Una sospecha rondaba la maltratada cabeza del que escribe. ¿Qué cosa será la que hace tan iguales a algunos seres humanos? Pensé durante tiempo en prácticas ilegales de clonación. Pero ni siquiera así pude imaginar una identidad tan común entre individuos con idéntica carga genética. Si miramos algunos casos de siameses que, incluso, comparten órganos hasta que la cirugía los separa, veremos que los caracteres de esos gemelos son diferentes entre sí. Descartada, pues, la clonación ¿cómo explicar los comportamientos y las tonterías idénticos de alguno de nuestros políticos?
Pudiera ser que malvados secuestraran en la tierna infancia a alguno de nuestros congéneres y sometiéndolos sin misericordia a años de ejercicios espirituales doblegasen su carácter hasta hacerlos idénticos entre sí. Podríamos encontrarnos ante prácticas de lobotomía en clínicas clandestinas que redujesen algunos cerebros con más éxito que los jíbaros.
Cuando en un mismo telediario observé parecidas tonterías realizadas por parecidos personajes, un escalofrío recorrió mi reseca médula espinal. ¿Y si no fuesen humanos? Me acordé de la película “La invasión de los ultracuerpos”, en ella se narraba cómo seres venidos del espacio se iban haciendo con el control de nuestro planeta. El método era depositar, mientras la victima dormía, una vaina gigante a su lado. De aquella vaina surgía un ser idéntico al durmiente que se apropiaba de su cerebro.
Otra hipótesis, no menos plausible, es que sean replicantes al estilo de “Blade Runner”, aquellos robots Nexus-6 de última generación que incluso tenían sentimientos. (En el caso que nos ocupa podrían ser Nexus-4’5) ¿Cómo, si no, entender los sonidos guturales y monocordes que emiten las gargantas de la Barcina y la San Gil al unísono? Resultan absolutamente intercambiables
Responden a estímulos primarios. Les han implantado recuerdos, sí, pero se lían. Reconozcamos que ha habido un paso hacia delante en la oralidad entre el Nexus-4 Iturgaiz y estos últimos. Del sujeto, verbo y predicado cortito del primero hemos pasado a la incontinencia verbal de la Barcina. Da igual que le pregunten la hora, ella te cuenta y además en tercera persona, la pena de Murcia.
Sanfermín, cariño mío, no existe. Son los padres. Todo será fruto de alucinaciones que me produce la ingesta de alcohol sanferminero. -