La cultura de la prevención de los riesgos laborales es imprescindible en el ámbito de la sociedad en general. Debería empezar por los colegios y llegar a las universidades, pero, sobre todo, a los centros de decisión de las empresas. Esa necesidad tiene que calar entre los empresarios, que son quienes deben mantener el puesto de trabajo en condiciones de seguridad adecuadas, tal y como marca la legislación.
Esa realidad no hay que perderla de vista en ningún momento. El trabajador tiene que tener en cuenta que el empresario le debe garantizar tres elementos básicos: proporcionar formación adecuada para las tareas que debe emprender; informar de los riesgos que tiene el puesto de trabajo al que es asignado; y, entre otras cosas, mantener el puesto de trabajo en condiciones de seguridad y de salud para que el empleado pueda trabajar en condiciones dignas.
La teoría es la teoría, pero es evidente que no ocurre así en la práctica, porque un tercio de los empresarios vascos todavía no tiene realizada la evaluación de riesgos, lo que impide saber a ciencia cierta cuáles son los problemas con los que se puede encontrar el trabajador y cómo puede remediarlos. Si se habla de empresas de menos de 50 trabajadores, el desconocimiento sobre los riesgos se eleva a algo más de la mitad de los centros de trabajo. El porcentaje es altísimo. Cabría preguntarse, once años después de haberse aprobado la legislación en materia de prevención de riesgos laborales, por qué la Administración pública permite esa situación, pero también qué es lo que mueve a los empresarios a no garantizar la seguridad.
Las razones de la mayoría de ellos, según recoge un estudio realizado en la Universidad de Oviedo, tiene que ver con un ahorro del gasto económico. Sin embargo, ese trabajo que han realizado Beatriz Fernández, José Manuel Montes y Camilo José Vázquez confirma de manera muy gráfica todo lo contrario.
Explican que los empresarios deben darse cuenta de que la inversión en seguridad laboral trae beneficios a corto plazo. La radiografía actual, como indican los tres profesores universitarios, demuestra una «escasez de prácticas de seguridad adecuadas» y una «ausencia de cultura preventiva».
El informe señala que una gestión adecuada de la seguridad laboral mejora en un 47%los resultados de siniestralidad laboral, sin tener que realizar un esfuerzo elevado en la puesta en marcha de mecanismos de control. Si se produce ese paso, mejora la competitividad en un 55%, y en un 35% los resultados económicos y financieros. Es decir, invertir en seguridad es rentable.
El protocolo que proponen en su trabajo muestra seis caminos para llegar a esa mejora significativa que, una vez adoptada, supone un cambio «necesario» en la preservación de la salud de los trabajadores. El primer paso que se debe dar es «el desarrollo de una política de prevención que recoja el compromiso de la organización con la seguridad». En ella se deben reflejar objetivos medibles, así como principios y directrices adecuadas.
Un segundo escalón hacia el desarrollo de la prevención pasa por la necesidad de que los trabajadores sean «arte y parte» de las decisiones en esta materia. Para ello, es imprescindible consultar al trabajador sobre el bienestar laboral. Sin embargo, lo que ocurre en demasiadas ocasiones es que se da por supuesto que debe estar bien y que si se queja «es por orgullo interno, no porque padezca nada».
Los técnicos en prevención recomiendan huir de esa formas de actuar.
La tercera actuación que proponen es promover la formación y la promoción de competencias de los trabajadores «con el fin de mejorar sus capacidades, habilidades y aptitudes en materia de prevención de riesgos».
Son tres pasos considerados relevantes en el camino hacia la mejora de las relaciones laborales, porque se debe producir «una comunicación y transferencia de información sobre el trabajo y los riesgos»; así como una planificación de las tareas a emprender con la puesta en práctica de acciones que vayan encaminadas a «evitar la materialización de los accidentes».
Además, se debe producir una revisión y un control cada cierto tiempo para conocer si las decisiones adoptadas o el camino emprendido es el adecuado y se debe redefinir o producir un giro. -
BILBO
La clave de este proceso se encuentra en que unas condiciones de trabajo inseguras incrementan la conflictividad y provocan la des- motivación de los trabajadores, como confirman los técnicos de prevención de riesgos laborales.
Además, se debe huir de imponer ritmos inadecuados de trabajo que, por desgracia, son una fuente continua de accidentabilidad. Los técnicos en prevención señalan al respecto que mantener todos los protocolos de seguridad en un proceso productivo reduce en un 30% la productividad en trabajo de cadenas productivas. Sin embargo, el aspecto positivo se encuentra en que se reduce de una forma exponencial el riesgo a sufrir un accidente, es decir, a mantener el puesto de trabajo activo, sin cambios de personas por bajas laborales largas, lo que genera un sobrecoste.
En este sentido, la competitividad debe verse en un horizonte de medio plazo porque «las prisas nunca han sido buenas consejeras». Además, está en juego la vida de los trabajadores o que las lesiones que puedan sufrir les invaliden para ejercer una actividad laboral para siempre.
