El presidente del Gobierno español, siguiendo una inveterada y desconcertante costumbre, se ha dirigido a la opinión pública de su país a través de un medio de comunicación de otro. No me pregunten por qué lo hacen así, pero constato que es costumbre extendida entre los mandamases.
En la primera versión publicada por el rotativo parisien “Le Figaro”, Rodríguez Zapatero colocaba la pelota en el tejado de ETA porque «yo ya he cumplido mi parte del contrato». Y en La Moncloa, algún asesor puso el grito en el cielo, movió Roma con Santiago y consiguió que la autora de la entrevista se envainase el scoop y retirase el término «contrato» so pretexto de un error en la transcripción. La frase mutilada no tiene, sin embargo desperdicio:«Yo ya he cumplido mi parte». Mi parte ¿de qué? ¿De qué guión? ¿De qué compromiso mutuo?
Parece razonable, pues, pensar que, tal y como recogió una prestigiosa profesional de un medio de tanto prestigio como el conservador “Le Figaro”, a Zapatero se le escapó la confesión: Hay un contrato suscrito entre ETA y el Gobierno español. Y eso, aunque a sus asesores les ponga los pelos como escarpias, lo sabían hasta los chinos.
¿A quién cree Rodriguez Zapatero que va a engatusar negando la mayor? ¿Alguien creía que el alto el fuego per- manente la iniciativa más arrojada de ETA en décadas de historia se sostenía en el vacío, en alguna promesa oral y un tanto indefinida?
Después de experiencias como la de Argel también con un gobierno del PSOE o la de Lizarra-Garazi con el nacionalismo gobernante, ¿alguien cree que ETA iba a situarse en una posición de desnudez total sin garantías previas? Yo, desde luego, no.
Por eso no me ha extrañado que, siquiera en un desliz, Zapatero reconociera la existencia de un contrato firmado, rubricado y sellado por las dos partes que están llamadas a alcanzar acuerdos en el carril de la negociación que algunos llaman «técnica» pero que, en realidad, no puede ser más que política. Porque de política y no de otra cosa viene hablando ETA desde julio de 1959.
La cuestión estriba ahora en conocer los términos de ese contrato y verificar quién cumple y quién no los acuerdos que abrieron la puerta a la esperanza. Será bueno saberlo para que esa puerta siga abierta de par en par y por su vano salgan los malos humos. Un poco de valentía, ¡hombre! -