Pues resulta que el señor Sanz -personaje que tanta vergüenza ajena nos hace pasar, no sólo por su ideología sino por lo penoso que resulta oír a un orador que controle tan poco y mal el idioma en el que arenga- ha cogido un miedo espantoso a sus propios fantasmas, que son un montón (entre otros, los de la familia de San Francisco Xavier al completo que le susurran en euskera cosas incomprensibles para él, que intuye amenazantes) y presa del pánico, ha tenido que acudir desesperadamente a su papá PP Mariano para que le prepare una de esas manifas suyas, que a él le salen tan gloriosas -¡cómo la gozó el pobre Sanz en la mani 10-M que tapara el 11-M por las calles de Madrid!- enviándole para Iruñea autobuses llenos de españoles fachas, para poder darse otro baño de multitudes rojigualdas que le calmen la ansiedad, le saquen las castañas del fuego para con los suyos salvando poltronas y dejen claro de una puñetera vez quién nos manda desde hace más de medio siglo en el viejo reino. La excusa de que nos quieren invadir de la CAV es perfecta para meter en escena toda la parafernalia invasora «no-nacionalista». La intención última queda clara, y para ello nos ha hecho sufrir a toda la población de esta ilustre cuidad el gran susto de un flashback de 50 años en el tiempo para que nos enteremos.