Fue el 4 de septiembre de 1986. En los salones del Hotel Gasteiz, un grupo de gente comprometida tomó una decisión tan razonable como valiente. Había nacido Eusko Alkartasuna. La valentía de estos hombres y mujeres es cada vez más infrecuente, especialmente en política. En tiempos en los que tan acostumbrados estamos al cálculo y la estrategia, al maniqueísmo, al malabarismo... es de elogiar el arrojo de quienes, hace 20 años, optaron por la incertidumbre, el trabajo y el compromiso y dejaron atrás la comodidad, la seguridad y las ventajas de un hogar ya establecido. Y todo este esfuerzo lo hicieron no por el propio beneficio, sino con el deseo de dotar al país de una herramienta «popular, democrática, moderna y progresista».Fue una decisión valiente, pero apoyada en razones y convicciones. No fue, como pretenden algunos, una rabieta, una disputa familiar, un desencuentro doméstico. Fue una necesidad política que veinte años más tarde ha olvidado su condición de proyecto para hacerse una realidad tangible, presente y necesaria en nuestro país.
Y es que, desde la distancia que da el tiempo, es curioso y a la vez aleccionador repasar el diagnóstico y las líneas de actuación que entonces se plantearon como líneas maestras de lo que debía ser Eusko Alkartasuna.
Se hablaba entonces del neoforalismo, de la LTH y del riesgo de provincializar el país. Del desinterés de algunos nacionalistas por la soberanía y la integridad territorial. Se denunciaba así mismo que algunos que se decían abertzales pretendían tomar el estatuto como un fin y no como un simple instrumento.
Por eso, aquellos hombres y mujeres se comprometían a reclamar el derecho de autodeterminación. Y lo hacían además, superando el foralismo y el historicismo y apoyándose por encima de todo en «nuestra conciencia nacional», en nuestra soberanía y capacidad de decisión democrática, que diríamos hoy. Una capacidad de decisión que se hacía expresa para los ciudadanos navarros, compaginando la defensa de la integridad territorial con el respeto a su libre decisión.
Un compromiso con el euskara, y con Euskal Herria, que pretendía superar «las disfuncionalidades y provincionalismos exacerbados derivados de una concepción anacrónica de las instituciones vascas», que aspiraba a sumarse a una construcción europea «basada en la igualdad de los pueblos y el respeto a las naciones sin estado».
Pero no sólo de patria vive el hombre. Por eso, como hace 20 años, en EA hablamos de conceptos como «hacer compatible el desarrollo urbanístico, tecnológico e industrial con el respeto y la defensa activa de la naturaleza y el medio ambiente», o de trabajar por la «igualdad efectiva en el disfrute de los recursos que proporciona la naturaleza, el progreso científico y técnico y la organización social, como exigencia de la dignidad humana».
Y todo ello, hoy y siempre, dentro de «la tradición progresista europea de la defensa de los derechos humanos y la paz». Tradición que debe basarse en «la justicia social y la igualdad de las naciones» y que de forma expresa «rechazará el recurso a la violencia para la consecución de sus objetivos políticos».
Todo lo anterior, lo entrecomillado, está escrito hace 20 años. Si lo miramos así parece que 20 años no es nada. Pero si consideramos la realidad actual de nuestro país, y de nuestro territorio, y las trayectorias que hasta aquí han seguido unos y otros, tanto por la presencia en las instituciones, como por la coherencia, que no cabezonería, en los planteamientos de EA, 20 años es mucho. Es el trayecto que separa la realidad del proyecto. Una realidad cuya presencia debe seguir siendo un referente para la construcción de una Euskal Herria en clave de justicia social y progreso democrático. -
(*) Presidentes de EA en Araba y Gasteiz,
respectivamente