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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-12-24
Arturo García Lucio - Secretariado Social-Justicia y Paz
Y, a mí, ¿qué?

Expresión entre interrogativa y despec-tiva que se emite cuando alguien comunica una difícil situación ajena a la que no se quiere ni se sabe hacer frente.

Y es que estamos muy ocupados en nuestras cosas, sobre todo en estos días de desenfrenado consumismo y diversión organizada, para dedicar un momento a interesarse por la dura realidad vital de otros. A lo sumo, cuando transmiten por televisión imágenes glamourosas de famosos gozando de su popularidad, se siente un poco de envidia y se desea lograr disfrutar también de ese minuto de gloria que, dicen algunos, corresponde a todo mortal.

Los media, tanto en anuncios publicitarios como en reportajes, se hacen eco y alaban un estilo consumista que se ha ido adueñando de nuestras conciencias. Las cuidadas fotografías y los sugerentes rótulos que las acompañan nos animan a desear ser uno como ellos, pues ahí se encuentra la felicidad. Pero eso sólo se consigue comprando cosas, sin importar el precio o mejor cuanto más caras sean, pues dan mayor prestigio social.

He aquí unos cuantos datos, aparecidos en estos últimos días, que nos sirven para ilustrar nuestro pensamiento: En estos días navideños, una familia media asumirá un gasto extra que supera los 1.000 euros (50% más que la media europea); en sólo cinco comidas gastaremos en los productos a consumir tanto como en casi un mes; se dispara el precio de la ropa de fiesta; el gasto de renovar los adornos del hogarŠ sin contar lo que supone el artificio público, pagado entre los comerciantes y el Ayuntamiento, en definitiva, por todos nosotros, porque todo ello se está cargando en los precios de los productos y en los impuestos. Otros optan por salir de este ambiente ficticio y deciden irse de viaje a lugares remotos, donde piensan que no habrá esta celebración.

Ciertamente, hiere la sensibilidad, quizá no tanto la conciencia, este derroche cuando en nuestro planeta menos del 20% de personas disponemos de la suficiente prosperidad para tener garantizado un nivel de vida digno del ser humano. En nuestro mismo entorno cercano, no todos lo logran, salvo que se endeuden. La reciente publicación del Instituto Nacional de Estadística, la Encuesta de Condiciones de Vida, referida a datos de 2005, y utilizando los criterios de la Unión Europea, en el Estado español el 19,8% de la población está en situación de pobreza, considerando como tal a quien esté por debajo del 60% de la renta media, que se concreta en 6.347 euros anuales (530 euros al mes) para el hogar de una persona; y para un hogar de dos adultos y dos menores de 14 años, la cifra asciende a 13.332 euros. Y aún más sangrante, uno de cada cuatro niños españoles vive bajo el umbral de la pobreza, la tasa más alta de toda la Unión Europea de 25 miembros. Esta pobreza no se está reduciendo desde hace más de diez años, a pesar del crecimiento económico general, que hace que el PIB español se sitúe entre los doce más importantes del mundo.

Lo que se dice del conjunto del Estado español tiene su traducción muy similar en lo que se refiere a la Comunidad Autónoma Vasca. Miremos a nuestro alrededor, preguntémonos cuántas personas conozco que están por debajo de esas cifras, por tanto deben ser consideradas sociológicamente pobres; qué significan para mí, cómo me relaciono con ellas.

Y cuando se mira con ojos de fe cristiana a esta orgía de consumo, surgen la tristeza y la irritación. Tristeza porque los cristianos nos olvidamos del motivo central de estas fiestas: celebrar la bondad de Dios que ha querido compartir nuestra existencia humana desde los pobres. Irritación, en primer lugar, contra uno mismo, por no tener el valor suficiente para vivir y ayudar a vivir estos días de otra manera, coherentemente. Pero también irritación contra la sociedad por la prostitución que hace de nuestra religión, pues bajo la apariencia de celebrar al Dios amor, lo que se promociona es la adoración al dios dinero, bajo la religión del consumo, la única que interesa a los fuertes de este mundo.

Desde diversas instancias, y no sólo durante estos días, se nos invita a concienciarnos sobre la realidad de los últimos; a asumir algún compromiso solidario con ellos, ¡ojalá fuese con la finalidad de ir haciéndonos más cercanos a sus vidas!; a aportar nuestro tiempo y otras capacidades para el arraigo de una sociedad mejor. Entonces, desde luego, ni se nos ocurrirá pensar ni decir la expresión titular de esta reflexión. -


 
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