Dicen que la rabia hace al rabioso. Estoy de acuerdo con la simpleza pensada. Es lo que se siente en nuestro entorno cada vez que la cacareada «PAZ» pretende acercarse. Tal vez, habituados a hacer proclamas en los momentos penosos los hay que se enfurecen con su sola mención, así aparecen cada vez más rabiosos los portavoces del gran partido opositor, como quien pierde al parchís y no sabe hacerlo, cuando aún hoy y que yo sepa, salvo palabras pretenciosas y algunos gestos esperanzadores, la presión, las detenciones, el aislamiento, siguen vigentes.

Me parece peligroso que se haga gala de solidaridad con las demandas de quienes son incapaces de condenar el golpe de estado del 36, los tres años de guerra, los centenares de miles de muertos y los 40 años de dictadura sangrante, que se les siga el juego con la excusa de no poder saciar nunca «sus» demandas de ilegalizaciones y actuaciones judiciales magnas, propias más de una república bananera que de una monarquía naranjera.

Potencialmente y a este paso, víctimas de este juego somos todos los que sintiéndonos abertzales y de izquierdas pensamos que Euskalerria lo componen todos quienes lo sientan y tengan un proyecto de futuro para esta realidad y por ello, también optamos a la independencia como posibilidad por más que les duela a los autodenominados «ciudadanos del mundo». Ciudadanos que no sólo no se enfrentan a actuaciones según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, dudosamente democráticas y posiblemente delictivas si hubiera justicia, sino que incluso aplauden las últimas actuaciones y justifican, en su rabia manifiesta porque los demás avanzan, siendo capaces de defender las políticas liberales y la carencia de libertades cada vez más presente, aún cuando el 1º de mayo o el día de la República canten la Internacional y se hagan la foto de rigor y apariencia de cara al público, para acto seguido volver a la normalidad del juego insostenible. Estamos rodeados de rabiosos incapaces de parar los ataques, tanto desde la república mas chovinista del mundo como las realizadas desde el país monárquico por la gracia de quien fuera gracioso generalísimo por la gracia de Dios.

Todo ante el aplauso cómplice de quien, sintiéndose últimamente segundón y con riesgo a perder protagonismo y poltrona, jalea al poder y ve el enemigo en el que es perseguido y detenido, argumentando incluso que estas actuaciones benefician a quien las padece. Declaraciones sorprendentes realizadas desde la rabia de ver que en esta historia puede haber logros y pérdidas, y sabedores de ser malos perdedores. La rabia, lejos de ayudar a solucionar algo, entorpece el futuro. Me siento igualmente rabioso de ver que algo no cuadra. -