La Banda de Txistularis de Donostia completó el agasajo de las autoridades a la EOS, a la que entregaron la Medalla de Honor por su vigesimoquinta participación en este festival.
El apartado musical empezó con una obra de Carmelo Bernaola (1929-2002) estrenada recientemente en Bilbo, “Fanfarria y preludio”. Las maderas-vientos iniciaron la selecta fanfarria y las cuerdas primaron la elaboración del preludio tan sutil y propio.
Siguió el pianista eminente ruso Arcadi Bolodos en el “Concierto para piano y orquesta en re menor, opus 30” de uno de los epígonos del romanticismo, Sergei Rachmaninoff (1873-1943), brioso y enérgico, consecuente con su línea lírica, sobre todo en el adagio, y el reventón sinfónico que el buen solista de piano propone a una orquesta plena.
Como colofón extendió la Orquesta de Euskadi la amplia “Sinfonía Alpina” (1911-1915), obra culmen final de otro epígono romanticista, Richard Strauss (1864-1949), capaz de describir como un recorrido montañero o el reflejo de la vida de un ser humano. Musicada sinfónicamente en varias fases, la elegía la cantan dolientes las maderas-viento (cuerno inglés, oboe y flautas); el piccolo pía reiterativo, pero es la gran orquesta la predominante en los distintos movimientos, como la tormenta, en la que privan los timbres más varios, junto a tubas graves y contrabajos.
La batuta seria de Gilbert Varga matizó adecuadamente en las distintas fases a las familias instrumentales, decidiendo con energía y delicadeza para lograr los sonidos tímbricos más sugerentes.
El público volvió a jalear a la Sinfónica en el homenaje y en el inicio de otros 25 años de vida musical. -
OTXANDIO