Josetxo Gallues Martínez de Irujo - Miembro del KEM-MOC de Iruñea
Crónica de una guerra (I)
Hace ya un mes que la guerrilla de Hizbula secuestró a los dos soldados israelitas. Estamos en guerra. Los medios de comunicación utilizan epítetos como enfrentamientos, incursiones, conflicto... pero los que vivimos en la zona sabemos que es una guerra. Desde que empezó, el ambiente, normalmente tenso, se ha vuelto estridente. Muchos no lo han aguantado y se han alejado a zonas más seguras. En el paisaje se mezclan vehículos llenos de fardos de ropa, electrodomésticos... y otros con maquinaria pesada que sólo producen destrucción. Intentamos evadirnos de lo que acontece procurando llevar una vida normal, pero es imposible; el sonido de las sirenas, y el espantoso sonido posterior de una explosión nos recuerdan que por un lado la guerrilla y por el otro los soldados israelíes se están enfrentando, y que nosotros nos encontramos en medio.
Mi marido se fue en los primeros días de la guerra. No sé nada de él. No sé si vive o ha muerto. Le dije que no fuera, que se quedara con nosotros, pero me respondió que le habían llamado y tenía que acudir para defendernos. Temo por él ¿Dónde está ahora? ¿Le habrá pasado algo? En más de un momento me gustaría que estuviera a mi lado abrazándome, susurrándome dulcemente al oído palabras tranquilizadoras.
En esta situación lo único que quieres es proteger a los tuyos. Con la primera sirena cojo a mis hijos y me dirijo al refugio que se ha construido dos manzanas más abajo, donde me encuentro con mi hermana y sus hijos y demás vecinos. Al escuchar pasar otro proyectil, y la posterior explosión, mi hermana y yo nos miramos con temor y rezamos para que no les haya pasado nada a nuestros padres y hermanos. Hace cinco días una vecina se enteró al poco de salir del refugio que un misil había impactado contra la casa de sus padres. Murió su madre y un hermano; su padre, su hermana y dos hijos del hermano estaban heridos, uno de ellos muy grave. La mujer también parece haber muerto por dentro, a pesar del consuelo de su marido y sus hijas; el único momento en que reacciona es cuando oye las explosiones. Comienza a llorar hasta bien pasado el ataque.
Cuando entramos en el refugio, mi hermana y yo procuramos que nuestros hijos se evadan de la situación bélica. No es justo para ellos vivir esto. Juntamos a los primos con otros niños y nos inventamos juegos. Al principio, con el sonido de las explosiones los niños lloraban e intentaban encontrar refugio en las faldas de sus madres, un hijo mío temblaba y se orinó de miedo... Aunque la capacidad de adaptación de los humanos es sorprendente. Después de 30 días los niños pasan mejor el mal trago, aunque todavía se asustan cuando la explosión es demasiado cercana. Es horrible que una persona pueda con el tiempo volverse insensible al sonido de la destrucción y el horror.
Esta vez la explosión fue muy cercana. Todos nos tiramos al suelo de miedo. Nos mirábamos los unos a los otros como buscando respuesta; una respuesta que nadie sabía dar. Nos pitaban todavía los oídos y por eso nos costó darnos cuenta de que el ataque había terminado y nos estaban conminando a salir. Saliendo, ya nos dábamos cuenta de que una bomba había caído cerca. Toda la calle estaba rodeada de escombros, ladrillos, piedras... Reconocí una silla rota que había a mi derecha y busqué mi casa; pero no la encontré. Allí sólo había un solar con un montón de escombros. Mi casa, mi hogar, mis muebles... todo había desaparecido y estaba bajo ese montón de escombros.
A los tres días se firmó el alto el fuego, pero no comenzó la paz. -
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