Doble filo
Las lenguas de doble filo campan por los platós. También por las tertulias y los debates. Posiblemente sea el momento histórico en donde solamente las lenguas de doble filo son las que se requieren para mantener en pie la charlotada, ya sea judicial, política, económica o futbolística. Es lo que pasa con ciertas ensaladas que les echan tanta salsa rosa que todo sabe igual. Parece que está sucediendo algo parecido, el reino del rumor. El imperio del chascarrillo. No es necesario contrastar absolutamente nada. Hay una lucha por el poder económico, con servidores a dos amos que no tienen otro objetivo que transmitir un mensaje caduco. A precio de fresco. Gritan.Al final los cálculos empresariales acaban siendo la única ideología. Y si la telerrealidad da dividendos es porque dentro de la insuficiencia general, la aparente sinceridad, aunque sea patológica, de los encerrados en casas con cámaras de televisión resultan más reconfortantes que los mensajes, consignas y mentiras de la caterva. Intoxicar con mentiras, señalar con el código penal, llamar a la rebelión involucionista no está penado. La Justicia fue considerada hace unos años un cachondeo. Hoy es un peligro constitucional. Un asunto denunciable porque invade el desarrollo democrático. Y sus miembros más reaccionarios tienen pisos que pagamos entre todos. Un escándalo. No hay oportunidad mejor para la vacuidad. ¿Por dónde sopla el viento? Los mandos a distancia casi no gastan energía. Simplemente desgastan la paciencia. Rompemos relaciones como quien se sorbe los mocos. Transferimos malos rollos sin recargo. Doble filo, un antes y un después, como soñar, que es comparable a aparcar en doble fila. A través de la programación de las televisiones encontramos los vestigios de lo que fue la alienación estructural. ¿Por qué aparecen los mismos en todos los sitios con tertulia seudo política? La primera estatal suelta retazos de sus archivos y vamos descubriendo que la herencia genética es cuestionable. Es mejor la tesis de la herencia catódica, de la conformación de nuestros gustos a través de los iconos televisivos que han ido creciendo con nosotros. Es nuestro espejo cóncavo. -
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