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La Declaración de Berlín no pasará de ser un texto simbólico 00

Las distintas ramas del Partido Popular Europeo pretenden incluir en el texto alusiones a las raíces cristiano- demócratas y judeo- cristianas de Europa, así como a la caída del comunismo

Josu JUARISTI Director de GARA

Ayer se conocieron los primeros detalles del contenido de la Declaración de Berlín, nombre con el que pasará a la pequeña historia comunitaria el documento con el que los hoy Veintisiete celebrarán el domingo su 50 aniversario. Si nos guiamos por lo adelantado por el Observer, el texto no pasará de ser una declaración simbólica, nada que ver con la idea de elaborar, deprisa y corriendo y con absoluta opacidad, un «minitratado», como defendían algunos socios comunitarios.

De acuerdo a esos primeros detalles conocidos y entresacados de un borrador distribuido a los estados miembros, el primer capítulo rendirá tributo a los «grandes logros» del proceso de integración, los cuatro conceptos ya manidos de integración, paz, prosperidad y estabilidad, y recogerá que la adhesión de nuevos miembros ha consolidado la democracia y el estado de derecho en Europa. Palmaditas en la espalda, sin atisbo de autocrítica. Nada nuevo.

El segundo capítulo se centrará, al parecer, en glorificar el «método comunitario», que garantiza igualdad de derechos y obligaciones para todos los estados miembros, así como transparencia y subsidiariedad. Algo, en cualquier caso, muy discutible. Transparencia y subsidiariedad parecen hoy en franco retroceso en la UE.

El tercer capítulo estará dedicado a lo que denominará como «valores centrales» del proceso de integración, que quedan muy bien para vestir una declaración de este tipo, a saber: dignidad inviolable de las personas, libertad y responsabilidad, solidaridad (como elemento clave del «modo de vida europeo», según aparece en el borrador), tolerancia y respeto. ¡No me digan que no quedan bien!

El cuarto apartado aborda los temas más de moda últimamente, política de energía y protección del clima como vanguardia de las políticas internas y externas de la UE. El texto las calificará de «componentes estratégicos» en los cuales la Unión Europea «debería jugar un papel pionero». Y, como habitual desideratum, se incluye la voluntad de ser un «actor global» en política exterior y de seguridad, poniendo el foco en la resolución de conflictos (se supone que «externos» a las fronteras de la Unión, como siempre).

También los asuntos de justicia e interior tendrán su espacio, muy al estilo del esquema del Tratado de Maastricht; ya saben, derechos y libertad para todos, «combatir el terrirismo y el crimen organizado», «trabajar juntos contra la inmigración ilegal»... Lo de siempre.

Y las cuestiones económicas (competitividad, mercado único...) dejarán paso al capítulo final... que todavía sigue en blanco, semanas después, el que se supone que debe hacer una referencia a la malograda Constitución europea.

El pasado lunes, la presidencia alemana distribuyó una nueva versión de este apartado, pero aún no hay consenso. De hecho, ya se habla de que la Declaración de Berlín sólo será firmada por Merkel (en representación del Consejo de Ministros), Barroso (Comisión) y Pöttering (Parlamento), y no por los 27, lo que da una idea de cómo están las cosas.

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