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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-08-20
El interrogatorio del juez Cañizo
LA VIDA SIGUE IGUAL (LIX)

Sergio pagó el café y salió del bar como alma que lleva el diablo. La adrenalina generada por el dramático episodio de la mañana le pedía una descarga urgente. Iba, como hubiera dicho su padre, ‘de Guatemala a Guatepeor’ pero le ayudaba a encontrar el punto de satisfacción que la realidad le negaba. Estaba a punto de ser castrado por Gotzon y se buscaba una nueva complicación con Xuxú. Lo sabía, pero era tan difícil resistirse a aquella llamada. Aquel tonoŠ

Al llegar al portal de Miren sintió que su masculinidad alcanzaba su máximo esplendor. Como por arte de magia, había desaparecido el terror que sintió minutos antes ante el rostro airado de Gotzon. Ni siquiera pensó en lo que pudiera sucederle si Xuxú regresara a casa antes de lo previsto. Le esperaba una tarde de pasión y, él, en la pasión buscaba la solución a sus angustias. En Uriondo no le habían faltado soluciones.

En la casa de Simón, Huesitos, Gotzon y Xuxú atendían a las explicaciones del cura:

­El juez Cañizo es un buen hombre, pero se ha puesto como un basilisco con la explicación que le he dado. Supongo que se calmará cuando se lo contemos en primera persona. De lo que se trata es de convencerle de que no hemos estado jugando a aventureros sino que queríamos saber si todo lo que me había contado Lurdes era cierto antes de ponerle en canción a él.

­Sí, pero eso vale hasta el descubrimiento del túnel. Las otras dos visitas, las escopetasŠ se nos va a caer el pelo.

­No exageremos. Contamos lo que ha sucedido en realidad y ya está. Veréis como no pasa nada.

En casa de Gotzon, Mila consumía el tercer café de la tarde. Con los nervios como una madeja daba una y mil vueltas a la situación vivida aquella mañana. Y al futuro. ¿Merecía la pena dejar a Gotzon e intentarlo con el argentinito? ¿Tenía futuro una relación con un muchacho diez años más joven? ¿Seguía, en el fondo, enamorada de Gotzon? Mil preguntas le rondaban la cabeza cuando decidió salir de casa y dar un paseo. La brisa del mar, pensó, tal vez le ayudara a despejar sus dudas.

El juez Cañizo y el comisario de la Ertzaintza encargado del ‘Caso Uriondo’ aparcaron frente a la casa parroquial. Venían acompañados de una secretaria del juzgado. Simón les esperaba en el portal.

­¿Están sus compañeros en la casa?

­Sí. Estamos los cuatro.

El juez y el policía se instalaron en el despacho del párroco y tomaron declaración a los cuatro por separado. La diligencia no duró mucho. Una hora a lo más. Luego los reunió a todos en el salón.

­Quiero que sepan que lo que han hecho ustedes es, cuando menos, una irresponsabilidad, si no un delito. No voy a imputarles porque considero que no han obrado con mala fe, pero quiero que sepan que éste es un asunto muy complicado, que hay gente muy peligrosa implicada en él y que, bajo ninguna circunstancia quiero volver a cruzármelos en la investigación. En caso contrario tendré que inculparlos por un delito de obstrucción a la Justicia.

­Entienda usted ­medió Simón­ que uno de los implicados, por una razón o por otra, es amigo nuestro, que uno de los muertos era conocido de todos, que los sucesos se han desarrollado ante nuestras propias naricesŠ sólo queríamos saber qué ha pasado en nuestro pueblo.

­Eso ya me lo han explicado los cuatro en sus declaraciones. Pero, repito, no quiero volver a verles mezclados en todo esto. Para eso está la Policía Judicial.

­Le doy mi palabra, en nombre de los cuatro, que no volverá a suceder, pero usted debe entender que necesitamos saber algo más. Mis feligreses me piden explicaciones y yo tengo la obligación de ofrecérselas. También desde el Obispado me han pedido alguna aclaración.

­No voy a extenderme más. Las explicaciones están en la instrucción del sumario. Y el sumario está bajo secreto. Cuando llegue el momento, todos sabrán lo que ha sucedido. O, por lo menos, lo que la Ertzaintza y el juzgado hayamos descubierto. Hasta entonces, sigan ustedes haciendo su vida habitual.

Mila salió de casa y se dirigió a la playa. Al pasar por el Itsasalde vio a Arantzazu sentada en la terraza y se tomó asiento junto a ella.

­Iba a dar un paseo pero con este calor, casi mejor si me quedo contigo y me tomo algo refrescante.

­Yo acabo de pedirme un gin tonic. Juanjosito se ha quedado en casa echando la siesta y a mí no me apetecía pasarme la tarde en la cama.

­Buena idea, voy a pedir otro para mí.

Se levantó para dirigirse al interior del bar cuando vio a Sergio. Salía de casa de Miren. Mila sintió que le fallaban las fuerzas y rompió a llorar. Koldo, el camarero, se quedó pasmado.

Huesitos, Simón, Gotzon y Xuxú salieron de la casa parroquial inmediatamente detrás del juez y sus acompañantes. Cañizo les había metido el miedo en el cuerpo y la jornada había sido demasiado intensa para todos, en especial para Gotzon. No hablaron hasta llegar al K.O. Entraron a la vez que Eusebio, el dueño.

­Aita, ha venido el argentino, Sergio. Ha dicho que pasará luego porque quiere hablar contigo.

Simón se lo explicó:

­Quiere saber si hay trabajo para él. Parece que lo de la gestoría no va a salir y el muchacho quiere empezar a trabajar.

­Pues si quiere trabajar, trabajará. Parece un buen muchacho y me hace falta alguien en la cocina. Mi mujer se quiere retirar.

Gotzon repitió mentalmente las palabras de Eusebio: “Parece un buen muchachoŠ”.

(CONTINUARA)


 
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