«La existencia, ese plagio». Así resumía el contenido de nuestras vidas la lucidez reaccionaria del apátrida Cioran. Fue hace cincuenta años, cuando todavía se trataba no de interpretar el mundo sino de cambiarlo y, con ello, a los seres que lo habitan. Ha llovido mucho desde entonces.

A la similitud humana por nuestros genes hay que añadir la uniformidad promovida por una educación vacía de contenidos críticos. Amén de unos arquetipos incrustados a marchamartillo en nuestras escasas neuronas por los modernos medios de comunicación.

No hay más que ver durante unos momentos cualesquiera de los programas televisivos para contemplar la Abyección en carne viva.

Los hay para todos los públicos. El programa-tipo dirigido a los peques lo conducen dos adolescentes de diferente sexo que, a modo de diálogo y hablando «joven», no paran de decir sandeces mientras se esfuerzan en parecer graciosos. Dan paso a unos dibujos animados japoneses de seres deformes, con los ojos y boca abiertos al máximo, tan animados que se dan de hostias continuamente. Y, además, vuelan. Cada diez minutos, anuncios para niños y para niñas.

Para los más creciditos, series de felices y graciosas familias norteamericanas con algún que otro problemilla que resolver o de alegres jóvenes que nos muestran lo divertido que es su instituto con taquillas en los pasillos y com- prensivos profesores.

A las amas de casa, lo más de lo más, profunda presentadora rodeada por individuos, de una catadura moral que hacen que Calígula se asemeje a Santa Teresa, dedicándose todo el programa a desentrañar, de la forma más ruin y baja, las interioridades del famoseo. Cómo será la cosa que el otro día, yo que siempre aposté por la guillotina, sentí piedad por la Duquesa de Alba y lástima de la Pantoja.

Cuatro horas de media frente al televisor convierten a cualquier ser humano en un pedazo de carne con ojos. No es de extrañar que haya investigaciones acerca de la incidencia de la televisión en el aumento del Alzheimer.

Sin espíritu crítico, es decir, incapaces de analizar los discursos y de desvelar el contenido reaccionario que esconden los programas llamados de ocio, seguiremos viviendo en Babia mientras otros viven en Jauja. Nuestra existencia no será siquiera plagio imitativo, será vulgar fotocopia inanimada. -