Allá en primavera hubo jubileo en el pueblo al aparecer el retoño de un arbolito en la zona más pedregosa e inhóspita imaginable. Una zona en la que todos los intentos de lograr que creciesen árboles se habían frustrado. Fueron muchas las personas del pueblo quienes, al ver surgir el retoño, lo regaban con lágrimas de alegría y esperanza, especialmente optimistas al ver que al echar la plantita sus primeras hojas tiernas y frescas, éstas señalaban que era un árbol que no perdería de golpe sus hojas en invierno, sino que proporcionaría todo el año un verde alentador y duradero.
Allá en verano el pueblo empezó a inquietarse, ya que no entendía la reticencia de sus poderes públicos y políticos a cuidar de aquel retoño. Aunque el arbolito había logrado enraizarse en tierra pública, los poderes dueños y gestores del lugar no le daban ni sombra ni agua para que creciera, se fortaleciera y sobreviviera, a pesar de las duras condiciones ambientales que le atosigaban. Ni siquiera se les veía debatir la mejor manera de que saliera adelante el retoño. Y el jubileo del pueblo se transformó en perplejidad y tristeza al ver que el retoño perdía una primera hoja. Y la perplejidad se transformó en molestia al ver que los mismos poderes vallaban el retoño para que ni lo cuidasen ellos, ni que lo cuidase el pueblo, a pesar de los rigores del tiempo y las ganas del pueblo.
Allá en otoño iban cayendo las hojas, una tras otra, tras marchitarse ante la falta de aportaciones y cuidados vitales. Y desde lejos, atónito, el pueblo, conocedor del valor precioso y frágil de su retoño, reclamó seriedad a los poderes públicos y políticos. Pero solamente quedaron dos hojas.
Allá en invierno una hoja fue arrancada en una poda. El desánimo del pueblo sobre el futuro del retoño se ahondó, y más aún al ver cómo los poderes públicos y políticos peleaban entre sí para pronunciarse sobre lo sucedido con el retoño y sobre quiénes podrían y quiénes no podrían manifestarse sobre el retoño, pero sin hacer nada práctico para proteger al arbolito. Y así cayó la última hoja, inmune a las lágrimas de tristeza del pueblo, lágrimas exprimidas de corazones encogidos.
Allá en primavera el pueblo verá si el retoño renace, espera ansioso señales de verdor mientras procura deshacerse del vallado que impide que le aporte sombra, tierra y agua. Piensa que en esa parcela puede y debe crecer un árbol, un árbol sano y longevo, un árbol anhelado. -