Todos los derechos, sin maximalismos
La Declaración Internacional de los Derechos Humanos cumple hoy su 58 aniversario y, alrededor de tan señalada fecha, se repiten los balances y pronunciamientos sobre el grado de cumplimiento de un texto que, con sus aciertos y defectos, alcanza a describir las condiciones básicas que harían del planeta un lugar más habitable. Lamentablemente, hoy por hoy, el balance no es halagüeño, y basta con fijar la vista en lugares como Palestina, Afganistán, Somalia, Irak, Sri Lanka, Sudán, Colombia y Chechenia, entre otros muchos, para constatar la violación impune y sistemática de la gran mayoría de las garantías que se nombran en la tantas veces evocada declaración universal. Sin embargo, vincular circunscribir la violación de los derechos humanos con las situaciones de guerra declarada (o encubierta) suele resultar engañoso, ya que puede conducir al error de equiparar ausencia de violencia con respeto de los derechos humanos. En ausencia de una declaración de guerra, las consideraciones sobre los conflictos y las vulneraciones a que dan lugar (¿el hambre es violencia? ¿el maltrato a la mujer? ¿los accidentes laborales?) se someten a tamices ideológicos que no siempre permiten visualizar las vulneraciones. En este sentido, cabe atribuir una intencionalidad evidente al pronunciamiento del Gobierno de Lakua cara a esta conmemoración. Enuncia el tripartito que la paz tiene que edificarse sobre el rechazo de la violencia y el respeto de los derechos humanos. La declaración insiste en ligar, directa o indirectamente, las vulneraciones de derechos humanos con la acción armada, sin poner sobre el papel las causas del conflicto político y, lo que es más grave, sin aportar compromisos de futuro. Causa sorpresa que cuando han pasado más de tres años sin atentados mortales sí hay muertos a tiros de un policía, en la cárcel, en las carreteras de la dispersión, en el exilio y cuando ETA mantiene un alto el fuego unilateral, desde Lakua se divulgue una declaración pretendidamente equidistante que no explica por qué en un escenario tan favorable persisten vulneraciones como las que se derivan de la huelga de hambre de Iñaki de Juana Chaos. Será porque aunque Lakua atribuya la «cuota inmensa» del sufrimiento a las «víctimas del terrorismo» a este país se le ha privado desde mucho antes del derecho a la paz. Trabajar por una restitución universal de derechos no es un maximalismo, sino la mejor garantía de alcanzar soluciones duraderas. -
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