KAREN MARON
(Desde Tiro)
El cerco se cierra sobre Tiro. Las carreteras alternativas, vías
utilizadas ante la destrucción de la autopista costera fueron bombardeadas
durante la noche y no hay forma de salir o de entrar desde la capital ubicada a
83 kilómetros. El milenario puerto fenicio es hoy una ciudad que encarcela y
donde se esperan los peores acontecimientos.
Los ataques son incesantes y tres edificios ubicados en el desierto barrio de Roos fueron derrumbados íntegramente, lo que además produjo incendios y daños en las viviendas lindantes. En la base de una escalera, 20 minutos después de la explosión, hallamos abandonados pertrechos militares, cascos, equipo de sanidad militar y tres AK 47 en un pasadizo donde había interruptores eléctricos.
Nadie sale y nadie entra de Tiro, salvo excepcionales casos como la del corresponsal Adrian Blomfield del británico “The Guardian”, joven pero experimentado, que ante la ruta cortada decidió cruzar el río con todo su equipo para poder seguir contando la historia y reemplazar en su puesto al legendario Jonathan Steel.
El tuvo esa posibilidad, pero hay miles de víctimas del conflicto que están confinados, enjaulados en sus pueblos, sin agua, comida ni medicinas.
Roland Huguenin, de 51 años, periodista, un erudito en idioma antiguo y religión, es uno de los encargados de ayudar a esos necesitados. Roland es el portavoz del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Tiro y un hombre cuyos ojos han visto las guerras de Irán e Irak, la primera guerra del Golfo, la ocupación de 2003 en la Mesopotamia y, estudiando en Beirut, le ha tocado vivir la ocupación israelí y la guerra civil.
Aunque estaba en Londres organizando un centro de coordinación de portavoces de CICR a partir de la investigación de los casos de Guantánamo y Abu Ghraib, su última misión en el terreno era Gaza, pero inmediatamente voló a Chipre para de allí llegar a un país que es caro en sus afectos.
«Mis colegas llegaron a los cuatro días del inicio del conflicto porque teníamos una pequeña oficina en Beirut y de sorpresa empieza esta guerra. Inmediatamente teníamos que ayudar a la gente», señala este suizo que ha dedicado su vida a la ayuda humanitaria.
«Intentamos salir a los pueblos de la región. En el distrito de Tiro hay más de 100.000 personas. Dicen que puede ocurrir cualquier cosa desde el punto de vista militar, pero eso no es válido. Esos civiles deberían estar protegidos por la Convención de Ginebra. En las primeras dos semanas llegamos a dar paquetes con alimentos a unas 10.000 familias y cada paquete es para cinco personas, pero eso no significa que hayamos llegado a todas partes. Hay pueblos que nunca han recibido ayuda y que hace tres semanas viven en los sótanos sin ver la luz por temor a los bombardeos».
Conocemos el caso de cien personas que estaban en un garaje y salieron a recoger paquetes con alimentos. Cuando nos fuimos, a las tres horas los atacaron. Por eso la gente tiene razón al no querer salir a la calle.
Las provisiones son para cinco personas, durante cinco días. Pero teniendo en cuenta la emergencia ¿como se llegará al resto de las víctimas y por un plazo mayor de tiempo?
Queremos hacer otra operación para 10 días que incluya a los desplazados que llegaron a Tiro. Aquí los negocios están cerrados, los médicos se han ido y la gente necesita cosas para cada día para sobrevivir. Por eso hemos traído dos barcos al puerto y tenemos otro en Saida para organizar la ayuda alimentaria. En Saida hay más de 50.000 personas desplazadas en los alrededores de la ciudad y el resto en los montes del Chouf, donde cada pueblo tiene el doble de población de lo normal y aunque hay mucha solidaridad en la sociedad libanesa, la comida no alcanzará. En Tiro se quedaron muy pocas personas porque tienen mucho miedo. Hoy ha sido un día muy peligroso donde se escuchan explosiones a dos kilómetros de aquí y en la misma ciudad. Los desplazados se quedan un día durmiendo en la playa y después se van al norte.
«Las hostilidades militares lanzan miles de bombas cada día y las personas no salen de los sótanos. Además se ha destruido la infraestructura eléctrica y no se puede extraer agua», relata Roland Huguenin. «Intentamos llevar gasolina para los generadores de electricidad que se tienen en los hospitales. El Ministro de Salud de Líbano anunció que no hay más de una semana de gasolina». «Otro tema muy grave subraya es que los hospitales han sido objetivo de bombardeos aéreos y es muy difícil ayudar porque las carreteras están cortadas. Pedimos garantías de seguridad para subir a los pueblos pero no lo conseguimos, no se puede salir de la región porque no tenemos garantías de seguridad de Israel».
Con respecto al corredor humanitario que Israel se niega a respetar, Huguenin matiza que «no pedimos un corredor fijo para cada día y aceptamos que hay necesidades militares, pero necesitamos organización pueblo por pueblo. Bent Jaibel, por ejemplo, y otra docena más no han tenido ayuda. Nos llama gente mayor que dice que no van a sobrevivir a esta situación y se quedan personas sobreviviendo dentro de las ruinas. No hay ninguna justificación para este tipo de situaciones», sentencia.
Tampoco considera «de ninguna manera aceptable» que los organismos humanitarios sean blanco de ataques militares. «Ocurrió varias veces con un convoy humanitario para distribuir alimentación donde hubo tiroteos muy cerca. No hemos sufrido ataques directos pero a la Cruz Roja libanesa le han disparado dos veces».
«Me voy a morir aqui»
En este contexto de bloqueo, resolver la emergencia humanitaria es cada día más complicado. «Hay centenares de miles de personas que viven en sótanos, en colegios y todavía no hay una acción humanitaria para el CICR. Lo importante es la emergencia, estar aquí y ahora que la gente necesita ayuda. Pero la necesitan ya», alerta.
La sensación de impotencia, de querer ayudar y no poder, le traen a la mente las últimas guerras en este país en los últimos 30 años. «Me parece que hay un sufrimiento que no es necesario, hay cosas que no se pueden cambiar pero otras que con una decisión sí se pueden cambiar y eso es frustrante. Le pregunté a una mujer muy vieja porque se quedaba en sus casa destruida y me dijo: ‘Porque soy muy vieja, estoy enferma y porque voy a subir a otro sitio. Me voy a morir aquí’. Hay gente que no tiene ni un peso para salir y los que no tienen autos, ¿a dónde van a ir? Me da mucho dolor saber que ellos que no son combatientes, son las verdaderas víctimas». -