CRITICA CINE
Ghost rider, el motorista fantasma
Koldo LANDALUZE
De sobra es conocida la dualidad peligrosa de Nicolas Cage, un intérprete difícil de digerir y que siempre tiende a reincidir en sus dos modelos interpretativos habituales: la de poner cara de cordero degollado cuando asume roles dramáticos, o bien, soltarse la correa para dar rienda suelta a su vena más histriónica. Cuando ambas «personalidades» coinciden en una misma película el resultado puede resultar, ciertamente, explosivo y eso es lo que ocurre en «Ghost Rider».
Basado en todo un personaje de culto nacido en el prolífico universo comiquero de la factoría Marvel, las andanzas del motorista acróbata que se vio en la obligación de vender su alma al diablo, contenía los suficientes ingredientes como para llevar a cabo un producto entretenido y repleto de referencias al western o a la mitificada poética contracultural de los moteros sin rumbo fijo. Algo de ello hay en este filme y las intenciones de Mark Stevens Johnson quedan palpables cuando ha contratado los servicios de Sam Elliot para personificar el western y los ecos de aquel Peter Fonda de «Easy Rider» reconvertido en Mephistopheles.
Lamentablemente, Johnson ya evidenció cierta torpeza cuando adaptó para la gran pantalla las proezas del superhéroe invidente «Daredevil» y en esta nueva oportunidad, las intenciones cinéfilas se han quedado en los dos mencionados apuntes, cuyo pobre desarrollo provoca que el encanto se diluya progresivamente en cuanto Nicolas Cage hace acto de presencia y acapara el protagonismo exclusivo de este circo acrobático correctamente aderezado con un considerable surtido de vistosos efectos digitales que tienen en los denodados intentos de rejuvenecer virtualmente el rostro de Cage sus momentos más hilarantes. Quizás, si el autor de «Darevil» hubiera optado por mantener mucho más en pantalla el cráneo flamígero del cazarecompensas del diablo y no el apático y bullanguero rictus desencajado de Cage, el resultado hubiera diferido en algo.