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Gara > Idatzia > Iritzia > zirikazan 2006-12-11
Josebe Egia
Reflejar la realidad

Unos días con la cuadrilla en los Pirineos, con el «tiempecito» que ha hecho, nos ha dado para charlar a gusto, para hablar de lo divino y de lo humano y, ¡cómo no!, para discutir. Una cuestión que surgió el primer día con el «¡ya estáis!» y ha dado de sí hasta el último ha sido la del sexismo en el uso del lengua- je. Como la discusión no terminó, me comprometí a seguirla el lunes. Y aquí estoy.

Me voy a apoyar en Teresa Meana, especialista en el tema, para hacer la tarea, con la confianza de ser más persuasiva por escrito que en el fragor de las palabras. Ella dice que el sexismo en el uso del castellano ha producido dos efectos fundamentales: el silencio y el desprecio.

Por un lado está el ocultamiento de las mujeres, su no existencia. A las mujeres se nos esconde en los saltos semánticos y, sobre todo, tras los falsos genéricos: ese masculino que teóricamente «abarca a los dos géneros», lo que no es cierto. García Messeguer recoge de un libro de texto el ejemplo perfecto de un error lingüístico debido al sexismo: «todo el pueblo bajó hacia el río a recibirlos, quedándose en la aldea sólo las mujeres y los niños». Entonces, ¿quién bajó?, ¿sólo los hombres? Son, precisamente, estos usos sexistas del lenguaje los que invisibilizan a las mujeres y sus aportaciones a la sociedad.

Por otro lado, ha llevado al desprecio hacia las mujeres. No hay más que ver los adjetivos, los adverbios, los refranes y las frases hechas que utilizamos tranquilamente. Por poner un ejemplo, aquí está el de los duales aparentes: zorro/zorra, frío/fría, gobernante/gobernanta, verdulero/verdulera...

Si tuviéramos conciencia de que según cómo utilizamos determinadas palabras, revelamos nuestros códigos ocultos acerca de la sociedad y nuestra interpretación de la misma, seguro que tendríamos más cuidado con el uso sexista del lenguaje que, como espero haberlo explicado, o bien oculta la infor- mación sobre las vidas de las mujeres o la enmascara con connotaciones peyorativas.

Pero bueno, como yo quedé en ir más allá de la teoría y dar alternativas a los dobletes de «vascos y vascas», a la o/a, o a la innombrable , que es la peor de las soluciones y no resuelve el sexismo, aquí van algunas.

Utilizar genéricos reales: personas, gente, vecindario, pueblo vasco... y no falsos como hombres, vecinos, vascos... Recurrir a los abstractos: la redacción y no los redactores, el profesorado y no los profesores, la ciudadanía y no los ciudadanos... Cambiar las formas personales de los verbos o los pronombres: en lugar de «En la Prehistoria el hombre vivía...», se puede decir «En la Prehistoria se vivía...», o «los seres humanos, las personas, la gente, las mujeres y los hombres vivían ...»

¿Más alternativas? pues, por ejemplo, en lugar de «Se recomienda a los usuarios que...», decir «Recomendamos que...», o «Se recomienda un...». Otra posibilidad es la de los cambios del pronombre impersonal. Así, en lugar de decir «Cuando uno se levanta...» o «El que tenga pasaporte...» o «Aquéllos que quieran...», se puede utilizar «Cuando alguien se levanta...», o «Quien tenga pasaporte...» o Quienes quieran...».

Y todo esto, además de por lo dicho, porque es necesario nombrar la diferencia. Decir niños y niñas o madres y padres no es una repetición, no es duplicar el lenguaje. Duplicar es hacer una copia igual a otra y éste no es el caso. La diferencia sexual está ya dada, no es la lengua quien la crea. Lo que debe hacer el lenguaje es nombrarla puesto que existe. No nombrarla es no respetar el derecho a la existencia y a la representación de esa existencia en el lenguaje.

De todos modos, ojo con los cambios superficiales que pueden reducirse a cuestiones de imagen. No hay más que escuchar con atención para darse cuenta de que es posible aprender una serie de normas sobre lo que se debe y no se debe decir, normas que dan lugar a una forma de hablar políticamente correcta, sin que cambien los comportamientos sexistas de fondo. Por ejemplo, una persona puede utilizar un tipo de discurso sin marcas sexistas, pero seguir siendo tan autoritaria como siempre. Mas aún, puede hablar muy suavemente, pero sin intención de llegar a ningún consenso, imponiendo su opinión cueste lo que cueste. Estas actitudes las utilizamos tanto hombres como mujeres, pero todavía, a riesgo de que se enfaden mis amigos, creo que son comportamientos cultural y mayoritariamente masculinos.

Una última anotación. Según García Messeguer, el castellano tiene un 80% de marca sexista, el francés un 40% y el euskara un 5%, así que cuidado cuando las utlicemos. -

jegia@gara.net


 
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