Se habla de Estado de Derecho cuando se habla de la existencia de garantías procesales y penales. Garantías procesales que implican la presunción de inocencia hasta prueba en contrario, la separación entre acusación y juez, la carga de la prueba y el derecho del acusado a la defensa. La publicidad durante todo el proceso es condición de igualdad para las partes. Nada de esto ocurre cuando de lo que se trata es de juz- gar a activistas políticos. En el caso de los vascos es paradigmático. Culpable desde antes de la detención, la obtención de pruebas incriminatorias se realiza en la opacidad más absoluta, al amparo de leyes de excepción que impiden la asisten- cia de abogados, en hábiles interrogatorios que normalmente consiguen autoinculpaciones.
Jueces que dictan, sin ningún rubor, penas mayores que las pedidas por las acusaciones fiscales. Procesados que, en todo momento, tienen que demostrar su inocencia, desconociendo de qué se les acusa. Desprovistos de defensa en los interrogatorios, ahora también se les quiere arrebatar a sus abogados durante el proceso.
Nada nuevo. Lo relataba Erich Fried en el poema “Servidores de la ley y abogados de izquierdas”:
«Los abogados son/ defensores de los acusados/ y ello los hace sospechosos/ a los ojos de los fiscales.
En caso necesario/ se consigue que uno de ellos/ sea encarcelado o se le prohíba ejercer/ a modo de ejemplo y advertencia».
Eran finales de los 70, los abogados Klaus Croissant y Magdalena Kopp, defensores de militantes de la RAF (periodísticamente «banda Baader-Meinhoff», «suicidados» en cárceles alemanas), fueron extraditados desde Francia a Alemania y encarcelados, lo que causó la indignación de los intelectuales en toda Europa.
Hoy los abogados se llaman Unai Errea e Itziar Larraz. Una juez francesa los procesa por «complicidad con asociación de malhechores». Los intelectuales enmudecidos engordan en el pesebre. Ya se sabe, oveja que bala, bocado que pierde.
«Pero sería mucho mejor/ eliminar por completo la defensa/ y decretar después/ la búsqueda y captura de los enemigos del Estado.
Contratar también verdugos/ y sustituir los tribunales/ por un jurado especial/ que dicte sentencias sumarísimas».
Aquí ya está la Audiencia Nacional con sus guapos y atractivos jueces al servicio del Estado. Que Dios los tenga en su gloria. -