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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-07-19
Martin GARITANO
Otro registro en la ermita
LA VIDA SIGUE IGUAL (XXVII)

Simón acogió con sorpresa las palabras de Luis Mari. No sabía que Juanjosito hubiera visto al joven merodear por el pueblo en esos días, ni mucho menos que Huesitos y Xuxú hubieran establecido turnos de vigilancia.

­No me habíais dicho nada. ¿Desde cuándo vigiláis la casa?

­Sólo hemos estado dos noches y no hemos visto al chico, pero esa luz...

­Tienes razón. Lo mejor será visitar a Josefo y pedirle las llaves. Será mejor que él no venga. Podemos entrar los tres.

­Y Sixto, el alguacil. Por si acaso...

­De acuerdo. Iremos mañana por la mañana. A las nueve en el Itsasalde. Y... no digas nada a nadie. Vamos tú y yo y ya está.

­¿Y Xuxú?

­Tendría que dar explicaciones en casa, ¿no crees? Vamos, le pedimos a Josefo las llaves y volvemos. Luego, por la noche, entramos con Xuxú y con Sixto. Hasta entonces, ni pío.

Aquel día la ronda estaba al completo. A los habituales ­Gotzon, Mila, Miren, Xuxú, Sergio, Simón y Huesitos­ se habían sumado también Juanjosito y Arantzazu.

Huesitos se sentía a gusto rodeado de buena cuadrilla:

­Hoy sí que podemos formar un otxote. Estamos los justos.

­Si no se me ha olvidado contar, estamos nueve, Huesitos. Y un otxote, si tampoco me equivoco, son ocho.

­Te olvidas de que a mí, Don Eustaquio me prohibió cantar. Yo sacaré los potes.

A Sergio le faltó tiempo para entonar un tango con aire arrastrado:

­ «Cuando la suerte qu’es grela, fayando y fayando, te large parao. Cuando estés en la vía, sin rumbo, desesperao, cuando no tengas ni fe, ni yerba de ayer, secándose al sol...»

Y Gotzon, con su voz bien timbrada, se sumó al pibe:

­ «Verás que todo es mentira, verás que nada es amor, que al mundo nada le importa... ¡Yira! ¡Yira!»

La concurrencia aprobó el tango a dos voces con una cerrada ovación.

­No sabía que cantabas tan bien, Sergio. Y, además, ¡qué bonitos son los tangos! Tan melancólicos...

­Pues si queréis mañana saco la guitarra y organizamos una...

­¿También tocas la guitarra?

­La guitarra y el mestizo.

­¿Qué es el ‘mestizo’?

­Ustedes le llaman ‘piano’.

­Ya salió otra vez el porteño con su jerga. ¡Hala!, la ronda avanza, que aquí nos vamos a eternizar.

Aquel día el txikiteo no se prolongó en exceso. Huesitos no tenía ganas de llegar tarde a casa. Quería estar fresco y en buena forma al día siguiente.

Pocos minutos después de las nueve, Simón y Huesitos apuraban el café en el Itsasalde y emprendían viaje a Basalur. El cura había avisado a su hermana de la visita.

­Dile a Josefo que estaremos ahí en cuarenta minutos. Que no se vaya con Joakin al monte.

­¿Al monte esos dos? Pero si no pegan palo al agua. Justo, justo, lo de la huerta. Y terminan rápido para bajar al pueblo a tomar txikitos. Luego, unas siestas...

­No te quejes, mujer. Josefo fue precisamente para eso, para despejarse y descansar.

­Pues descansar ya descansan, ya. Pero despejarse... Si suben medio atolondraos todos los mediodías...

­Bueno, enseguida estamos ahí.

Al llegar a Behitene, Josefo los esperaba frente al portalón del caserío. Algo, sin duda, se había complicado en Uriondo. No era normal una visita a esas horas y, menos aún, que sólo llegaran Huesitos y Simón.

­¿Ha pasado algo grave?

­No, grave no es, pero parece que el chico ese que vivía con Amhed ha entrado en tu casa. Juanjosito le ha visto por allí y ayer Huesitos vio una luz en la parte del desván.

­Lo extraño ­agregó Luis Mari­ es que la puerta está cerrada y no hay ninguna ventana forzada. No sabemos quién ha entrado ni por dónde...

­Amhed tenía un juego de llaves que se las dí yo. Ya os comenté que entraban y salía a horas un tanto intempestivas...

­Esa puede ser una buena explicación. Pero lo importante es ver qué coño está haciendo ese tipo en tu casa.

­Pues vamos ahora mismo. Lo mejor es salir de dudas cuanto antes.

­No, espera. Hemos pensado que tú sigas aquí, ajeno al follón. Esta noche, cuando se hayan ido los demás, entraremos con Xuxú y con Sixto, que a fin de cuentas es policía municipal. Además, contamos con tu autorización o sea que no hacemos nada ilegal.

­Bueno... si lo habéis pensado así. Tal vez sea lo mejor. En cuanto sepáis algo, por favor, llamadme.

Simón y Huesitos regresaron a Uriondo con las llaves de la casa. Ahora sólo faltaba hablar con Sixto, explicarle lo ocurrido y concertar una cita para esa misma noche.

­Habrá que quedar tarde, porque a cuenta de los tangos que canta tu sobrino, Gotzon ha organizado una cena en Ur Gain y entre cantos, bromas y veras, se alargará.

­Podemos hacerlo mientras preparan la cena. Entre cuatro no creo que nos lleve más de un cuarto de hora revisar todo aquello.

Simón aparcó frente a la parroquia poco antes de las doce del mediodía. En la puerta le esperaba el sacristán. El cura se dirigió al despacho parroquial mientras Huesitos se despedía:

­Bueno, Simón. Yo marcho al K.O. Luego nos vemos.

­No tardaré. Voy a ver qué quiere el sacristán...

Miguel, empleado en la parroquia desde hacía casi cuarenta años, no podía disimular los nervios:

­¿Qué te pasa, Miguel? Estás como un flan.

­No es para menos, Simón. Han venido dos ertzainas de paisano y me han pedido las llaves de la ermita de Santa Ana. Traían una orden de registro.

­¿Se las has dado?

­Si, claro. Tenían un papel firmado por el juez.

­Pues ya está. Estate tranquilo. Será algo de la investigación por el chico muerto. De todas formas voy a acercarme en un salto.

Simón también se había puesto nervioso.

(CONTINUARA)


 
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