ALGECIRAS
Ni los más de mil kilómetros que distancian Euskal Herria de la cárcel española de Algeciras, ni las catorce horas de carretera en autobús, ni siquiera el notable despliegue de la Policía española pudieron impedir que las muestras de solidaridad con los prisioneros políticos vascos encarcelados en la prisión gaditana, y en concreto con Iñaki de Juana, que cumple hoy 43 días en huelga de hambre, franquearan los muros de la cárcel que a día de hoy retiene a seis ciudadanos vascos. Una veintena de donostiarras pertrechados de pitos, ikurriñas, banderolas y un megáfono recorrieron la península para que ayer al mediodía, durante cerca de dos horas, De Juana sintiera la solidaridad de la ciudadanía a unos metros de distancia. Además, otros cuatro vascos una pareja de Ondarroa, y una segunda de Elorrio se unieron a la protesta reivindicativa que desde las 11.30 realizaron ante la prisión gaditana, no sin antes tener que pasar algún que otro escollo.
Bajo la continua mirada de guardia civiles y policías españoles que custodiaban para que «no se montara ninguna bronca» en los aledaños de la prisión, y bajo un sol que castigaba, la exigencia de la puesta en libertad de Iñaki de Juana y la amnistía para los prisioneros vascos sonó al unísono desde la veintena de gargantas que no cesaron de gritar, ayudadas por la megafonía y las bocinas.
Alrededor de las 10.00 de la mañana, cuando el autobús que partió de Donostia a las 20.30 del sábado continuaba camino por la costa gaditana, una patrulla de la Policía española hacía acto de presencia, por primera vez en todo el trayecto, siguiendo al vehículo por el complicado acceso a Algeciras. Tras un cuarto de hora en busca de la prisión gaditana y ante la imposibilidad de encontrarla, el conductor del autobús «solidario» opta por preguntar el camino a los mismos policías que lo siguen manteniendo una distancia prudente para el disimulo. Pero, para su sorpresa, los policías dicen que «no saben donde está la cárcel».
Sin embargo, cuando finalmente los donostiarras dan con la cárcel, y con ellos los policías que les sirven de escolta, un despliegue de consideración dirige al autobús hacia un descampado aledaño a la cárcel, donde aguardan más policías españoles y algún que otro guardia civil.
«Hoy, seguiremos»
«Bájense del autobús», ordena el primer policía que sube las escalinatas. Después de identificar uno a uno a los marchistas y verificar que lo que transportaba el autobús eran únicamente ikurriñas y banderas con el lema «Euskal presoak euskal herrira» y «Amnistía», un segundo agente informa de que será el párking de la prisión el único recinto acotado en el que se podrá realizar la protesta. Tras entregar los carnés con una inusual «amabilidad», el mando policial se explaya afirmando que están allí por la «seguridad» de los marchistas. Se escucha una que otra carcajada entrecortada. También el comentario de que «la única seguridad que nos pueden dar es que nuestros presos estén en casa, libres, y los compañeros de éstos que están en Euskal Herria se vayan de una vez a su país».
Banderas y bocinas en mano y a grito limpio, miran de nuevo a la prisión. «Euskal presoak euskal herrira», «Iñaki gose greban, elkartasuna» o «amnistiarik gabe, bakerik ez» fueron algunos de los lemas que retumbaron sobre el cemento del recinto ante la atenta mirada de algunos medios locales.