Los ministros de investigación de la Unión Europea alcanzaron finalmente un «acuerdo político» que salva el veto que una minoría de estados pretendía imponer a la investigación con células madre, pero que al mismo tiempo restringe la obtención de éstas. La UE no se pone a la altura de la Administración Bush, que prohíbe cualquier tipo de estudio, pero se sitúa por detrás de muchos de sus estados miembros. Según el acuerdo, la financiación para el periodo 2007-2013 estará limitada a las líneas celulares existentes, quedando expresamente prohibida la destrucción de «embriones humanos» ni siquiera para la obtención de células madre. En este aspecto cabe destacar que el término de embrión resulta confuso e impregnado de matices éticos y religiosos, puesto que la Organización Mundial de la Salud mantiene que las células que se emplean en estos trabajos no pueden ser calificadas aún de embriones, al no mostrar todavía señales de organización embrionaria y no poder dar lugar a una vida humana.

La investigación con células madre abre importantes perspectivas para el tratamiento futuro de enfermedades cardiovasculares, párkinson, diabetes, alzheimer, lesiones medulares y artrítis reumatoide, entre otras. Sus posibilidades devienen de que las células madre tienen la facultad de poder transformase en otras. Pueden obtenerse de algunos tejidos del cuerpo humano o de pre-embriones, siendo éstas últimas las que tienen mayores posibilidades de éxito, pues todavía no están diferenciadas y se considera que pueden dar lugar a cualquier tipo de tejido. Lo que ahora pretende la UE es que se pueda investigar con células madre embrionarias, pero que no se puedan obtener nuevas células de este tipo. En el fondo, se trata de una incoherencia y una hipocresía, como denunció el ministro de investigación portugués.

Lo peor del caso es que la decisión de la Unión Europea no viene dada por razones científicas, sino por argumentos religiosos de una minoría de estados con gobiernos de derechas. No cabe duda de que el desarrollo científico no debe ser ajeno a los debates éticos que suscitan determinadas investigaciones, sobre todo las que afectan a la dignidad de las personas. Pero estos debates deben hacerse sobre bases sólidas y sin prejuicios religiosos, puesto que las creencias de determinados gobernantes no deben traducirse en una condena de alargamiento del sufrimiento para millones de personas. -