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Gara > Idatzia > Kultura 2006-07-09
Una de romanos, esta vez en Euskal Herria
Los hallazgos de Iruña-Veleia han vuelto a poner sobre el tapete la importancia de la romanización en Euskal Herria. Pero es que no son sólo los de la civitas alavesa. En los últimos años, abundantes testimonios arqueológicos hablan de una profunda romanización, incluso en la parte atlántica del país. ¿Pero el vasco no era un pueblo sin romanizar?

La romanización incompleta de los pueblos que habitaron lo que hoy es Euskal Herria es un mito que los hallazgos de los últimos años han desmentido, pero que no sólo pervive, sino que, con frecuencia, es empleado como munición política. Prueba de ello es el predicamento que, en determinados foros de internet, sigue teniendo un artículo del medievalista (y presidente de la República en el exilio) Claudio Sánchez Albornoz, titulado precisamente “Vasconia o la España sin romanizar”. Todavía no hace mucho, un conocido diputado aragonesista ­seguramente con buena intención incluso­ hablaba de la no romanización de los vascos para explicar determinadas expresiones de violencia. Paralelamente, la tradición foral romántica alimentó el mito como exponente de la singularidad de Euskal Herria. Según esto, los vascos, como Astérix y Obélix, habrían conseguido impedir la conquista militar («Vardulia nunquam superata», puede leerse en el escudo de Gipuzkoa). De ahí, leyendas como la de la batalla del Ernio, según la cual los vascos, acaudillados por Lartaun, habrían dado tal paliza a los romanos que el topónimo del pueblo más cercano, Errezil (supuestamente derivado de errez hil), daría testimonio perenne de su magnitud.

Ya Julio Caro Baroja apuntó que la romanización había sido mucho más profunda de lo que se pensaba. En realidad, Euskal Herria está repleta de restos de época romana, no sólo en la zona llana y mediterránea, de lo que nunca cupo dudar, sino también en la atlán- tica, tal y como ha quedado en evidencia en los últimos años.

«En la costa ­indica al respecto Mertxe Urteaga, directora del Museo Romano Oiasso de Irun, que abrirá sus puertas este mismo mes­, pueden encontrarse testimonios de época romana en Baiona, Getaria, Irun, Donostia, Zarautz, Getaria, Lekeito, la ría de Gernika (Forua), Bermeo, Plentzia y Bilbo. Pero es que también en el interior de Gipuzkoa y Bizkaia pueden encontrarse restos, por ejemplo, en Ataun, Eskoriatza, Gatzaga o Urbia». Es decir, la romanidad alcanzó a todo el territorio.

Carmen Fernández Ochoa, catedrática de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid y una de las principales autoridades en la materia, declaró a GARA, con ocasión de una conferencia que pronunció en Donostia invitada por la sociedad Aranzadi, que «los hallazgos de los últimos años proporcionan tal grado de infor- mación que ya no cabe hablar de romanización marginal de los pueblos del Cantábrico».

Urteaga matiza que puede considerarse marginal sólo en la medida en que todo el norte de Europa, incluido Londres, el gran puerto romano del atlántico, era «otra cosa» en el esquema de colonización de Roma, no comparable con el Mediterráneo, al fin y al cabo, el mare nostrum.

En todo caso, la aculturación de los pueblos de la cornisa cantábrica en contacto con Roma fue, por una parte, profunda, sin duda, y, por otra, singular, debido a las propias pecu- liarides de esos pueblos. «En realidad ­indicaba al respecto Fernández Ochoa­, el fruto de la aculturación de cada pueblo, fuese del norte o del sur, de la Península o del continente, fue singular. Porque Roma llega con su ejército e impone su orden. Cuando tiene que luchar, lucha, pero casi siempre pacta. Controla la economía, pero respeta la organización social preexistente». Ponía como ejemplo que ni siquiera cambia el hábitat, es decir, el castro, esos poblados fortificados de los que en los últimos años incluso en Gipuzkoa y Bizkaia han aparecido una veintena. «Es más ­añadía­, hay castros construidos en época romana que sólo se distinguen de los anteriores en que cuentan con aljibe, calles empedradas y un templo dedicado a Júpiter».

Con la llegada de los romanos lo que se produce es un «diálogo a la fuerza» que abre un proceso de aculturación. «El mundo preexistente, al contacto con Roma, se ve obligado a recomponerse. Es un proceso sin duda largo y como consecuencia del cual surgen frutos distintos: lo galaico-romano, lo astur-romano o lo vasco-romano. Esta singularidad tampoco es exclusiva de la cornisa cantábrica. Ahora sabemos que sucedió lo mismo en el resto de la Península y en toda Europa, incluida la propia Italia», afirmaba FernándezOchoa.

El fruto de ese proceso de aculturación suele hablar latín o lenguas derivadas del latín, y, excepcionalmente, euskara. «Hay zonas de Euskal Herria que entraron temprana y profundamente en el proceso romanizador, como la costa, y, sin embargo, son euskaldunes», hacía notar Fernández Ochoa.

Romanización y latinización

Resulta especialmente oportuna la matización que, en su día, realizó José María Jimeno Jurío. «Para la RAE ­decía­, romanizar y latinizar son equivalentes: difundir la civilización y la lengua romana o latina. Sin embargo, la romanización no ha de identificarse necesariamente con la latinización lingüística. La cultura material (técnicas de construcción, agrícolas e industriales) y espiritual (creencias, divinidades y ritos religiosos) se difundía con relativa rapidez, lo que no parece suceder con las lenguas. Es probable que la Vasconia montañosa nunca hubiese estado latinizada, ni siquiera totalmente en sus núcleos urbanos más importantes». Jimeno Jurío plantea un panorama en el que existen élites latinizadas ­pero bilingües­, mientras la inmensa mayoría de la población permanece euskaldun monolingüe, incluso en las ciudades. «Esto ­añadía­ no debe sorprender, pues fue una constante a lo largo de la Edad Media y hasta tiempos muy recientes». Quizá sea aventurado aún decir que los hallazgos de epigrafía euskaldun en Iruña-Veleia avalan esa tesis, pero desde luego no la desmienten.

Un superviviente

No es difícil entender que romanización y latinización no tienen por qué ser sinónimos. Nadie duda de que la cultura material y espiritual que exporta el actual imperio llega prácticamente hasta el último rincón del globo, lo que no quiere decir que todo el mundo conozca y se exprese en inglés.

En el caso del euskara, la cuestión es cómo se convirtió en la única lengua prelatina ­y preindoeuropea­ que logró subsistir. «A Roma ­señalaba Fernández Ochoa­ le interesaba controlar la economía, pero no imponer su lengua. Puede que el euskara subsistiese en determinados valles y, tras la caída del imperio, se produjera una revasquización. Pero eso no significa que esos valles estuviesen al margen del dominio de Roma. El bable, por ejemplo, es una derivación del latín anterior al castellano y, sin embargo, ha subsistido. Es claro que en el caso vasco ha habido un grado de conservación mayor. Pero eso no implica que la romanización fuera menor respecto a otras zonas».

Luis Núñez, en su libro “El euskara arcaico” (Txalaparta, 2003), aporta algunas pistas. «La caída del imperio romano de occidente es clave ­dice­, ya que, por una parte, permite la conservación del euskara y, por otra, dará origen a los romances. Si el imperio se hubiese mantenido, la dialectización del latín hubiese sido mucho más lenta y el euskara hubiese sido laminado por el latín imperial en poco tiempo».

Pero no es sólo que el imperio se desplome. De hecho, a pesar de ello, la latinización de otros pueblos de Hispania y Galia continúa a través de los godos. No es el caso de los vascos, quienes, en esos «siglos oscuros», viven lo que hoy podríamos calificar como un proceso de acumulación de fuerzas que desembocará en la constitución del reino de Pamplona. Koldo Mitxelena hizo notar que ese proceso se produjo en paralelo al enfrentamiento con los visigodos. Ese enfrentamiento podría haber supuesto la ruptura del proceso latinizador. Hay historiadores, sin embargo, que relativizan la importancia del enfrentamiento vasco-visigodo y subrayan, por contra, la de la llegada de los árabes a la Península.

Otro argumento que se ha barajado para explicar la pervivencia del euskara es la tardía cristianización del país, pero eso también está en entredicho. Los recientes hallazgos de Iruña-Veleia inciden en ello.

En todo caso, el conocimiento actual sobre la época es muy limitado, a pesar de los avances de los últimos años. «A veces, para explicar las cosas, tendemos a aplicar esquemas muy simples, y la realidad no es así. Mucho de lo que creíamos saber está en estos momentos en crisis», subraya Mertxe Urteaga.

En el caso concreto del euskara, debieron ser muchos, sin duda, los factores que contribuyeron a su pervivencia. Las hipótesis sobre algunos de ellos pueden ser más o menos plausibles, pero, en conjunto, sigue siendo un misterio la razón última de la «extraña fuerza», como la califica Núñez, que demuestra la lengua. Porque, tal y como señalaron en su día tanto Joxe Miel Barandiaran como Koldo Mitxelena, el auténtico misterio del euskara no es su origen ignoto, sino cómo demonios ha conseguido subsistir hasta nuestros días. -



Romanización y romanidad

En la actualidad, incluso el concepto mismo de romanización está en cuestión. Lo explica la directora del Museo Oiasso, Mertxe Urteaga: «Los romanos no tenían intención de romanizar a nadie. ¿Acaso decimos que los británicos ‘britanizaron’ la India? No, la colonizaron, que es lo que hicieron los romanos allá donde fueron, y se llevaron por delante lo que les estorbaba. Otra cosa es que los pueblos sometidos trataran de acercarse al modelo romano, en la medida en que veían en él ventajas. Por eso la romanización no debe entenderse tanto en el sentido romano-indígena, sino al revés. Hoy, más que de romanización, se habla de romanidad».



Colaboración y resistencia
Ya en el siglo II a. C. ­nos servimos del trabajo de Luis Núñez para establecer la cronología­, los romanos se hicieron con el control del valle del Ebro y muchos territorios más tarde citados como vascones. En el 178 a. C., fundaron Graccurris (Alfaro) primera ciudad romana del área.

En el transcurso de la guerra civil entre Pompeyo y Mario (87-72 a. C.), los vascones aparecen aliados del primero frente al general del segundo, Sertorio, a quien, a su vez, apoyaban los celtíberos. En este contexto, Pompeyo funda Pompaelo (Pamplona), en el 75 a. C. Pocos antes, en el 72 a. C., había conquistado Calagurris (Calahorra), tras una resistencia numantina por parte de los celtíberos, que llegaron a practicar el canibalismo. Calahorra y otras ciudades pronto apa- recen citadas como vasconas.

En el 56-55 a. C., se completa la conquista de Aquitania, en el contexto de la Guerra de las Galias. Existe constancia de que vascos del sur acudieron a apoyar a los aquitanos en su lucha contra César.

El 19 a. C., Augusto da por concluidas las Guerras Cántabras, con las que completa la conquista de la Península. La tradición habla de resistencia feroz por parte de los cántabros, pero los expertos lo ponen en duda. «Las fuentes escritas ­indicaba Fernández Ochoa­ nos transmiten que Augusto fue un gran militar, cuando no lo era. Lo que pasa es que debía hacer valer sus méritos ante su rival Marco Antonio, cuyas conquistas sí eran relevantes. Cuanto más fiero pintase a su enemigo, mayor era la gloria que le reportaba someterlo. Mucho de esto hay en las fuentes sobre las Guerras Cántabras». Propaganda.

Tras vencer en tres batallas, los romanos ocupan todo el territorio. «¿Cómo? Probablemente mediante pactos con las élites ­indicaba la especialista­. ¿Hubo violencia? Sin duda, pero no hay en Asturias un solo castro en el que hayamos encontrado incendios o abandonos. Por decirlo de alguna manera, esa gente pasó de estar gobernada por unos a estar gobernada por otros, o, mejor dicho, por unos y otros».

Propaganda o no, las fuentes hablan de la ferocidad de cántabros y astures, pero no de vascones, várdulos o caristios. ¿Quiere esto decir que con ellos todo fue como la seda? Pues probablemente no fue tan simple. Los vascones, queda dicho, fueron aliados de Pompeyo contra los celtíberos y muchos engrosaron las legiones romanas, algo corriente entre los pueblos sometidos. Eso no les impidió acudir a auxiliar a los aquitanos contra César. Roma, eso también queda dicho, llega e impone su orden. Cuando tiene que luchar, lucha, pero casi siempre pacta, porque lo que quiere es controlar la economía. Lo mismo cabría decir de los pueblos que ven que las colinas circundantes se van llenando de legionarios. Cuando creen que pueden vencer o cuando no les queda más remedio, luchan. Cuando no, se avienen a pactar.

Hace unos días, GARA daba cuenta de la posible identificación de restos de un campamento militar de primera línea en Illunzar, Nabarniz. Los arqueólogos Antxoka Martínez Velasco y Rafael Bolado señalaban que su mera existencia evidenciaría que hubo resistencia.

Lo cierto es que no son muchas las evidencias de esa resistencia, pero haberlas haylas. La principal es la de Andagoste, en Kuartango, donde tuvo lugar una importante batalla que los arqueólogos sitúan en el año 40 a. C.

En el 180 d. C. comienza a percibirse un declive económico en la Euskal Herria vasco-romana, reflejo del que vive todo el imperio.

Los visigodos entran en Roma en el 410 y, como aliados del poder imperial, llegan a la Península en 416.

En el 476 es derrocado el último emperador de Occidente, Rómulo Augústulo.

El dominio directo de Roma en la zona surpirenaica se puede decir que terminó en el 411, si bien Iruñea y Calahorra continuaban pagando tributo todavía a mediados del siglo V.


 
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