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A 25 años de la guerra, las malvinas todavía marcan el pulso entre argentina y gran bretaña

Se cumplen 25 años desde que la dictadura argentina intentó recuperar por la fuerza las islas del Atlántico Sur. El conflicto bélico marcó las relaciones entre Buenos Aires y Londres, con acercamientos y distanciamientos, según quién ocupa la Casa Rosada y Downing Street.

Daniel GALVALIZI

Periodista

Aprovechando el significativo aniversario, el presidente argentino Néstor Kirchner decidió dar un golpe de timón y aplicar una ofensiva contra Gran Bretaña por sus acciones unilaterales en cuanto a política petrolera en territorio malvinense.

Pero la guerra de 1982 fue mucho más que una disputa por un pequeño archipiélago de clima intempestivo. Fue un manotazo de ahogado que intentó una sangrienta dictadura para perpetuarse en el poder, ante una profunda crisis económica y de credibilidad.

El 3 de enero de 1833, fuerzas inglesas ocuparon las Islas Malvinas y desalojaron por la fuerza a sus habitantes y a las autoridades argentinas establecidas allí. Aquel archipiélago (que comprende, además, a las Islas Sándwich, las Georgias y cientos de pequeñas islas circundantes) había sido descubierto en el siglo XVI. El autor de tal descubrimiento es dudoso, pero varias fuentes citan a una expedición de Magallanes.

Las islas del Atlántico Sur pasaron a formar parte del Virreinato del Río de la Plata y de su heredero jurídico-político, las Provincias Unidas del Sur (que luego pasarían a denominarse Argentina). Sin embargo, tras el ataque inglés de hace 174 años, el cual fue inmediatamente protestado y nunca consentido por Buenos Aires, las islas son colonia británica de ultramar.

De allí en adelante, el reclamo de soberanía del Estado argentino sería una constante, tanto en gobiernos democráticos como bajo dictaduras. Uno de los momentos clave de ello fue el éxito rotundo de la diplomacia argentina en Naciones Unidas, cuando en 1965 la Asamblea General aprobó la resolución 2065, en la que se señaló la necesidad de que ambos países encontrasen «a la mayor brevedad posible una solución pacífica, justa y duradera de la controversia sobre soberanía». Era la primera vez que se reconocía oficialmente la controversia.

En la década de los 70 es donde más cerca se estuvo de una solución final. Algunos conocedores de la historia diplomática argentina aseguran que en 1974 hubo un ofrecimiento de parte del Gobierno británico para zanjar la cuestión y lograr acuerdos de base, que culminarían con una devolución de las islas a jurisdicción de Argentina en 50 años.

Pero Londres no iba a pactar semejante acuerdo con un Gobierno débil. Sólo un líder con alta popularidad como Juan Domingo Perón podría haber dirigido ese proceso de negociación con éxito. Y para 1974, no sólo el tres veces presidente argentino ya estaba muy enfermo, sino que la crisis de violencia política en el país sudamericano acuciaba. Tras la muerte de Perón, el plan secreto nunca más volvió a reflotarse.

La guerra absurda

Una vez instalada la última dictadura militar argentina, y con ella el terrorismo de Estado y la represión más feroz, los parámetros de la controversia por Malvinas cambiarían para siempre. Pero no era el nacionalismo soberanista lo que llevó a la dictadura a tomar las islas por la fuerza.

El Gobierno dictatorial llevaba ya seis años, y el desgaste social se hacía notar. La crisis económica se profundizaba, los efectos de las violaciones de los derechos humanos ya no se podían callar y los sindicatos y partidos políticos presionaban para volver a la vida pública con libertad. El dictador Leopoldo Galtieri, representante del ala dura del Ejército que había saboteado al Gobierno previo del general Roberto Viola por sus intentos «aperturistas», necesitaba de un batacazo político para poder legitimar nuevamente un proceso que llegaba a su ocaso. Galtieri y los halcones de las Fuerzas Armadas argentinas, haciendo gala de su inteligencia perversa, creyeron ver en la ocupación de las Malvinas esa oportunidad para darle oxígeno a su dictadura.

Así fue como en la noche del 1 de abril y en la madrugada del día 2, fuerzas argentinas coparon el archipiélago. Rebautizaron la capital Port Stanley con el nombre de Puerto Argentino y echaron al gobernador nombrado por Londres y ubicaron en su lugar al General Menéndez. Si bien la insólita jugada tomó por sorpresa al Gobierno de Margaret Thatcher, la reacción no se hizo esperar. Paradójicamente, la invasión fortaleció efímeramente a los dictadores argentinos durante unas semanas, pero consolidó el Gobierno neoconservador de Thatcher, gracias a lo cual puedo fortalecer su tambaleante administración y perdurar más en el cargo.

A pesar de que la diplomacia militar argentina creía contar con una alianza sólida con Estados Unidos (en parte por la colaboración que prestaba en Centroamérica para capacitar a fuerzas parapoliciales en tácticas de terrorismo de Estado), tanto Washington como la mayoría de la comunidad internacional apoyó a Gran Bretaña. Argentina contó solamente con un tibio apoyo de los países no alineados y de América Latina, excepto de Chile.

La batalla entre una de las potencias militares y nucleares del mundo y unas fuerzas argentinas improvisadas, poco profesionales y afectadas por décadas de peleas internas fue, como era de suponer, notoriamente desigual. Las tropas argentinas que fueron a las Malvinas estaban mayoritariamente integradas por jóvenes que, en ese momento, realizaban el servicio militar obligatorio, menores de 20 años y, en su mayoría, provenientes de las cálidas y pobres provincias norteñas. Encontrarse en un inesperado conflicto armado luchando contra un enemigo profesional y en un territorio inhóspito y helado no los favoreció.

El ánimo popular de la sociedad argentina varió, a lo largo de la guerra, desde un triunfalismo inicial hasta llegar a implorar la paz, durante la visita al país del papa Juan Pablo II, el 11 y 12 de junio de 1982.

El optimismo insensato de los comunicados oficiales del Gobierno y, peor aún, el de los medios de comunicación, había convencido a la mayoría de la población de que la victoria estaba asegurada.

El 15 de junio, Galtieri convocó al pueblo a la Plaza de Mayo de Buenos Aires para informar sobre la capitulación de las tropas, convocatoria que terminó en una fuerte represión a los manifestantes. El conocimiento de la dura realidad precipitaría la caída de la dictadura. Tampoco le ayudaron los dudosos manejos del dinero público y del destino de las donaciones voluntarias de la sociedad para financiar la guerra y proteger a los combatientes, quienes volvieron en su mayoría desnutridos y descuidados. El dictador Galtieri se vio obligado a renunciar y asumió Reynaldo Bignone, quien conduciría, finalmente, el proceso dictatorial a la democracia, tras 30.000 desaparecidos, miles de exiliados, una economía quebrada y una sociedad incrédula.

La deuda interna

La guerra mató a 649 argentinos en las islas. Dejó miles de mutilados y afectados psicológicamente. Malvinas llenó de vergüenza a la sociedad y ésta no pudo contener a sus héroes de guerra, en su mayoría, menores de 20 años. La deuda histórica con ellos evidentemente no fue saldada. Basta con apreciar una apabullante cifra: Si bien no hay datos oficiales, los ex combatientes alertan de que más de 350 compañeros se suicidaron. Incluso hay quienes afirman que ya son 454 los que se quitaron la vida, más de la mitad de los muertos durante la propia guerra.

Desde el conflicto bélico de 1982, las relaciones con Londres estuvieron más mediadas que nunca por el tema de la controversia. En el el primer Gobierno democrático de Raúl Alfonsín hubo escasos avances, y durante la presidencia de Carlos Menem se giró, sin éxito, hacia una estrategia de seducción a los malvinenses.

En la actualidad, el Gobierno de Kirchner ha devuelto al tema un alto perfil. En la última semana, embistió una ofensiva para llamar la atención de Gran Bretaña. Buenos Aires puso fin al acuerdo que mantenía desde 1995 con Londres para la explotación de hidrocarburos en el Atlántico sur, invocando el lanzamiento «unilateral» británico de una licitación pública en el área en conflicto. Además, decidió prohibir las actividades en el país de las petroleras que operen en Malvinas bajo la legislación británica.

La cancillería argentina informó que la medida es una «queja» en términos diplomáticos y un pronunciamiento de ratificación de soberanía en términos políticos. En tanto, la Administración británica expresó por medio de su embajada en Buenos Aires que la decisión argentina «constituye un retroceso» en la relación bilateral y que «no ayudará de ninguna forma a su reclamo por la soberanía de las islas».

Además, enfatizó en que Gran Bretaña «cree firmemente que los habitantes de Malvinas tienen derecho a la autodeterminación y no negociará sobre soberanía a menos que los isleños así lo deseen».

Como se puede ver, la controversia por Malvinas es un obstáculo difícil de esquivar en las relaciones bilaterales ente ambos países. El reconocimiento de la sociedad sobre su propia equivocación al apoyar una guerra irracional impulsada por un dictador, la contención a los ex combatientes y la recuperación de la soberanía se plantean como la deuda interna que tanto el actual Gobierno argentino como los venideros deberían buscar resarcir.

BLAIR DEFIENDE LA ACTUACIÓN DE THATCHER Y ELOGIA SU «CORAJE POLÍTICO»

El primer ministro británico Tony Blair ha salido en defensa de la actuación de su antecesora Margaret Thatcher en la guerra de las Malvinas. Blair elogió el «coraje político» mostrado por Thatcher durante el conflicto.

«No tengo la menor duda de que se hizo lo correcto, no sólo por razones ligadas a la soberanía británica sino también porque no se debe anexionar un país de esa manera y no se debe colocar a la gente bajo un dominio diferente de esa forma», declaró.

«Si miramos hacia atrás y hablas con la gente que estuvo allí en aquel entonces, creo que se necesitó mucho coraje para hacer eso», subrayó Balir en alusión a Thatcher. Ella será la figura central de las celebraciones británicas que se realizarán en junio con motivo del fin del conflicto. GARA

649

muertos

La guerra de las Malvinas mató a 649 argentinos y dejó miles de mutilados y afectados sicológicamente. Entre 350 y 454 combatientes se quitaron la vida.

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