Proceso de paz, negociación, conversaciones, armisticio... el diccionario está lleno de sinónimos y la historia repleta de pasajes a los que acudir para apuntalarlos. Al final la mayoría de las situaciones históricas quedan para cuatro expertos que mirarán con lupa lo pactado, tres historiadores que se recrearán en los detalles, dos alumnos universitarios que quizás se atrevan con sus tesis y diez periodistas que rescribirán a su antojo (o al de la cabecera que les pague el sueldo) lo acaecido.Los ejemplos a los que acudir no diré que sean cuantiosos, para que no se me tilde de exagerado, aunque sí, al menos, variados. El primero me lo acerca la actualidad del aniversario de Baroja. Su sobrino aventuraba que de haber existido hoy, Pío Baroja hubiera pedido un «Abrazo de Bergara» para su país. Ciencia ficción, de la mala. El abrazo, firmado por cierto en Oñati, fue secundado por una minoría del bando carlista. La mayoría de los batallones vascos lo rechazaron y marcharon al exilio.
Espartero puso por delante el honor de su reina para acudir en defensa de los fueros, que no fueron respetados a pesar de la firma. Maroto, el general carlista firmante, fue sobornado con muchísimo dinero, si la hipótesis de Víctor Hugo es cierta, para que estampase su autógrafo en el acuerdo. Y, sin embargo, esta enorme chapuza es referencia para que ilustres de nuestro tiempo lo pongan como ejemplo de concordia.
El segundo de los ejemplos nos enseña que, cuando hay ignorancia y, por tanto, no hay poso en el inconsciente colectivo, la solución es sencilla: la desaparición de lo ocurrido. En esta ocasión acudo a la comprensión del lector, ya que la descripción se alarga.
El mismo día que comenzaba el otoño de 1936, la aviación fascista, y sin ningún tipo de metáfora, dejaba caer sobre Bilbao unas octavillas que cualquier analista posterior hubiera calificado de «aviso a navegantes». Nadie de los de a pie entendió el recado, y quien se atrevió a hacerlo lo enlazó con las actitudes habitualmente chulescas de la derechona, la que siempre tiene la sartén por el mango.
El desconcertante mensaje decía: «Ha terminado la farsa del nacionalismo, ha terminado ya la farsa del Estatuto forjado por la violencia de las elecciones, ha terminado ya la farsa de la unión de los nacionalistas vascos y de los católicos con los anarquistas; terminó la farsa del levantamiento de las municipalidades vascas contra el Gobierno español. Si queréis salvaros, rendíos antes del 25, a la una de la madrugada».
Al margen de la nocturnidad y alevosía que proponía la encomienda, las cuestiones que planteaba tienen tanta actualidad que parece que Mola lo escribiera pensando en la coyuntura de 2006. No es difícil entrever las claves de entonces, renombrar los mensajeros, adecuar un poco el estilo y llegar a nuestros días para comparar 11-M y elecciones, Udalbiltza (o Udalbide), mesa de partidos, declaración de la Conferencia Episcopal, etc. Nunca lo tuve tan fácil para afirmar que la historia se repite con cansina cadencia.
Ha quedado fuera del guión de entonces, sin embargo, el juego que se traían las partes en litigio, es decir, las negociaciones secretas que unos querían y los otros abortaban. Durante los meses de julio, agosto, septiembre y octubre de 1936, los encuentros velados y no velados entre los dos contendientes que se iban a ver las caras en suelo vaso tuvieron numerosas expresiones. Como en la actualidad. Permítame el lector un rápido repaso que, seguramente, agudizará su sorpresa. Para ello elegiré a de un personaje conocido.
Saben de sobra los maestros y alumnos de la tendencia histórica de un sector del PNV a arreglarse con los sublevados, incluso a cooperar con ellos. No me refiero al Pacto de Santoña, destinado a evitar una sangría mayor tras dar la guerra por perdida, sino a las invitaciones ideológicas de reagrupar a la derecha, abertzale o no. Aitzol y José María Benegas (sindicalista de ELA y padre del actual dirigente del PSOE) escaparon de la guerra y se refugiaron en el convento de los benedictinos de Belloc. Desde allí movieron los hilos negociadores con los militares levantados en armas.
La convicción por el acuerdo de Aitzol y algunos de sus compañeros fue de tal magnitud que llegaron a cruzar la muga hacia el sur con la intención de entrevistarse con los militares que dirigían la ofensiva. La capitanía de Iruñea se enteró del intento y mandó prender a Aitzol y a sus acompañantes, pero el comandante de Bera, lugar del encuentro, no cumplimentó la orden. En cambio, avisó a los abertzales que volvieron sobre sus pasos. ¿No repica una historia parecida en la cercanía?
El 15 de octubre Mola, enterado de los intentos de Aitzol y de su estancia en Bera, enviaba una misiva al abad del convento de los benedictinos de Belloc, en la que amenazaba que en caso de permitir la estancia del sacerdote en el monasterio, tomaría represalias contra los también benedictinos de Lazkao. Ante el chantaje, Aitzol abandonó su residencia, alistándose en el barco Galerna que, desde Baiona, se disponía a partir hacia Bilbao. Apresado por los fascistas en alta mar, Aitzol sería fusilado inmediatamente en las tapias del cementerio de Hernani. La muerte del mensajero como síntoma de intenciones.
El tercer ejemplo es más reciente y, con toda probabilidad, el lector se sentirá más familiarizado precisamente porque los escenarios son más cercanos. En el primero cité el desconocimiento, en el segundo el olvido y en este tercero la reescritura. Sucedió en el invierno de 1989, en el anfiteatro de un país que conoció, posteriormente, una convulsión espantosa: Argelia. A comienzos de enero de 1989, ETA declaraba una tregua. Tres días después el Gobierno francés detenía a un protagonista de la misma. Palos en las ruedas.
Se rompieron en marzo las conversaciones de Argel y el Gobierno norteafricano expulsó a los tres interlocutores vascos a la República Dominicana. Simultáneamente, los refugiados en Argelia eran desterrados a Cabo Verde y Venezuela. Los que se refugiaron en Venezuela fueron ametrallados en el hotel en el que se alojaban, en un hecho no esclarecido. Y, como si la crónica de 1936 tuviera una continuidad 50 años más tarde, pasados pocos meses de la ruptura de Argel, quienes pretendían llevar la rama de olivo al Congreso madrileño fueron acribillados en el Hotel Alcalá.
La opción encarnada por Mola («se ha terminado la farsa») en estos tres ejemplos es similar a la que hoy requieren desde los tablados azules, desde los púlpitos morados, desde los estrados togados, tantas y tantas voces que proclaman el honor como el no va más del quehacer político. Hay una tentación permanente por parte de los sectores medievales (a pesar de la modernidad y del TAV) de dejar que las cosas sigan su curso. Y hacerlo significa precisamente retroceder a las conquistas medievales, que es el estilo que impera entre los amos del mundo. El manu militari. No invento, ni intuyo, ni siquiera interpreto. Sucedió en 1839, ocurrió en 1936, acaeció en 1989, se reprodujo en 1999 (¿recuerdan la detención de Belén González, protagonista entonces del encuentro de Suiza que ahora airea el PSOE en su vídeo?)... En fin, que la inercia es siempre el juego de los inmovilistas, y las citadas tentaciones sus armas.
¿Zapatero cambiará el curso de la historia? Lo desconozco. Lo imagino, en cambio, rodeado de asesores y expertos en panderetas y castañuelas, con las orejas enrojecidas de soplarle tanto mensaje rememorando las gestas de Espartero, Mola, González... Solitario en su cubil como uno de los monjes de aquella abadía benedictina recreada por Humberto Eco, cargado de tentaciones. ¿Será Zapatero el Guillermo de Baskerville de Eco (protagonizado en el cine por el independentista escocés Connery) y acabará con la legendaria trama? ¿O, por el contrario, se reflejará en el bibliotecario ciego Jorge de Burgos (referencia explicita a Jorge Luis Borges que se ciscaba en los vascos, como en los negros)? El tiempo, como siempre, nos lo indicará con exactitud. -