El dictador Augusto Pinochet Ugarte falleció ayer en el Hospital Militar de Santiago. Bajo fuertes medidas de seguridad, rodeado de su familia y apoyado en las cercanías del centro médico por unas decenas de los muchos más partidarios de que gozó hasta el final terminó sus días el general. Los últimos años de Pinochet han estado marcados, efectivamente, por el aislamiento y el ostracismo. No ha disfrutado de la vejez tranquila que trató de asegurarse con la ley de amnistía y la inmunidad de su cargo de senador vitalicio, pero ello no quita ni un ápice de gravedad a que se haya ido sin responder de los crímenes ocurridos bajo su largo y cruento mandato.
Pinochet Ugarte, al que el pueblo chileno dijo «no» en el referéndum de 1988 tardó diez años más en comprender que las medidas adoptadas para protegerse a sí mismo y a los principales implicados en los crímenes de la dictadura no eran tan inexpugnables como él y sus partidarios creían. En 1998, su detención en Londres abría la esperanza de que, por fin, se hiciera la luz sobre la larga noche de la represión. Pero la sombra de la impunidad es alargada. El arresto dio paso a un enmarañado caso, en el que incursionó el juez Baltasar Garzón, y que se cerraría un año y medio más tarde cuando se denegó por «causas humanitarias» la extradición del general para ser juzgado por la muerte de un centenar de ciudadanos del Estado español bajo su dictadura. Su vuelta a Chile da paso a un infinito proceso judicial fruto del cual Pinochet ha agotado sus días en arresto domiciliario, pero sin rendir cuentas, y eso que confesó públicamente y sin hacer autocrítica su «responsabilidad política» por los crímenes cometidos.
Pinochet ha muerto sin ser condenado por las 2.279 desapariciones-muertes (informe Retting) ocurridas bajo su mandato y sin responder por la persecución que llevó a más de 30.000 chilenos y chilenas a buscar refugio fuera del país para no caer en las garras de un régimen que fue, al tiempo, pilar fundamental en la Operación Cóndor, la internacional del terror contra la disidencia política en nombre del «combate al comunismo».
Ha muerto el responsable de la muerte del presidente Allende, y su fallecimiento llega en un tiempo de cambio, con la hija de un represaliado en la Moneda. Sólo cabe esperar que esas autoridades trabajen para que esta muerte en la impunidad no se convierta en una oda general al olvido. -