Los medios de creación de opinión ­prensa, radio y televisión­ lo denuncian día y noche. Está en boca de todos.

Nuestras autoridades han puesto el grito en el cielo y van a tomar cartas en el asunto. El asunto de marras no es otro que la violencia infantil. De pronto, nuestros amados infantes se han convertido en la niña del exorcista. Sus cabezas dan vueltas en rededor escupiendo baba verde sobre progenitores, profesores y compañeros de colegio.

De un tiempo a esta parte, los periódicos nos traen noticias de agresiones de alumnos a sus maestros; las televisiones muestran vídeos de palizas de unos escolares a otros. Hasta existen programas donde baby sister’s enseñan cómo controlar a pequeños atilas que tiranizan a sus madres.

La Sociedad Española de Psiquiatría Legal (SEPL) dice que un millón de estudiantes de entre 7 y 16 años, es decir, uno de cada cuatro, sufre acoso escolar.

El TSJPV advierte del aumento del maltrato de menores a profesores. Algún sindicato de enseñanza denuncia la indefensión de los docentes en las aulas.

Parece que nos encontráramos ante algo peor que una de las plagas bíblicas que anuncian el fin del mundo.

Los diagnósticos son del tipo «¡claro! si es que nos hemos ido de un extremo a otro, no digo que lo de antes fuese bueno, pero es que ahora hacen lo que quieren. No hay ni orden ni disciplina», como arguyen las gentes bienpensantes. Los de la caverna dicen que es fruto de la descomposición de la familia tradicional. Los profesionales achacan los comportamientos violentos y el abuso del débil a familias desestructuradas. Pero todos sabemos lo estructuradísimas que eran las familias de nuestros explotadores. En Navarra, sin ir más lejos, los vástagos de los asesinos del 36 siguen abusando de nosotros, y siguen muy estructurados. ¿O acaso al criminal de Bush su papá y su mamá no lo querían?

Dicen los expertos que no hacer frente a tiempo a la violencia en las aulas «puede convertir a muchos niños en seres anticipadamente derrotados por la convicción de que han venido a nacer en un mundo que es, a fin de cuentas, una selva en la que los más violentos y poderosos depredan a los más vulnerables en medio de la indiferencia de la mayoría» ¿Es que, acaso, no es así? Los niños no son más que el reflejo de nuestro sistema social.

La solución, cambiarlo. -