El reto del cineasta elegido para la ocasión -Peter Webber- tampoco era sencillo. Tras deslumbrar con su excelente opera prima, «La joven de la perla», ha querido variar su discurso hacia unos derroteros muy opuestos en los cuales prevalece la sangre y el instinto animal que nacerá en el precoz caníbal por culpa de una venganza insaciable que terminará por devorarlo.

Pero el principal, y fundamental, lastre que arrastra este producto comercial radica en el origen mismo de la obra, ya que el escritor Thomas Harris se ha sacado de la manga una historia que ya sabíamos de antemano cuando el gourmet Lecter repasó en una de sus entregas literarias anteriores este trágico episodio lituano.

Seducido sin duda por el suculento talonario de Laurentis, Harris ha hecho de una interesante anécdota toda una trama, y ello da como resultado esta prolongación narrativa que adolece por completo de ingenio y que ha pretendido enriquecer con la inclusión exótica del personaje encarnado por Gong Li.

A su favor, cabe destacar el sobresaliente diseño que el desaprovechado Rhys Ifans ha llevado a cabo del villano antropófago que, a finales de la segunda guerra mundial y junto a su desarrapado pelotón de soldados, tuvo la mala fortuna de tropezar con la feliz familia Lecter.