Ha tenido que impactar una bomba en los recovecos de un refugio infantil para que el mundo se estremeciera levemente. Clamor tardío y efímero de una humanidad que no hace honor a su nombre. Comentarios obligados ­casi tópicos en las tertulias veraniegas­ que no darán lugar a masivas movilizaciones de repudio. Qana. Muerte odiosa- mente madrugadora. Eslabón previsible de una larga secuencia de crímenes calculados.

Ante imágenes tan rigurosas, quisiera descargar mi rabia contra los conquistadores sionistas. Soberbios, prepotentes, intocables. Siempre cargados de pretextos para retener propiedades usurpadas; siempre impermeables y agresivos ante las denuncias, blandas y escasas, que los señalan. En estas horas de holocausto árabe lanzaría reproches airados a todas las potencias imperialistas, encubridoras mendaces de una mortandad por todos conocida; interesadas beneficiarias de los mares de petróleo que los misiles hebreos les garantizan. A las pomposas instituciones internacionales de que se han dotado para mejor acallar la ira de las gentes capaces de sentirla. A todo el rebaño de bueyes cebones, atajo de emires y reyezuelos árabes que medran a la sombra del califa yanki. Rebatiría sin descanso a los muchos y obcecados defensores de un proyecto expansionista y excluyente. Todos ellos son los garantes de la impunidad con la que actúa desde hace 60 años un estado impregnado de violencia.

Quisiera gritar mis razones y desazones a los cuatro vientos... pero no lo haré. En días de rabia excesiva cedo la palabra a otras voces más autorizadas que la mía. Por ser israelitas lúcidos. Por captar desde dentro los anhelos de su pueblo y por advertir con tiempo del horror que se avecinaba. Semitas de corazón y de mente y, por eso mismo, antisionistas. Asher Ginzburg visitó los primeros asentamientos judíos, todavía bajo el dominio otomano. Sus ya lejanas apreciaciones resultaron advertencias premonitorias: «Llegará el día en que nuestro pueblo se expandirá hasta el punto de expulsar a los pobladores indígenas. Y ellos no renunciarán fácilmente a su tierra». Isaac Deutscher fue un intelectual israelí que había perdido en la persecución nazi a buena parte de su familia, pero no la conciencia crítica. Con amplio conocimiento de causa calificó a los sionistas como «los prusianos de Oriente Próximo». A ellos les dedica estas palabras sin concesión que ayudan a comprender el permanente holocausto árabe: «Intensifican el derramamiento de sangre en ambos bandos. Pueden llegar a provocar una guerra regional y una limpieza étnica». -