Schroeder
Iratxe Fresneda
Las retrospectivas nos dan la oportunidad de conocer ese cine que no hemos tenido ocasión de ver o deseamos revisitar. Nos ayudan a comprender la magnitud de la obra de un director e incluso a descubrir las raíces de algunas de las propuestas de hoy. Este año le ha tocado el turno a Schroeder, alguien que dice no tener nostalgia de nada, salvo del presente. Afortunadamente, hemos podido conocerle en persona y nos ha sorprendido con su castellano perfecto. Cómodo y relajado, mira a los ojos al hablar y no le duelen prendas si ha de contradecir alguna de nuestras «afirmaciones». Conversar con él resulta estimulante, no hay que seguir un guión, las preguntas son el resultado de sus interesantes respuestas. Es una especie de apátrida con alma de ciudadano del mundo. Nacido en Teherán, se ha pasado la vida de acá para allá y ése es precisamente un detalle bien dibujado en su filmografía. Sus películas son ricas en historias llegadas desde cualquier lugar, pero, sobre todo, son historias de y sobre personajes. Porque al autor de la exitosa “Mujer blanca soltera busca” no le interesa la sociología, sino los individuos, su mundo interior. Vive en Nueva York pero posee un apartamento en París, donde comparte escalera con otros ilustres. No me imagino cómo puede ser tener como vecinos a Godard o a Rohmer. ¿Quien será el presidente de su comunidad? ¿Se pedirán sal? Pues, según Barbet Schoroeder, no. No se piden ni azúcar ni sal, y, además, apenas se cruzan en el ascensor. Quizá lo único que les unió en su momento fue “Cahiers du Cinéma” o quizá su defensa a ultranza del cine de Hitchcock. Merece la pena conocer a Barbet Schroeder. -
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