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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-07-06
Un cadáver en la ermita

La ronda terminó temprano aquel día. Huesitos tenía que madrugar al día siguiente para ir al médico y era raro el día en que el txikiteo proseguía sin su alma mater.

­Pues si se va el ‘conducator’, nosotros también aprovechamos y nos retiramos temprano ­dijo Xuxú.

­Oye, por mí podéis seguir. Lo que pasa es que mañana tengo consulta con el médico y tengo que madrugar. Además, al médico hay que ir fresco, no con resaca. Lo que a tí te pasa, Xuxú, es que le has cogido gusto a lo de la siesta y quieres repetir.

A Miren no le hizo demasiada gracia la observación, pero no quiso echar más gasolina al fuego.

­Hala, pues tomamos una espuela en el Gureak y todos a casa.

Simón tenía el sueño ligero. Bastó que el teléfono sonara dos veces para que se levantara como impulsado por un resorte y se dirigiera a la habitación que empleaba como despacho parroquial. Debía tratarse de algo grave, sin duda, para que alguien llamara a las tres de la madrugada. Cuando se disponía a descolgar el teléfono, Sergio, que ocupaba la habitación contigua asomaba por la puerta.

­Parroquia de Andra Mari, dígame?

­¿Es usted el párroco? Le llamo de la comisaría de la Ertzaintza de Altzaga. Tenemos que hablar con usted.

­¿A estas horas? ¿Qué ha ocurrido? Además, estoy sin coche. No sé cómo desplazarme hasta ahí. ¿No puede esperar hasta mañana?

­No, no puede esperar, pero no se preocupe, le enviamos un coche patrulla ahora mismo.

­Pero, ¿qué ha sucedido?

­Se lo explicarán mejor mis compañeros, pero le adelanto que ha aparecido otro cadáver, esta vez en el interior de la ermita de Santa Ana.

­¿Un cadáver? Ahora mismo me visto y espero a sus compañeros.

Simón colgó el teléfono entre aturdido y asustado.

­¿Qué ocurrió, tío? ¿Otro mortadela?

­No sé. Un muerto ha dicho. Ahora iremos para allá. Pero, por favor, no digas mortadela. Es irreverente.

­Ché, nosotros le decimos así, pero si molesta...

El coche patrulla no tardó más de un cuarto de hora. Simón los estaba esperando en el portal de la casa cural.

­Su compañero me ha dicho que hay un cadáver en la ermita de Santa Ana. ¿En el interior?

­Si, así es. Lo mejor será que nos acompañe.

­¿Puede venir mi sobrino? Vivimos solos los dos y...

­Puede ir andando si quiere, pero no en el coche patrulla. Esto no es un taxi.

La respuesta, un tanto agria, del policía devolvió a Simón a la cruda realidad. Un muerto en el interior de una ermita a su cargo sólo podía traerle complicaciones y provocar habladurías en el pueblo.

­No te preocupés, tío. Conozco el camino. Me llegaré a pie.

Al llegar a las inmediaciones de Santa Ana distinguieron los focos en el interior de la ermita.

­Son los de atestados. Están tomando las fotografías, las huellas... ya sabe. Usted hablará con el comisario encargado del caso.

­¿Es usted el párroco, Don Simón?

­Así es. Simón Ugartetxea, párroco de Andra Mari y titular de la ermita de Santa Ana. ¿Qué ha sucedido?

­Hasta el momento, sabemos que una pareja que estaba pasando el rato en el pórtico ha descubierto un reguero de sangre que se filtraba por debajo de la puerta. Se han asustado y nos han llamado por teléfono. Al llegar la patrulla, han forzado la cerradura y se han encontrado con un hombre muerto junto a la puerta. Como si quisiera escapar en el momento de su asesinato.

­¿Asesinato? Podría ser un suicidio, no sé...

­El suicidio está descartado. No aparece el arma por ninguna parte y nadie se suicida degollándose con un cuchillo de grandes dimensiones.

­Como el caso de aquel chico árabe, ¿verdad?

­No podemos asegurarlo, pero algo parecido, sin duda. Dígame, ¿hasta qué hora está abierta la ermita?

­Está cerrada prácticamente todo el año. Antes la dejábamos abierta los fines de semana, pero empezaron a aparecer restos de bebida, colillas, algunas parejas se refugiaban en el interior... Era un desastre y decidimos abrirla sólo durante las fiestas de Santa Ana. Ahora, a finales de julio.

­¿Y quién dispone de la llave?

­La llave sólo la tengo yo. Bueno, también hay una copia en el caserío de Landatxo, ese de ahí arriba. La tiene Miguel por si acaso. Esa familia la ha guardado durante varias generaciones, pero no creo que tenga nada que ver son muy buena gente.

­Pues lo cierto es que alguien ha abierto la puerta y ha matado a un hombre ahí adentro. Y la cerradura no estaba forzada cuando llegó la patrulla.

­¿Puedo entrar a ver cómo está todo?

­Pase, pero, por favor, no toque nada ni mueva objeto alguno del lugar en que se encuentre.

Al pasar al pórtico, Simón pudo ver a los jóvenes que habían dado la voz de alarma. Eran conocidos, de Uriondo, apenas dos adolescentes asustados. El muchacho mostraba una gran mancha de sangre en la espalda. No era difícil imaginar qué estaba haciendo cuando se percató del reguero de sangre.

­Simón, Simón ­el muchacho se dirigió al párroco­ Esto ha sido un desastre.

El ertzaina que estaba junto a la pareja lo agarro del brazo y lo atrajo a sí.

­Ya te ha dicho el comisario que hasta que no os tome declaración, no podéis hablar con nadie.

­Pero... a estos muchachos los conozco bien. ¿Están detenidos, o qué?

­No, no están detenidos, pero el comisario ha ordenado su incomunicación en calidad de testigos hasta que presten declaración.

­Tranquilo, Xabier, tranquilo. Pronto volveremos al pueblo. ­Y dirigiéndose a Mikel lo repitió­ Todo se aclarará. Estaos tranquilos.

­Pero, no queremos que se enteren en casa. Ellos no saben que nosotros...

­De eso ya hablaremos después. Ahora esperad a que os tomen declaración y volveremos juntos a Uriondo. Voy a avisar a vuestros padres para que sepan que estáis conmigo.

El cadáver yacía junto a la puerta. Como el anterior, un tajo impresionante.

(CONTINUARA)


 
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