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Gara > Idatzia > Kultura 2006-07-19
Diecisiete artistas ponen al libro sobre un pedestal y rinden homenaje a Hans Spinner
Eduardo Chillida escuchó al ceramista Hans Spinner mientras éste trabajaba en el suelo con bloques de arcilla y sintió curiosidad por el barro, material que nunca le había gustado. De ahí nacieron sus «lurras» y otras piezas que realizó en Grasse. Otro tanto le pasó a Tàpies, que en 1981 conoció al ceramista y comenzó a trabajar series con el barro. Pero hay más: artistas como Alechinsky, Jan Voss, Honegger o Anne Madden han trabajado con Spinner. Ahora le rinden un homenaje.

DONOSTIA

A la terracota que trabajaba Hans Spinner desde hace treinta años en la región de Gresse se la conoce como terre chamotée o chamota. La popularizaron los ceramistas europeos en la década de los 40. Spinner había creado una técnica de trabajo y de cocción que hace posible el trabajo con piezas grandes.

Entre la obra personal de Spinner figuran muchas esculturas-libro, cuya idea ha transmitido a otros colegas y, sobre todo, a un gran número de artistas internacionales, tanto pintores como escultores, entre los que destacan Alechinsky, Erni, Chillida y Tàpies. Grandes escultores como Eduardo Chillida y Anthony Caro se contagiaron de esa fijación y encontraron en ese formato originario de la tierra convertida en libro el punto de partida para otras series. Spinner les ayudó, además, en su realización.

Lo que ahora se presenta en la exposición de la sala Kubo del Kursaal bajo el título de “Hitza zizel, zizela hitz. El cincel y la palabra” es, por lo tanto, aunque de forma indirecta, un homenaje a este ceramista que ha trabajado con los grandes artistas internacionales y les ha contagiado su afición a las esculturas-libro.

En realidad, Hans Spinner tuvo dos obsesiones en su arte: las máscaras y los libros. Realizó más de 4.000 máscaras y alrededor de 400 libros, de forma individual o en colaboración con otros artistas.

Los nombres de Xavier Mascaró, Bessompierre, Hans Erní, Gottfried Honegger, Koldobika Jauregi, Peter Klasen, Kozu, Jan Voss o Hans Spinner se suman a una lista de diecisiete artistas, cuya obra en torno al libro se ha reunido por primera vez para una exposición que, con el título de “El cincel y la palabra”, conmemora el 25 aniversario de los Cursos de Verano de la Universidad del País Vasco.

Fueron los responsables de estos cursos de la Universidad pública vasca los que dieron la idea a los responsables de la sala de exposiciones del Kursaal, quienes pusieron en manos de la conservadora de arte Sally Radic la organización de la muestra, que permanecerá abierta hasta el 10 de setiembre. Para reunir las esculturas, Radic encontró el punto de conexión en Hans Spinner y su taller de Gresse, donde trabajó, entre otros, Chillida, cuyos «libros» ocupan un lugar de honor en la exposición.

Otros artistas que firman las obras que se exhiben en el Kursaal, como Pierre Alechinsky, Jan Voss, Honegger, Anne Madden o la poetisa Salma El Mousfi, también se relacionaron con Spinner, quien encontró en los libros un elemento recurrente de creación, una pasión que le llevó a pedir a los artistas que se acercaron a su taller que idearan sus propias esculturas-libro. Anthony Caro, por ejemplo, ha introducido a sus libros de tierra cocida elementos de hierro. Tàpies ha preferido, sin embargo, enviar para la exposición sus libros en bronce. Koldobika Jauregi exhibe tres piezas en madera y tinta negra y Manolo Valdés ha sacado los objetos de sus cuadros para componer una impresionante librería de madera, y una mesa con libros y figura, a modo de bodegón escultórico.

Peter Klasen añade a sus libros de tierra otros elementos, como cadenas, cuerdas o una sierra, para transmitir sus mensajes, y Anne Madden recurre a la caligrafía china o los motivos arqueológicos para imprimirlos en barro. Miquel Navarro lleva a las portadas de sus volúmenes de zinc-plomo y Honegger, por otra parte, simboliza con cadenas y alambres de espino la destrucción de los libros en la Alemania nazi.

Hay, naturalmente, obras del propio Spinner en los que el ceramista utiliza haikus, sencillos poemas japoneses de tres líneas, con los que se expresa toda una concepción del mundo o del paisaje.

De Chillida hay dos aguafuertes impresos en sendos libros y dos «lurras», una de ellas en homenaje a Bach, instaladas en uno de los espacios en que se divide la sala Kubo.

El segundo de los representantes vascos presentes en la muestra es Koldobika Jauregi, quien aporta uno de los muchos «libros» de madera que ha realizado a lo largo de su carrera como escultor. Trabajado el grafismo, las texturas de la madera o de los añadidos ha logrado una serie de obras de enorme plasticidad.

Todos los artistas que presentan obra en la muestra participan de una misma pasión por los libros. Quizás una de las obras más espectaculares obras de la exposición de la sala Kubo sea la de Manolo Valdés que remite al tema de las bibliotecas, que tanto trabajó en los años 80.


 
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