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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-11-16
Tomas Trifol - Profesor y licenciado en Ciencias Humanas
Reflexiones sobre un proceso estancado

El foro de Ibaeta, al reclamar cambios legislativos al Gobierno del PSOE, ha dado una vez más en el clavo tocando el quid de la cuestión del llamado hasta hace poco «proceso para el final dialogado de la violencia», que ha pasado, al menos legalmente, a ser «un proceso de paz en España» desde que este concepto entró por primera vez en un texto legal del Parlamento Europeo.

Pero sigue el baile de disfraces clásico, históricamente impecable, que los nacionales españoles vienen ofreciendo para sus «asuntos internos» a lo largo de su historia. La ceguera del PSOE es variada y mayúscula. Variada porque mientras a unos les mueve sólo el unionismo nacional rancio y trasnochado, otros juegan con el proceso de paz como con un balón de fútbol para ganar su partida electoral. A los primeros, que se consideran a sí mismos demócratas y también progresistas, habría que exigirles dentro de esos conceptos un sentido mas crítico y menos hierático de su historia oficial dogmática, aplicandose así mismo una cura de humildad desnacionalizante. A los segundos, que quizás sean todavía más maquiavélicos que los primeros, habría que advertirles que con los pueblos que llevan luchando por sus derechos democráticos durante mas de 150 años es una frivolidad creerse que están acabados y que dorándose las píldoras firmarían lo que sólo la otra parte quisiera.

Conocemos profundamente el rechazo de una de las partes a asumir el quid de la cuestión, es decir, la existencia de un país o conjunto de ciudadanos con una soberanía usurpada por una monarquía apoyada por y en un estado nacional, hecha por la fe y la espada para ser luego barnizada por su democracia.

Conocemos que el Estado no está dispuesto a asumir el derecho de autodeterminación de los pueblos y que por eso anda dando tumbos y saltos y bailando con su derechona, al únisono o tirándose los papeles del libreto a la cara sin que se interrumpa ni un instante lo que cada uno debe hacer o decir por la falta momentánea de dicho libreto o de apuntador. Y son muy buenos actores, porque se creen el papel que representan.

No hay dos vías antagónicas, sino divergentes, en la táctica de la España nacional, y quien falle o produzca los peores resultados perderá más votos en las próximas elecciones legislativas.

Un comentarista de un diario madrileño, amigo mío de la infancia, calificaba en un artículo el proceso de paz como el del fin del terrorismo, y llamaba escorpiones a los de ETA por también presuntas irregularidades violentas durante la tregua, precisamente la víspera del debate sobre el proceso de Paz en el parlamento europeo. Según él, cada vez que el PSOE estaba dando la mano al complejo ETA-Batasuna, el escorpión, con su perversa ten- dencia genética, se la mordía como siempre que le habían querido ayudar. La conclusión era que con escorpiones es mejor no negociar, que es precisamente la misma conclusión adscrita al PP, a la nacional del PSOE y con ligeros matices a los oportunistas de la política. Estos últimos están esperando a las elecciones entre cantos de sirena y declaraciones para verdaderos retrasados mentales, que es lo que les dicen las encuestas sociológicas que son los que conforman el grueso de la opinión pública.

De todas formas, no se es escorpión por reclamar como cuestión previa la disposición anímica del estudio de la viabilidad del derecho de autodeterminación de los pueblos y su aplicación a Euskal Herria. Sí se es, sin embargo, montando tácticas represivas de muy diverso género y contenido en connivencia con la judicatura derechona para que el otro ceda precisamente en el quid de la cuestión, previo inicio de proceso de ningún genero. Y también hay periodistas y políticos escorpiones cuando afirman que la España soberana no discrimina a la mayoría de los vascos secesionistas, pero que sí lo haría la Euskal Herria soberana con la presunta minoría unionista.

ETA podría perder la paciencia en el entretanto y decidir o incidir, entre otras cosas, con su huida hacia delante, o un posible salto cualitativo de consecuencias desastrosas, a quién favorecer en las próximas elecciones, si a la España del general Rajoy o a la del comandante Zapatero.

Para que el proceso de paz fuera mínimamente creíble y se encaminara a puerto, desbaratando la danza macabra de las instuciones del Estado, sólo habría que volver a las leyes sobre partidos y terrorismo que existieron en la democracia española anterior a la época Aznar, homologadas y homologables con el resto de países europeos. Pero claro, eso plantea un problema y no sólo de carácter electoral.

«¿...Y que haríamos con una Batasuna legalizada y una ETA que se niega a dar pasos en ningún sentido si el Estado no admite previamente la posibilidad del reconocimiento del derecho a la autodeterminación de Euskal Herria? ¿Volverla a ilegalizar?».

Había hasta ahora una puerta que conducía a un laberinto que era la mesa de partidos, donde las cuestiones políticas debían ser discutidas, acordadas o aprobadas por mayoría. Llevaba y lleva en principio a una solución democrática de la cuestión vasca.

El afianzamiento de la invariable estrategia histórica del PNV oficial, que le ha llevado apresuradamente a cerciorar en privado al Estado que su «derecho de autodeterminación» se ejerce dentro de la unidad española, ha debido de importunar gravemente el proceso y precisamente por una cuestión de procedimiento. Esta falta de tacto de la oficilidad del PNV, motivada también sin duda por el miedo a la falta de protagonismo central en el proceso de paz, es a nuestro entender un grave resbalón político. Su opción unionista autonomista, perfectamente legítima, debería haberse adecuado tras el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de los pueblos, dejando para después la concrección política y pública de dicha opción. Lo han hecho al revés, quizás porque tampoco les interese un auténtico proceso de paz que les deje mostrando en público tal y como son sus partes más íntimas.

A pesar de todo, no hay nada insalvable si la ciudadanía vasca y el conjunto de las fuerzas políticas hace pesar la balanza por el lado de la buena voluntad, donde todas las opciones son legítimas y factibles en política, y donde también las partes íntimas forman parte de la dignidad y se pueden mostrar en público.

Por lo tanto, se revela necesario un urgente proceso de distensión y normalidad y el Gobierno del Estado debería romper de una vez por todas con la estrategia de la tensión y su discurso cuartelero del imperio de la ley, la actual, donde hay que demostrar a los «terroristas» ­y va entrecomillado porque toda la izquierda abertzale es considerada como tal­ que el proceso de paz es el suyo, el del Estado y no el de las partes implicadas.

Un acercamiento de los presos a Euskal Herria, una vuelta a la legislación anterior sobre el cumplimiento de las penas y otras similares medidas, legislativas o no, a parte de ser más justas y, sobre todo, más democráticas, volverían a dar credibilidad al proceso, contribuyendo a poner a la dere- chona en su sitio, en el sitio del ridículo, cada vez que anuncia un cataclismo nacional que acaba muy a su pesar en agua de borrajas. El resto de medidas relativas a la restitución de los derechos civiles se pueden pactar en sus consecuencias puntuales. Y también cuando no haya pasado nada, la derechona se habrá sumido un poco más en su propio fango de cultivo.

Sólo así, y no de otra manera, no acabará el humo haciendo surgir el fuego. -


 
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