Josemari Ripalda - Filósofo
Desde la Corte
Desde la Villa y Corte, la que los españoles han elegido democráticamente como capital del Reino igualmente democrático, según reza el artículo 5 del Título Preliminar de la Constitución española, desde Madrid, digo, las cosas ni se ven ni se oyen del mismo modo que en las provincias alejadas del Imperio, digo del Reino. Por ejemplo, en Madrid se oye muy bien el silencio de la Monarquía sobre el llamado proceso de paz en el igualmente llamado País Vasco; se oye atronadoramente. Tengo la impresión de que desde lejos no se oye tan claro. El Rey no ha dedicado ni una de sus ambiguas pero significativas homilías a la paz en Euskal Herria. Sin embargo la familia real sí que participa en los fastos de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, como en un reciente concierto, en el que se presentó como un insulto a la dignidad de las víctimas el que se hablara de negociación. Sí, escuché yo con estos oídos en la culta y neutral Radio Clásica, ellas, las víctimas tienen «la razón y la palabra», es decir: que los demás al menos quienes no estemos en la comunión de los santos, no somos racionales, ergo somos animales y por eso se nos trata como a tales; razón por la cual ya el insigne filósofo Leibniz declaró animal al pueblo vil y digno de ser tratado a palos. La AVT tiene, pues, el mejor pedigrí filosófico. Tampoco tenemos la palabra; pero eso ya lo sabíamos. La palabra la tienen los grandes altavoces mediáticos; y por si acaso el Estado de Derecho amontona metros cúbicos de papel de juzgado encima de los débiles sonidos que puedan aportar cacofonía en la democrática opinión pública. ¡Qué hermosos cambios retóricos nos ha traído la democracia con la libertad, la razón y la palabra! ¡Qué nobleza abstracta la del nuevo lenguaje, qué renovación de la ética y de la dignidad y el honor siempre ofendidos que los viejos de lugar tan bien conocemos! Claro que la estrategia de la palabra tanto en la AVT como en el PP es sobre todo la de hacer ruido, ensordecer y acallar, a eso lo llaman palabra. (Una variante más sutil es la capacidad retórica de Rodríguez Zapatero para el donde dije digo digo Diego.) Se habla de libertad de expresión. Habría que hablar también, y cada vez más, de la libertad de pensar; porque en el ruido, la repetición de eslógans y la pretensión de ocupar aplastantemente la opinión pública, se pierde hasta la capacidad de pensar. ¿Será que se trata de la lucha contra el Terrorismo, contra el Mal absoluto? No sé quién puede tenerse por totalmente fuera del mal. Pero sólo quiero notar una cosa. «Terrorismo» es un término descriptivo (significa ataque o amenaza contra la población civil), a la vez que valorativo (negativo, criminal). Esto es así hasta tal punto que nadie, por insurgente o rebelde que sea, suele querer ser llamado terrorista (y no sólo por las consecuencias que puede acarrearle). «Guerra», en cambio, es un término sólo descriptivo, carente en principio de valoración. Sin embargo la guerra incluye también lo que se suele definir como terrorismo: el ataque contra la población civil; y actualmente lo incluye en unas proporciones y con una brutalidad descomunales. Suele pasar también que quienes están más irreductiblemente «contra el terrorismo» suelen ser partidarios de la guerra y entusiastas de las fuerzas armadas. Hay muchas víctimas en este país y no sólo por un lado, desde luego, y hay otras víctimas que las que están saliendo todos los días a la calle, víctimas también que sufren de otras víctimas (que se lo pregunten a Dª Pilar Manjón), víctimas por otros motivos también, que no salen en las noticias políticas, o que sólo salen, ocasionalmente, en las de sucesos. Hay una gran hipocresía social en todo este tema, de la que no sé si al fin nos salvamos ninguno. Es mejor no mirar al mar de sufrimiento en el que flota la satisfacción consumista más o menos precaria, o reducirlo a uno aprobado y garantizado políticamente. En todo caso, y es lo más importante de todo, ninguna reconciliación ni revolución ni proceso de paz acabará con el sufrimiento profundo de las heridas íntimas, ni las hará no ocurridas retroactivamente. Ni ningún «venceremos» convierte el pasado en no ocurrido. Toda solución valdrá sólo para el futuro, también en parte para el de las mismas víctimas; pero sobre todo para que otros tengan la oportunidad de vivir sin esos traumas. Precisamente por eso quien sufre ya sin remedio no tiene derecho a exigir la extensión de su sufrimiento en forma de más víctimas o a que ese sufrimiento, menos aún su venganza tan distinta de la justicia, se convierta en el eje del futuro para una sociedad. En la reciente película “V de Vendetta” es el protagonista quien asesina al dictador. En el comic que ha servido de base a la película, en cambio, el dictador no es asesinado por el héroe, sino por la viuda de un policía muerto en la defensa del Régimen. La clase política de este país ha mostrado suficientemente su desprecio y su manipulación de la gente. El que España sea una democracia ¿significará simplemente que el negocio se ha hecho hace tiempo más importante que los uniformes? No se espere entonces del uniforme supremo y jefe de las fuerzas armadas que comprometa «el negosi». («Sapienti paucum», decían los antiguos donde más valía no seguir hablando.) Es de temer que una solución digna del conflicto vasco, tantas veces declarado inexistente o idéntico con ETA (incluso en los juzgados), sea al fin poco compatible con «nuestra ejemplar transición». -
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