Jornada maratoniana la del lunes en la plaza de la Trinidad. Abrió la sesión el bajista y cantante camerunés Richard Bonna. Ofreció su repertorio habitual de animadas y dulzonas melodías africanas, scat vocal al unísono con el bajo y divertida interacción con el público. La novedad con respecto a otras presencias en el festival (años 2001 y 2002), residió en su sección rítmica, con percusionista colombiano y batería cubano. De ahí el bis, a ritmo latino. Menos entonado que en otras ocasiones, le faltó la chispa de que hacía gala en un show que tiende a ser un atractivo cóctel etno-pop.
Después Herbie Hancock, flamante premio Donostiako Jazzaldia, dio un concierto con dos partes bien definidas. La primera fue una mezcla dispersa de géneros musicales, en la que predominó la búsqueda ecléctica de distintas formas de fusión. Cataratas de sonidos preñadas de atmósferas sibilinas cercanas al primigéneo jazz rock del davisiano ‘‘Bitches Brew’’, incursiones en la música africana de la mano de su guitarrista Lionel Loueke, o temas new age dedicados a los seres queridos donde la violinista y cantante Lili Haydn expresaba el dolor de la pérdida (la madre de Hancock murió hace dos semanas).
Todo en un tono denso y prolijo que propiciaba la deserción de cierta parte del público, pero cuando el aburrimiento y las quejas de algún espontáneo se hicieron notar, comenzó la segunda parte, el recital esperado: Cantaloupe Island, temas de Headhunters, Maiden Voyage, etc. El intenso funky de hace tres décadas en modernas y extensas versiones que prolongaron el concierto hasta más de la una de la madrugada para el apasionado disfrute de los seguidores de Hanckock.
Quien esto escribe se aburrió tanto en una como en la otra mitad. Parece que este genial músico, al que el éxito y la celebridad le llegaron demasiado pronto, sólo pudiera ya pergeñar hastiantes experimentos basados en el trasnochado corta y pega de las diversas posibilidades de fusión o «agiornar» una y otra vez sus viejos éxitos. Alternativas igualmente insatisfactorias.
Aún hubo tiempo para escuchar en el Altxerri, el segundo pase del cuarteto de Joan Díaz y Bob Sands. El primero es uno de los más finos pianistas catalanes de la actualidad, mientras que el segundo es un saxo tenor (nacido en Nueva York pero residente en Madrid desde hace catorce años) de sonido potente y expresivo.
Interpretaron temas propios y standards con dedicación y solvencia, haciendo gala de buenas ideas compositivas (Sands tiene varios discos como líder para el sello Fresh Sound) y un profundo conocimiento de los clásicos. -
Javier ASPIAZU
DONOSTIA
Solomon Burke es una de las voces más importantes de la historia del soul. Tendremos oportunidad de escucharlo esta noche en la Plaza de la Trinidad.
Acompañado en la actualidad por una sólida banda, sus conciertos tienen un tremendo impacto, con un potencial sonoro difícil de imaginar hasta verlos en es- cena. Solomon Burke es un miembro destacado del Hall Of Fame, donde se entroniza a los mejores de cada especialidad, y ha ganado el premio Grammy en varias ocasiones.
Los primeros éxitos de Solomon Burke, ‘‘Cry to Me’’ y ‘‘Everybody Needs Somebody to Love’’, ambos versioneados por los Rolling Stones, son piezas esenciales de la música soul, y el hecho de que Otis Redding hiciera una versión de una canción de Burke, ‘‘Down in the Valley’’, evidencia la influencia que ha tenido en esa música.
Sobre el mismo escenario, veremos a The Neville Brothers. La influyente familia ha enriquecido el rico tapiz cultural de Nueva Orleans a lo largo de sus cincuenta años de actividad. Los más jóvenes de la familia están siguiendo el sendero trazado por los fundadores, añadiendo nuevo vigor a lo que de por sí es ya un gran espectáculo artístico.
En el Kursaal estará Caetano Veloso, considerado fundador, junto a Gilberto Gil, de la corriente conocida como tropicalismo.