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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-08-07
Martin GARITANO
La otra vida de Miguel
La vida sigue igual (XLVI)

Simón se despertó temprano. Había demasiadas cosas por aclarar y sería bueno hacer algunas gestiones antes de visitar a Josefo, en Behitene. También Sergio madrugó, lo que no era frecuente. A esa hora, Gotzon abandonaba Uriondo camino de Zaragoza.

­Son las siete y media de la mañana, Sergio, ¿qué vas a hacer a estas horas?

­No lo sé, tío, pero no podía dormir. Creo que me han sucedido demasiadas cosas en tan poco tiempo... Voy a dar un paseo hasta Santa Ana a ver si me despejo un poco.

­Yo también voy hacia allí. Voy a visitar a Lurdes, la viuda de Miguel. Después de desayunar, podemos ir juntos.

Sergio disimuló su disgusto. Su intención real era otra, bien distinta al paseo.

También Huesitos se levantó temprano. La conversación de la víspera con Xuxú y la invitación de Lurdes para charlar sobre algo relacionado con Miguel le inquietaban.

En el kiosco, Juanjosito se compadecía de sí mismo. Llevaba hora y media en el trabajo y sólo había vendido tres periódicos. A partir del día siguiente abriría a las ocho.

Simón y Sergio salieron de la casa parroquial cuando las campanas de la iglesia tocaban las primeras campanadas del día. En el camino hacia el kiosco se encontraron con Huesitos:

­Hombre, ¿también tú madrugas?

­No es una costumbre sana, pero ayer Lurdes me dijo que pasara por Landatxo, que quería contarme algo, y he pensado ir temprano.

­Para estar de vuelta a las doce en punto, claro...

­¿Y vosotros? ¿De ejercicios espirituales?

­No. Sergio va a pasear y yo también voy a Landatxo. Si quieres vamos en mi coche. Este, que es joven, que vaya andando.

Sergio asintió.

Los dos hombres montaron en el coche del cura mientras el argentino enfilaba el camino hacia Santa Ana. Cuando el coche le adelantó, se detuvo. Esperó unos segundos y, al perderse el vehículo de vista, dio media vuelta y se dirigió a la casa de Mila. Juanjosito lo vio pasar por el cantón que conducía a Atzealde.

La conversación entre Simón y Huesitos en el coche no podía referirse más que a un asunto:

­Ayer, cuando fuimos a darle el pésame, Lurdes me dijo que tenía algo para contar y me dio la impresión de que podía ser algo importante.

­Si, también a mí me dijo algo parecido. Vamos a ver qué nos cuenta.

Huesitos relató la conversación de la víspera con Xuxú. El dato de las dos detenciones del sobrino de Josefo era nuevo para Simón.

­Pues no sé si eso aclara un poco el asunto o lo enmaraña más aún, pero es extraño que Josefo no dijera nada cuando apareció el primer muerto...

Gotzon llevaba una hora en carretera cuando Sergio tocó el timbre del portal. Mila acababa de salir de la ducha y el aroma del café recién hecho invadía toda la casa.

En Landatxo, Lurdes compartía el desayuno con sus dos hijas. Al llegar Huesitos y Simón, las muchachas se despidieron de su madre y marcharon a dar un paseo por el monte.

­¿Qué tal habéis dormido? Ayer fue un día agotador...

­Pues la verdad es que yo caí rendida después del entierro. Tomé un tranquilizante y he dormido toda la noche. Supongo que serán peores los siguientes días.

Huesitos fue al grano:

­Ayer me dijiste que había algo relacionado con la muerte de Miguel que...

­Sí. También se lo adelanté a Simón. La verdad es que la relación entre Miguel y yo era francamente mala. No nos separamos por las chicas, pero en los últimos tiempos, sobre todo a raíz de aquella depresión, Miguel se comportaba de modo muy extraño: salía por las noches y regresaba de madrugada, traía y llevaba paquetes que guardaba en la ermita, venía con gente extraña... No sé, era otra persona. Ahora compruebo que todos mis temores eran fundados.

­¿En la ermita has dicho? ¿Qué guardaba en la ermita?

­No te puedo decir qué había en las cajas, porque nunca las vi abiertas, pero cuando venía con aquellos chicos, cogía la llave de la ermita y se los llevaban allí. Parecía que pesaban bastante. Luego volvían a marcharse, pero uno de los chicos, el que apareció muerto allí, se solía quedar encerrado hasta el día siguiente. Yo tenía miedo, pero no me atrevía a decir nada.

Simón y Huesitos no salían de su asombro. Ninguno de los dos hubiera imaginado que Miguel tuviera esa segunda vida, aunque Huesitos lo hubiera catalogado, simplemente, como un putero.

En la casa de Gotzon y Mila, Sergio yacía desnudo en la cama. Mila, en la plenitud de sus cuarenta años le besaba mientras buscaba una segunda reacción vital del argentino.

­Ha sido fabuloso, Mila, pero me siento culpable. No sé cómo va a terminar todo esto.

­Chsss. No hables. Bésame.

Mila se incorporó y puso sus pechos a la altura de la cara del joven. No hizo falta mucho más para que el argentino notara que su virilidad volvía a despertar.

Media hora más tarde, Simón y Huesitos abandonaban Landatxo. La conversación con Lurdes había sido más esclarecedora de lo que esperaban.

­Mañana hablaremos con Josefo. Yo creo que sabe más cosas de las que nos ha dicho.

­También habrá que hablar con el juez Cañizo. No vayamos a meter la pata...

Al llegar a Uriondo, aparcaron junto al kiosco y se dirigieron al K.O.

­Hombre, hoy parece que madruga todo el mundo.

­Bueno, hasta el momento sólo te hemos visto a ti.

­Pues tu sobrino también anda por ahí.

­Es verdad. Ha ido a pasear hacia Santa Ana.

­¿A Santa Ana? Pues yo le he visto pasar en dirección contraria, hacia Atzealde. -

(CONTINUARA)


 
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