Tan sólo una flauta
No resulta nada fácil hacer crítica de un concierto como el del jueves, protagonizado por un único músico y, además, flautista. En los recitales a solo de instrumentos como el piano, la guitarra, incluso el violín y el violonchelo, se pueden establecer comparaciones, porque existe una sólida tradición interpretativa que los ampara. Pero en el caso de la flauta, salvo excepciones, el repertorio es reciente y los recitales a solo muy poco habituales. Por eso el de Mario Caroli fue tan excepcional, porque al medio centenar de oyentes allí reunidos nos permitió redescubrir un instrumento tan etiquetado por tópicos. Obras como las de Kaija Saariaho y María Eugenia Luc fueron ejemplos magníficos de cómo el habla se puede relacionar con la flauta, creando un curioso híbrido entre el lenguaje y los sonidos (o ruidos) musicales. Las piezas de Hosokawa e Isang Yun mostraron la versatilidad de la flauta para adaptarse a todo tipo de recursos expresivos: glisandos, silbidos, golpes de llaves, etcétera. La obra más extrema en ese sentido fue “Morte tauburo” de Salvatore Sciarrino, un fascinante espectáculo en el que la flauta no emite ni un solo sonido a la manera «tradicional». Todas estas piezas fueron interesantísimas y, por supuesto, epatantes, por el extremo virtuosismo que exigen y que para Mario Caroli pareció casi un juego. Pero fue en otras dos piezas donde se pudo adivinar el enorme talento y sensibilidad del flautista. Fue en la de Kurtág, una pieza breve y sencilla, pero de una sutilidad extrema en su cercanía al silencio, con la que Caroli logró ponernos un nudo en la garganta; y en la conocida “Syrinx” de Debussy que ofreció como bis, que tocó con una ductilidad en el sonido y una musicalidad embaucadora. En definitiva, un recital excepcional al que se sumó el plus de lo novedoso. -
Mikel CHAMIZO
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