El derecho a decidir frente a la cerrazón de los dirigentes políticos serbios
Dabid LAZKANOITURBURU
El mediador de la ONU para Kosovo prometió hace 14 meses que haría una propuesta final lejos de la tradicional ambigüedad calculada que tanto daño ha hecho en los Balcanes.
En su informe final, Martti Ahtisaari recuerda que la única solución a la cuestión kosovar es la independencia. Insistir en una soberanía serbia no sólo supondría convocar a todos los demonios balcánicos -los propios serbios lo reconocen con la boca pequeña- sino tratar de tenerlos encerrados dentro de una lámpara mágica manteniendo ad eternum una situación de protectorado que condena a los kosovares a una minoría de edad política que no casa precisamente con exigencia alguna de que profundicen en la democracia y en el inaplazable respeto a sus minorías.
El experto mediador finlandés ha sido duramente criticado por haber propiciado no un proceso de negociación sino de imposición a Serbia. Dos no negocian si uno no quiere y estos críticos deberían concretar cuál debería haber sido el contenido de la negociación con una parte, la protagonizada por los dirigentes políticos serbios, que apelaba a un fundamento mítico-histórico para insistir en la serbianidad del enclave. Un argumento seudohistórico que, sorprendentemente, cuenta con adeptos incluso entre nosotros.
Según esta tesis, los serbios serían los habitantes originarios del enclave y los albaneses de Kosovo, unos advenedizos musulmanes llegados hace 500 años de la mano del imperio otomano. Historiografía de trazo grueso que obvia que los albaneses, musulmanes y cristianos se reivindican herederos de los ilirios, pueblo que habitaba aquellas tierras en tiempos del imperio romano. Y que, puestos a historiar, los serbios llegaron en oleadas posteriores provenientes de tierras que son hoy Rusia.
Cierto es que los Balcanes producen más historia de la que pueden digerir, pero de ahí a que cada uno se haga un menú en plan self service va un trecho.
Dejando a un lado el aburrido debate protohistórico, no falta quien califica los planes de la ONU sobre Kosovo como un «nuevo golpe» a Serbia un año después de la independencia de Montenegro. ¿Su «solución»? Que los albano-kosovares, pioneros en la reivindicación de sus derechos en la Yugoslavia titista, sigan pagando los platos rotos. Y que aguanten, ellos sí, el golpe hasta el fin de la historia.