situación «porque al fin y al cabo, cada una tiene su historia, pero casi todas tienen características similares». Desde marzo han atendido a más de 25 personas

En la asociación, además de dar apoyo moral e informar a las víctimas de maltrato de los recursos disponibles, pretenden sensibilizar a la sociedad del problema.

Además, desde la asociación luchan para que a las mujeres que deciden denunciar «se les asegure que no les va a suceder nada». «Lo que se hace es poner petachos y no se trata el problema desde la raíz, abordando desde la educación hasta las medidas más concretas».


 
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