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Nicolás Xamardo Profesor de la UPV/EHU

España ante el espejo

Estos juicios, que continúan bajo mandato del PSOE, a diferencia de las grandes clásicas, suceden en tiempo real y en ellos aparecen representados los distintos personajes, así como las pasiones y sentimientos que encarnan

Hay momentos especiales en la historia que, por inesperados, son como relámpagos que, en plena noche iluminan tierra y firmamento por un instante. Son momentos privilegiados que nos permiten ver cómo la censura y la autocensura, en forma de hipocresía, quiebran y lo oculto, lo mal visto socialmente, lo reprimido, el verdadero rostro, surge. Son esos momentos raros en los cuales podemos comprender qué es quién y quién es qué, más allá de las caretas con las que ocultamos nuestro rostro para poder mirarnos al espejo sin mayores sobresaltos que los del paso del tiempo. Son momentos de interrupción; esos que periodizan una temporalidad verdaderamente humana; esos que de verdad marcan un antes y un después en nuestras vidas. Esos que nos indican que estamos ante un tiempo nuevo que surge de la lucha encarnizada entre el Ya No que se resiste a morir (La España negra, inquisitorial y franquista) y el Todavía No que pugna por irrumpir, el derecho de los pueblos a decidir su futuro. Esos que no podremos olvidar porque nos acompañarán para siempre. Esos que nos dicen quiénes somos y no quiénes creíamos ser. Esos que, como el arte de verdad, simplifican el panorama político-social, siempre complejo y enmarañado, aclaran lo confuso y por eso perdurarán.

Nos referimos a las estremecedoras imágenes de Iñaki de Juana, publicadas por el diario «The Times», que dieron la vuelta la mundo y provocaron un intenso debate en la sociedad española, que vio reflejado en ese cuerpo supliciado su verdadero rostro. De ello dan fe multitud de declaraciones y artículos, terriblemente esclarecedores. Rememorando, unos, la España de la In- quisición (que pide «cerillas y haces de leña»), la de las atrocidades de la Guerra Civil (que exige «cunetas y paredones»), la de las masacres de la conquista de América. Confirmando, otros, con sus declaraciones y escritos, lo referido. Las inolvidables manifestaciones de Rajoy, Acebes, José Manuel Sánchez (SUP) o las del «defensor del pueblo», Enrique Múgica sobre Iñaki de Juana, muestran la catadura moral de estos paladines del sagrado e inalienable derecho a la vida.

La titánica lucha de Iñaki también ha iluminado el actual momento político. Mil son las formas en las que esta pugna se manifiesta, pero la naturaleza política de la misma aparece revestida con los ropajes y máscaras del combate entre ley (unidad de España) y justicia (de- recho de Euskal Herria a decidir). Y en esa pugna entre ley y justicia, motor de la política y de la historia, el Teatro (y el Cine), reflejan como ninguna otra manifestación artística los movimientos y tensiones del Estado. Lo que también sucede con los otros dos espacios privilegiados de la representación: el Parlamento y los Tribunales (la Iglesia mantiene en cartelera desde hace dos milenios la misma obra). De ello da fe la estrategia de Estado, bajo control de un PP dirigido por Aznar. Este pretendió utilizar la dimensión pedagógica y catártica de la representación, a través de los macrojuicios a la disidencia vasca, para propagar el terror entre la izquierda abertzale con un castigo ejemplarizante a sus dirigentes y lograr así la adhesión reactiva de de la sociedad española. Estos juicios, que continúan bajo mandato del PSOE, a diferencia de las grandes tragedias clásicas, suceden en tiempo real y en ellos aparecen representados los distintos personajes, las pasiones y sentimientos que encarnan.

Visto lo que está sucediendo en el Estado español, nos es fácil imaginar lo acontecido en la Grecia clásica, origen de esas obras imperecederas; así mismo, es inevitable pensar que esos nombres propios, que encarnan cualidades y momentos de la subjetividad humana (Orestes, el valor; Antígona, la angustia; las Erinias, la venganza y el odio; Creonte, el Estado despótico y arbitrario; Prometeo, la confianza y Atenea, la justicia), tienen hoy y aquí sus figuras correspondientes, individuales y colectivas (Batasuna, 18/98, Egunkaria, Jarrai-Haika-Segi, Etxerat, Askatasuna, CPPV y/o Nekane, Iñaki, Oihane, José Luis, Elena, Pablo, Ainhoa, Estanis, Olatz, Ibon, Teresa, Jokin, Amaia, David, Miren, Jexusmari, Izaskun, Martxelo, Maite o Joxe Mari...). ¿Quién no es capaz de ver en los encausados del 18/98, Jarrai-Haika-Segi a Orestes, exigiendo justicia para Euskal Herria, en forma de derecho de autodeterminación, frente a la ley vieja española, encarnada en la Audiencia Nacional, negadora de ese derecho? ¿Quién no puede identificar a Antígona con el movimiento pro-amnistía, defendiendo el derecho a dar sepultura y a honrar a los muertos, fren- te a las injustas leyes españolas que lo prohíben?

¿Quién puede no ver en la Erinias (personajes de la venganza y el odio) al PP, la AVT, el Foro de Ermua y demás movimientos reactivos y/o a José María, María, Mariano, Angel, Rosa, Felipe, Gotzone o Mikel), defensores de la España integrista que niega la existencia de Euskal Herria, que persiguen sin tregua a los nuevos orestes, heraldos de la ley propia para nuestro pueblo? ¿Quién no ve en Creonte al Estado español, en su forma más represora, con sus leyes y tribunales de excepción, castigando a todo aquel que se opone a sus normas injustas? ¿Quién no adivina a Prometeo encadenado en la figura de Iñaki de Juana, símbolo de la confianza, atado de pies y manos a la cama de un hospital, resolviendo, en la dirección justa, el eterno dilema al que querían someter- le unos jueces vengativos: «Primero me liberáis y luego dejo la huelga de hambre?».

¿Quién no ve, en fin, ante el impasse en que nos encontramos, la necesidad imperiosa de una nueva Atenea que, con su voto de calidad, abra paso a la ley nueva que haga justicia a Euskal Herria?

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